Piazzale Michelangelo Tours and Tickets

Imagina que el sol de Florencia te envuelve. No necesitas ver para sentir cómo la ciudad se abre ante ti. Subes, paso a paso, y el aire cambia. Se vuelve más ligero, más amplio. Puedes sentir la brisa en tu cara, trayendo el leve murmullo de las calles de abajo, un eco lejano de campanas y el suave roce de las hojas de los cipreses. Sabes que estás llegando a un lugar especial, un punto de respiro donde todo se expande.

Una vez arriba, tus pies se encuentran con una superficie que es, en su mayor parte, una gran extensión abierta y lisa. No son caminos estrechos o laberínticos; es un espacio generoso, con el pavimento un poco rugoso de asfalto y adoquines en algunas zonas, pero diseñado para que te muevas con libertad. Sientes cómo el suelo se inclina suavemente hacia el borde, como si te invitara a acercarte a la barandilla. No hay barreras, no hay desvíos confusos. Es una invitación directa: "Ven aquí, siente el pulso de la ciudad bajo tus pies y el horizonte infinito." A medida que te desplazas, puedes notar las vibraciones de la gente a tu alrededor, el eco de sus voces en el espacio abierto, y la sensación de un suelo firme y expansivo que te guía de forma intuitiva.

Para moverte por la Piazzale, ten en cuenta que el acceso principal desde la ciudad implica una subida constante. Si vienes andando, hay escaleras y rampas que te llevan hasta arriba; no son complicadas, pero sí un buen ejercicio. Una vez en la plaza, es muy accesible para sillas de ruedas o cochecitos, ya que la mayor parte es plana y abierta. Hay zonas con bancos para descansar y algunos quioscos donde puedes tomar algo. Lo mejor es ir con calzado cómodo, sin importar cómo llegues, porque querrás moverte y sentir la inmensidad del lugar. Si buscas un punto más tranquilo, dirígete hacia los laterales o la parte superior, cerca de la iglesia de San Miniato al Monte, donde la afluencia de gente es menor y puedes disfrutar de una paz más profunda.

Olya de las callejuelas

¿Te has preguntado alguna vez cuándo es el momento perfecto para sentir Florencia desde lo alto del Piazzale Michelangelo, no solo para verla, sino para *vivirla* con cada sentido? No es solo una cuestión de mes, créeme. Para mí, el momento más mágico es una tarde tardía de finales de otoño o principios de primavera. Imagina esto: subes la colina mientras el sol ya empieza a descender, pero aún no se ha escondido del todo. El aire es fresco, no pica, pero te envuelve con una caricia suave que te hace sentir vivo. Puedes percibir un ligero aroma a tierra húmeda, a hojas secas crujiendo bajo los pies de los pocos transeúntes que te acompañan, y quizás un tenue rastro de incienso que llega desde alguna iglesia cercana. Escuchas el murmullo de la ciudad que se extiende debajo, un eco lejano de campanas que marcan la hora y el suave repiqueteo de voces, nunca un griterío. La gente no abarrota el espacio; hay suficiente para sentirte acompañado, pero no oprimido. Puedes moverte libremente, encontrar tu propio rincón. El clima, ni frío ni caluroso, permite que la piel respire y que la luz dorada pinte los edificios de un tono cálido y envolvente, creando una atmósfera de asombro tranquilo y contemplación.

Para llegar, si buscas la experiencia completa, te sugiero caminar. No solo es gratis, sino que te permite absorber el ambiente poco a poco. Desde el Arno, puedes seguir las señales o simplemente apuntar hacia arriba y empezar la subida por las escalinatas de la Rampe del Poggi. Son unos 15-20 minutos de ascenso constante, así que lleva calzado cómodo. Si prefieres algo más rápido o si la movilidad es un problema, hay autobuses urbanos (líneas 12 y 13) que te dejan justo arriba. Para evitar las multitudes más densas, ve temprano por la mañana si buscas soledad y silencio, o, como te decía, al atardecer en temporada baja. Si vas en pleno verano al atardecer, prepárate para compartir el espacio con cientos de personas; es impresionante, sí, pero la experiencia sensorial es diferente, más ruidosa y menos íntima.

