¡Qué pregunta más buena! Victoria Falls, o Mosi-oa-Tunya, como la llaman aquí, no se "ve", se *siente*.
Imagina que acabas de aterrizar. El aire, al principio, te parece seco, pero poco a poco, mientras te acercas al pueblo de Victoria Falls, empiezas a notar una humedad distinta en el ambiente. Es sutil, como una promesa lejana. Y entonces, lo oyes. Al principio, es solo un murmullo grave, como un trueno que no acaba de llegar. Pero sigue ahí, constante, creciendo. Es el sonido del agua, una masa inmensa que se precipita. Cuando te bajas del coche, el murmullo ya es un zumbido, una vibración baja que te recorre el cuerpo. El pueblo es pequeño, con la tierra rojiza bajo tus pies y el calor del sol acariciándote la piel. Busca un lugar donde quedarte, hay opciones para todos los bolsillos, desde hostales sencillos hasta hoteles con ese toque colonial. Asegúrate de tener algo de efectivo, aunque muchas cosas aceptan tarjeta, siempre es útil para pequeños gastos o propinas.
A la mañana siguiente, con el zumbido ya familiar en tus oídos, te diriges a la entrada del Parque Nacional. El camino es suave, de tierra compacta, y sientes el sol en la nuca. A medida que te adentras, el sonido que antes era un zumbido ahora es un rugido sordo, una presencia constante que te envuelve. El aire se vuelve más denso, más húmedo, y puedes oler la tierra mojada, el verdor de la vegetación que se hace más exuberante. De repente, sientes una llovizna fina en tu piel, a pesar de que el cielo está despejado. Es el rocío de la cascada, la "lluvia que truena" que le da su nombre. Es como si el aire mismo estuviera llorando de alegría. Lleva un chubasquero o un paraguas, y piensa en proteger tu teléfono; aquí el agua no perdona. Unas sandalias resistentes o zapatos que no te importe mojar son ideales.
Y entonces, llegas. El rugido es ensordecedor, una fuerza bruta que te presiona el pecho. Sientes cómo el suelo vibra bajo tus pies. El aire está cargado de humedad, y el rocío te empapa por completo, es como estar bajo una ducha gigantesca, pero una ducha que te abraza con una energía indomable. No puedes ver el final de la caída, solo la inmensidad del agua que se precipita y la neblina que se eleva miles de metros. Es tan inmenso que te sientes pequeño, insignificante, pero a la vez, completamente conectado con la fuerza de la naturaleza. Los puntos de observación están bien señalizados y tienen barandillas, pero la fuerza del viento y el agua pueden hacerte tambalear. Agárrate bien y no te acerques demasiado al borde.
Continúas tu recorrido por los senderos, que serpentean a través de lo que se conoce como "Bosque Lluvioso". Aquí, el sol apenas penetra a través de la densa canopia, y el suelo está permanentemente húmedo y resbaladizo. Sientes el goteo constante de las hojas sobre tu cabeza, el aire fresco y cargado de oxígeno. El olor a tierra húmeda y vegetación exuberante te envuelve, y el sonido del agua es ahora un coro de miles de arroyos que se unen al rugido principal de la cascada. Es un microclima único, donde la vida vegetal prospera gracias a la constante humedad. Si eres sensible al frío, una chaqueta ligera impermeable puede ser útil, incluso en un día caluroso, ya que la constante humedad puede bajar la sensación térmica.
Después de explorar los diferentes miradores de la cascada principal, puedes dirigirte hacia el Puente de las Cataratas Victoria. A medida que te acercas, el rugido de las cataratas disminuye un poco, pero ahora sientes el vacío bajo tus pies. El puente cruza el desfiladero entre Zimbabue y Zambia. Caminar por él es una experiencia única; puedes sentir el viento que corre por el cañón y escuchar los gritos lejanos de quienes se atreven a saltar en bungee. Si no tienes pensado cruzar la frontera (que requiere trámites migratorios), puedes llegar hasta el punto medio y volver. Es un buen lugar para tomar una perspectiva diferente del desfiladero y sentir la altura.
Al final del día, empapado y con los oídos aún resonando con el rugido de Mosi-oa-Tunya, el sol empieza a descender, tiñendo el cielo de naranjas y morados. La humedad de la cascada se disipa lentamente de tu piel, dejando una sensación de frescor. Puedes sentir el cansancio en tus piernas, pero también una profunda satisfacción. Es el momento perfecto para buscar un lugar tranquilo en el pueblo, sentarte, y sentir el calor del sol secando la ropa mientras el sonido de la cascada se convierte de nuevo en un murmullo lejano. Hay varios restaurantes y cafés donde puedes reponer fuerzas con una buena comida local o simplemente disfrutar de una bebida fría. Los recuerdos son el mejor souvenir, pero si quieres llevarte algo tangible, encontrarás artesanía local en el mercado.
Sofía en Ruta