Acabo de volver de Monasterboice, o Mainistir Bhuithe como lo llaman allí, cerca de Dublín, y tengo que contarte. Es uno de esos sitios que te sacuden un poco por dentro. No es un museo pulcro; es un campo abierto, antiguo, donde la historia se siente en el aire. Desde el momento en que pones un pie allí, entiendes que estás en un lugar donde el tiempo se ha estirado, donde cada piedra cuenta una historia milenaria que casi puedes escuchar susurrar. Es un viaje al pasado, pero de verdad.
Imagina que caminas por el césped, que huele a tierra húmeda y a hierba recién cortada, incluso en un día nublado. Tus ojos se posan en las cruces celtas, unas moles de piedra que se alzan imponentes, cubiertas de grabados que parecen cobrar vida. Acércate, toca el granito frío y rugoso; sientes la aspereza de siglos de lluvia y viento. Puedes pasar tus dedos por los nudos intrincados, por las escenas bíblicas desgastadas que, aún así, te hablan de fe y de arte antiguo. El silencio es casi palpable, solo roto por el suave zumbido del viento que parece llevar consigo las voces de los monjes que una vez vivieron aquí.
Justo al lado, se alza la torre redonda, altísima y estrecha, como un centinela silencioso. No puedes entrar, pero no importa. Levanta la vista y siente su presencia, su desafío al tiempo. El cementerio que la rodea está lleno de lápidas inclinadas, algunas cubiertas de musgo, otras con inscripciones casi ilegibles. Aquí, cada paso que das es sobre historia. Puedes escuchar el crujido de las hojas secas bajo tus pies, el eco de tus propios pasos en un lugar tan vasto y antiguo. Es un sitio que te invita a la introspección, a sentir la pequeñez de uno mismo frente a la inmensidad del tiempo.
Si te animas a ir, lo más práctico es coger un autobús. Desde la estación de Busáras en Dublín, busca los que van hacia Drogheda o Dundalk. Dile al conductor que vas a Monasterboice. El trayecto dura más o menos una hora, dependiendo del tráfico. Es un poco apartado, así que no esperes bajarte en la puerta; tendrás una pequeña caminata desde la carretera principal, pero es una caminata agradable por un camino rural tranquilo.
Y aquí viene el aviso: Monasterboice es un sitio histórico, sí, pero no es un "atracción turística" con todas las comodidades. No hay centro de visitantes, ni cafetería, ni baños, ni tienda de souvenirs. Es literalmente un campo con ruinas y cruces. No hay horario de apertura oficial; está abierto al público, así que puedes ir cuando quieras. Te recomiendo ir por la mañana temprano o al final de la tarde para evitar multitudes y disfrutar de la paz y la luz. Lleva calzado cómodo, porque caminarás por césped y tierra, y algo de beber. Es un lugar para sentir, no para comprar.
Lo que me sorprendió, y quizás lo que menos me "funcionó" en el sentido práctico, es precisamente esa falta total de infraestructura. Por un lado, es genial porque mantiene el lugar auténtico y crudo, sin distracciones. Pero por otro, si esperas una experiencia "curada" con paneles explicativos o guías, no la vas a encontrar. Tienes que ir preparado para sumergirte en el lugar sin ayuda. Me sorprendió lo pequeño que es el recinto en sí, esperaba algo más extenso, pero la intensidad de lo que hay allí lo compensa con creces. Es un sitio para el alma, no para la lista de "cosas que hacer".
¡Un abrazo desde el camino!
Olya from the backstreets