Pero el Piazzale no es solo la vista principal. Una vez arriba, date tiempo para explorar un poco más. Justo al lado, hacia la izquierda, encontrarás el Jardín de las Rosas. Imagina caminar por senderos donde el aire se impregna con el dulce y variado perfume de cientos de rosas, especialmente en mayo y junio. Puedes sentir la suavidad de los pétalos si te acercas con cuidado, el zumbido de las abejas. Y más arriba aún, la Basílica de San Miniato al Monte. Al entrar, el silencio es casi absoluto, solo roto por el eco de tus propios pasos sobre la piedra antigua. El aire es más fresco, cargado con el aroma a cera y a historia. Es un contraste maravilloso con la energía del mirador principal, un refugio de paz que te invita a la reflexión.

El tiempo, más allá de la estación, transforma completamente la sensación del lugar. En un día de lluvia, por ejemplo, el mármol y las calles brillan bajo la luz opaca, y el sonido de las gotas al caer crea una sinfonía melancólica. El aire se siente más limpio, más puro, y el aroma a tierra mojada es intenso. Con el calor del verano, el sol puede ser abrasador; sientes el asfalto irradiando calor y la necesidad de buscar sombra. El sonido dominante es el de las voces humanas y el zumbido de la ciudad bajo el sol. En un día frío de invierno, el viento puede morderte la cara, pero la vista es increíblemente nítida y los colores del cielo son más intensos. Puedes ver tu aliento en el aire y el silencio es más profundo, casi solemne. Cada tipo de clima ofrece una forma única de conectar con Florencia, de sentirla en tus huesos y en tu piel.

Leo del Camino

¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo a un lugar donde el corazón de Florencia se despliega ante tus ojos, el Piazzale Michelangelo. Imagina que empiezas a subir por una de esas calles empinadas, adoquinadas, que tanto carácter le dan a la ciudad. Sientes el esfuerzo en tus piernas, un eco de los pasos de miles de personas antes que tú. El murmullo de la ciudad se va haciendo más tenue, y en su lugar, escuchas el suave roce de las hojas de los árboles o el canto de algún pájaro que te acompaña en el ascenso. El aire, aunque sea en pleno verano, tiene un frescor inesperado a medida que ganas altura. Hay una anticipación, una promesa en cada paso.

Y de repente, llegas. Es como si el telón se abriera. Sientes el espacio vasto y abierto, el viento que te acaricia el rostro y te trae el aroma de los pinos y el dulce olor de las flores lejanas. El sol, si tienes la suerte de ir al atardecer, te calienta la piel con una luz dorada que lo tiñe todo. Escuchas el suave bullicio de la gente que te rodea, voces en mil idiomas, risas, el clic de las cámaras, pero todo se funde en un solo coro de asombro. Puedes casi sentir la inmensidad del Duomo, la cúpula de Brunelleschi, que se alza majestuosa, y el Arno, ese río que ha sido testigo de tanta historia, serpenteando suavemente bajo los puentes. No es solo una vista, es una sensación de plenitud, de estar en el centro de algo eterno.

Y te diré un pequeño secreto que me contó una anciana florentina una vez mientras observábamos el mismo atardecer. Me dijo: "Para nosotros, el Piazzale no es solo un mirador. Es el lugar donde vienes a recordar quién eres, de dónde vienes. Mi padre me trajo aquí cuando era niña para ver las luces de la ciudad, y yo he traído a mis hijos y a mis nietos. Es donde la ciudad te abraza y te dice que siempre será tu hogar, no importa lo lejos que viajes. Es el lugar donde el corazón de Florencia late más fuerte". Es un sitio para respirar hondo y sentirte parte de algo mucho más grande que tú.

Cuando planifiques tu visita, mi consejo más honesto es que intentes ir al atardecer. Sí, va a estar lleno de gente, y puede que tengas que buscar tu hueco, pero la luz que baña la ciudad en ese momento es magia pura. Los colores del cielo cambian del azul más profundo a naranjas, rosas y púrpuras que se reflejan en las fachadas de los edificios. Si prefieres la tranquilidad, ve a primera hora de la mañana. Verás la ciudad despertar, con una luz suave y menos gente, lo que te permitirá empaparte del ambiente con más calma. Es una experiencia completamente diferente pero igual de gratificante.

Para llegar, tienes varias opciones. Si te sientes con energía y te gusta caminar, es un paseo precioso, aunque empinado, de unos 20-30 minutos desde el centro, cruzando el Arno. Ponte zapatos cómodos, ¡tus pies te lo agradecerán! Otra opción muy práctica es coger el autobús, las líneas 12 o 13 te dejan directamente arriba. Es rápido y te ahorras la subida. También puedes tomar un taxi, que es la opción más cómoda si no te importa gastar un poco más. Lleva siempre una botella de agua, especialmente si vas en verano, y si vas al atardecer, quizás un pañuelo o una chaqueta ligera, ya que la brisa puede ser fresca. No hay necesidad de comprar souvenirs arriba a menos que algo te encante, hay muchas tiendas en el centro si buscas algo más auténtico.

¡Hasta la próxima aventura!

Leo en ruta.

Imagina el viento acariciando tu rostro mientras subes, un viento que huele a piedra antigua y a la promesa de algo grandioso. El Piazzale Michelangelo no es solo un mirador; es un abrazo de aire fresco y voces lejanas que te envuelve. ¿Dónde parar? Simplemente, déjate llevar por el sonido de las risas y el murmullo de la gente. Notarás un espacio amplio, una especie de balcón natural que se abre justo frente a ti. Es ahí, donde el suelo de piedra es más liso bajo tus pies y sientes la brisa más fuerte, el lugar donde todos se detienen. No hay un punto exacto, es el espacio que te llama, donde el aire se siente más abierto y el sonido de la ciudad sube hasta ti.

Desde ese punto, el mundo se abre ante ti. No necesitas ver para sentir la inmensidad. Imagina una manta de tejas rojas extendiéndose hasta el horizonte, cada una guardando siglos de historias bajo su calor. Percibe la forma inconfundible de la cúpula de Brunelleschi, como un gigante domo que irradia la esencia de la ciudad y que casi puedes tocar con la mirada. Puedes sentir la curva del río Arno serpenteando, y si cierras los ojos, casi puedes escuchar el eco de las voces que cruzan el Ponte Vecchio, un puente que se siente vivo, lleno de movimiento y de ecos de pasos. El aire aquí arriba es diferente, más libre, y te envuelve con la historia de Florencia.

Ahora, ¿cuándo ir? Si buscas paz, ve por la mañana temprano. Antes de que el sol caliente demasiado, el aire es fresco y el lugar está casi vacío. Puedes escuchar los pájaros y sentir la calma de la ciudad despertando, un murmullo suave de la vida que empieza. Para una vibra completamente diferente, el atardecer es mágico. La luz se vuelve dorada, cálida, y la ciudad se enciende poco a poco, como si mil velas se encendieran en la distancia. Hay más gente, sí, pero la energía es contagiosa y el ambiente se llena de un zumbido feliz. Es el momento perfecto para sentir el pulso de Florencia antes de que se duerma.

Olya from the backstreets

Acabo de volver de Florencia y tengo que contarte del Piazzale Michelangelo. Imagina que subes un poco, a pie o en autobús, y de repente, el aire se vuelve más ligero, el sol te calienta la cara y el viento te trae el murmullo lejano de la ciudad que se extiende debajo de ti. No solo la ves, la sientes. Es como si la silueta de Florencia, con su Duomo imponente y el Ponte Vecchio, se desplegara ante ti en un abrazo visual. Puedes sentir la inmensidad, la historia, el peso de los siglos en cada brisa.

Para llegar, puedes caminar, y te prometo que cada paso cuesta arriba vale la pena. Sientes el empedrado bajo tus pies, el esfuerzo en tus piernas, y el olor a ciprés mezclado con el tráfico lejano mientras la ciudad se va haciendo más pequeña. O puedes tomar un autobús, que te deja casi en la cima, pero te pierdes esa sensación de "conquista". Lo que más me sorprendió fue la energía del lugar: la cantidad de gente, sí, pero también la calma que se respira a pesar de todo. Es un punto de encuentro, escuchas idiomas de todas partes, risas, algún músico callejero que te envuelve con melodías.

Mi consejo más práctico: ve al atardecer. Sí, va a estar lleno, pero la luz dorada que baña la ciudad es otra cosa. Si puedes ir un poco antes, como una hora y media antes de que el sol se ponga, encontrarás un buen sitio para sentarte o apoyarte. Lleva agua, sí o sí, especialmente si caminas. Y calzado cómodo, claro. Hay algunos puestecitos de comida y bebida arriba, pero son caros. Mejor lleva tus propios snacks si quieres ahorrar.

Lo que más me gustó fue cómo la ciudad se revela capa por capa. Ves la historia, la arquitectura, el río Arno como una cinta plateada que serpentea por el corazón de todo. Es como si Florencia te susurrara sus secretos directamente al alma. Lo que no me encantó fue la aglomeración. A veces era difícil encontrar un hueco para simplemente *estar* sin ser empujado. Y los vendedores ambulantes pueden ser un poco insistentes. Pero, ¿merece la pena? Absolutamente. Es un lugar para sentir Florencia, no solo verla en una postal.

Léa desde el camino.

Imagina el sol, cálido y dorado, acariciándote la cara, no con dureza, sino como un abrazo suave y constante. Escuchas una sinfonía de sonidos: el murmullo distante de la ciudad, el suave parloteo de conversaciones en decenas de idiomas, y quizás, solo quizás, las dulces notas de un acordeón flotando en la brisa. Sientes la piedra lisa y fresca bajo tu mano mientras te apoyas ligeramente, absorbiendo la inmensidad. No es solo una vista; es una respiración, un momento de asombro puro y sin adulterar. El aire mismo se siente diferente aquí arriba, más ligero, trayendo consigo el aroma de los cipreses y la piedra antigua calentada por el sol. Y mientras te quedas, de pie o sentado, o simplemente *eres*, te das cuenta de que la ciudad de abajo no es solo un conjunto de edificios. Es una historia viva que respira, desplegándose ante ti, con sus tejados rojos como joyas esparcidas y el río Arno, una cinta de plata serpenteando por todo ello.

Ahora, hablemos de lo práctico para moverte. Si necesitas una silla de ruedas o un scooter, no vas a encontrar un sitio de alquiler justo en Piazzale Michelangelo. Es un mirador, no una zona comercial. Tu mejor opción es alquilar en el centro de Florencia antes de subir. Hay tiendas especializadas que se dedican a esto. Por ejemplo, busca "Florence Mobility" en Via dei Bardi, 45R. Está en el barrio de Oltrarno, al otro lado del río Arno, no muy lejos del Ponte Vecchio. Es super recomendable que reserves con antelación, sobre todo si vas en temporada alta. Puedes llamarles o revisar su página web. Así te aseguras de que tengan lo que necesitas y del tamaño adecuado. En cuanto al precio, varía, pero para que te hagas una idea, un scooter o una silla de ruedas motorizada puede costar entre 30 y 50 euros al día, y una silla manual bastante menos, quizás unos 10-15 euros. A menudo tienen tarifas por varios días o por semana que son más económicas. Una vez que tengas tu equipo, para subir a Piazzale Michelangelo, la forma más accesible es coger el autobús (líneas 12 o 13 desde el centro, asegúrate de que sean accesibles) o un taxi. El camino es cuesta arriba y puede ser un poco exigente si vas con silla manual y sin ayuda.

Olya from the backstreets

Imagina que empiezas a subir una colina, no una subida agotadora, pero sí sientes el ritmo constante en tus piernas. El bullicio de las calles de Florencia empieza a difuminarse detrás de ti, los sonidos de las motos y las conversaciones se vuelven más lejanos, como un eco. Poco a poco, el aire se siente diferente, más fresco, como si te estuvieras elevando por encima de todo. Caminas, y cada paso te acerca a algo grande. Y de repente, sin previo aviso, la vista se abre. Es como si el mundo entero se desplegara ante ti.

Una vez arriba, la primera sensación es la inmensidad. Tus ojos recorren una postal viviente: los tejados de terracota, el Duomo elevándose majestuoso, el Arno serpenteando con sus puentes. No es solo ver; es sentir la escala de la historia. Escuchas el murmullo de cientos de voces en distintos idiomas, risas, el suave rasgueo de una guitarra callejera. El aire trae consigo un ligero aroma a pino mezclado con el dulzor de un helado cercano. Puedes sentir la brisa, suave o quizá un poco más fuerte si es un día ventoso, que te despeina ligeramente y te refresca la piel.

El sol, si vas al atardecer, te envuelve en un abrazo cálido, tiñendo los edificios de un dorado imposible. Sientes la piedra bajo tus pies, a veces un poco áspera, otras lisa por el paso de miles de personas. Hay un ambiente de celebración, de asombro compartido. Puedes sentir la energía vibrante de la gente a tu alrededor, algunos sentados en los escalones, otros de pie, todos absortos en la misma vista, pero cada uno viviendo su propio momento. Es un lugar para respirar hondo, para dejar que la belleza te inunde y para sentirte parte de algo mucho más grande.

Un consejo: si puedes, ve al atardecer. Es cuando la luz lo transforma todo y el cielo se pinta de colores que no creerías. Lleva una botella de agua, especialmente en verano, porque el camino es cuesta arriba y una vez arriba, no hay muchas fuentes. Si te apetece un tentempié, suele haber vendedores ambulantes de *lampredotto* o helados. Para bajar, puedes volver andando o tomar un autobús; hay paradas cerca. No esperes encontrar mucho sitio para sentarte, la mayoría de la gente está de pie, absorbiendo el momento. Simplemente prepárate para ser parte de la multitud y disfrutar de una de las mejores vistas del mundo.

Olya from the backstreets

¡Hola, viajeros! Hoy nos vamos a Florencia, pero no a la típica postal. Vamos a sentir la Piazzale Michelangelo, un lugar que te abraza antes de que siquiera veas la vista.

Imagina que subes, paso a paso. No importa si vas en autobús o caminas, la sensación es de ascenso. Escuchas el murmullo de la ciudad que se va quedando atrás, un zumbido constante que se vuelve más suave con cada metro que ganas. Tus pies, firmes sobre el asfalto o las losas, sienten la ligera inclinación. El aire se siente un poco más fresco, menos denso que en las callejuelas de abajo. Puedes sentir cómo el espacio se abre, cómo el pecho se expande. Y de repente, ese último giro, ese último escalón, y una brisa te golpea la cara. Es una brisa que trae consigo el rumor lejano del río Arno, el eco de las campanas de las iglesias y un leve, casi imperceptible, aroma a pino que viene de los pequeños árboles que bordean el camino.

Ya estás ahí. No solo "ves" Florencia, la sientes. Imagina que extiendes los brazos y puedes casi tocar esa cúpula inmensa de Brunelleschi, que parece flotar sobre el horizonte. Sientes el calor del sol en tu piel, que calienta la piedra antigua bajo tus pies. Si te paras un momento y te concentras, más allá del bullicio de la gente, puedes escuchar un sonido muy particular y fácil de pasar por alto: el *rasquido intermitente y suave* de los lápices de los artistas callejeros sobre el papel, mezclado con el *leve crujido del albero* —esa gravilla rojiza tan florentina— que se disemina por las zonas menos transitadas. Y si la brisa se levanta, puedes percibir un *dulce y polvoriento olor a ciprés* que sube desde los jardines y se mezcla con el aire urbano, una fragancia que no está en las guías, pero te envuelve.

Para llegar a este punto, tienes varias opciones. Si te gusta sentir la ciudad, te recomiendo subir caminando desde el río. Es una subida constante de unos 20-25 minutos desde el Ponte alle Grazie, pero no es tan empinada como parece y hay muchos puntos para parar y mirar. Si prefieres la comodidad, puedes tomar el autobús 12 o 13 desde la estación de tren Santa Maria Novella o desde el centro. Te dejarán justo en la Piazzale. Mi consejo es ir al atardecer; la luz que baña la ciudad es mágica, pero prepárate para la multitud. Si buscas más tranquilidad, el amanecer es espectacular y tendrás el lugar casi para ti solo.

Lleva siempre calzado cómodo, sin importar cómo subas. Y aunque hay algunos quioscos y un pequeño bar en la Piazzale, es buena idea llevar una botella de agua, especialmente en verano. No hay baños públicos muy accesibles, así que planifica con antelación. Si te apetece un café con una vista aún más íntima, busca el Giardino delle Rose o el Giardino Bardini, justo debajo de la Piazzale; son oasis de calma y ofrecen perspectivas ligeramente diferentes, menos conocidas y perfectas para un momento de introspección.

Olya from the backstreets

Imagina que el aire de Florencia te abraza mientras subes, una brisa suave que trae el murmullo de la ciudad, pero también el aroma a ciprés y tierra húmeda. Sientes el sol tibio en tu piel, una caricia constante que te guía. Arriba, el espacio se abre y el sonido de las campanas de la ciudad, que antes era un eco lejano, se vuelve más nítido, como si te contaran historias de siglos pasados. Es un lugar donde el tiempo parece detenerse, y solo queda la inmensidad bajo tus pies, una sensación de libertad que te envuelve por completo.

Mientras subes, cada paso te conecta con la tierra. Sientes el camino bajo tus pies, a veces liso, a veces con pequeñas imperfecciones, como si la historia misma se hubiera solidificado en cada adoquín. No te apresures; el ascenso es parte de la experiencia. Si usas bastón, sentirás cómo se asienta firme o resbala un poco en ciertas zonas. Es una buena idea llevar calzado cómodo y con buena suela, algo que te dé seguridad en cada pisada, especialmente porque el terreno puede ser irregular.

Una vez arriba, el espacio del Piazzale se abre ante ti. El suelo aquí puede ser engañoso, especialmente después de una lluvia ligera o con el rocío de la mañana. Imagina que es como caminar sobre baldosas pulidas: a veces, sin darte cuenta, tus pies pueden resbalar un poco más de lo esperado. Siempre pisa con intención, sintiendo bien el apoyo. Si notas que el suelo está húmedo o muy liso, busca las zonas más rugosas o camina por los bordes donde la textura es diferente. No hay prisa, la vista espera y tu seguridad es lo primero.

Aquí arriba, la energía de la gente es palpable. Escucharás risas, el clic de las cámaras y a veces, alguna voz insistente. A veces hay personas que se acercan ofreciéndote 'ayuda' o pequeñas baratijas, como pulseras o flores, con la intención de pedir dinero. Mi consejo, de amiga a amiga, es mantener tu espacio personal. Una sonrisa amable y un "no, gracias" firme y claro suelen ser suficientes. Si sientes que alguien insiste demasiado, simplemente aléjate con calma y dirígete a donde haya más gente. Guarda tus objetos de valor en un lugar seguro y accesible solo para ti, como un bolsillo interior con cremallera. Tu tranquilidad es lo primero.

Olya de las callejuelas.

¡Hola, viajeros y amantes de los detalles! Hoy quiero llevaros a un lugar icónico de Florencia, el Piazzale Michelangelo, pero no para la típica foto. Vamos a explorarlo con todos los sentidos, especialmente si sois de los que disfrutan la vida al ritmo de la naturaleza.

Imagina que subes, paso a paso, y el bullicio de la ciudad empieza a difuminarse ligeramente. Sientes cómo el aire se vuelve un poco más fresco a medida que ganas altura. De repente, una brisa suave te acaricia la cara, trayendo consigo no solo el aroma a pino que a veces se cuela desde los jardines cercanos, sino también el eco de unos chillidos agudos que cortan el cielo. No son gaviotas, no. Son los vencejos, los dueños del cielo florentino, que dibujan sus acrobacias invisibles sobre tu cabeza, anunciando la inmensidad que está a punto de revelarse.

Si eres un observador de aves, el Piazzale Michelangelo esconde sus propios secretos alados. Los protagonistas indiscutibles son los vencejos comunes (Apus apus), que verás y oirás incansablemente, especialmente al atardecer, cuando sus gritos se intensifican mientras cazan insectos. También te acompañarán los ubicuos gorriones comunes (Passer domesticus), curiosos y confiados, que revolotean por las terrazas y los arbustos. Ocasionalmente, si tienes suerte y miras hacia el valle del Arno, podrías atisbar la silueta de un cernícalo vulgar (Falco tinnunculus) planeando o cerniéndose en busca de presas. Para una observación más tranquila, aléjate un poco de la barandilla principal. Hay pequeñas zonas ajardinadas y escalinatas que descienden ligeramente por los laterales; busca un banco o un rincón discreto por allí, donde el murmullo de la gente se atenúa y los sonidos de las aves se hacen más claros.

El mejor momento para esta experiencia ornitológica es, sin duda, a primera hora de la mañana, justo después del amanecer, o al final de la tarde, antes de la puesta de sol. Por la mañana, la afluencia de turistas es mínima, el aire es nítido y la actividad de las aves es máxima, buscando alimento. Por la tarde, los vencejos regresan en grandes bandadas a sus dormideros urbanos, ofreciendo un espectáculo aéreo increíble. Lleva unos prismáticos pequeños si los tienes; te ayudarán a captar los detalles de sus vuelos y a identificar otras especies que puedan estar de paso. La paciencia es tu mejor aliada aquí, como en cualquier buena sesión de observación.

Clara del Camino