¡Hola, trotamundos! Soy Olya from the backstreets, y hoy te llevo a un lugar en Dublín que me tocó el alma, la Dublin City Gallery The Hugh Lane. No es solo una galería, es una experiencia que se despliega ante ti, paso a paso, como una historia. Imagina que el aire fresco de Dublín, ligeramente húmedo, te da la bienvenida al acercarte a la imponente fachada de esta antigua casa georgiana. Puedes sentir la solidez de sus muros de piedra, la promesa de arte y tranquilidad que guarda dentro. Al subir los pocos escalones de piedra a la entrada principal, tus pies perciben la firmeza del granito, un preludio a la elegancia que te espera. La gran puerta de madera, masiva y con un sutil olor a antigüedad y barniz, se abre casi sin esfuerzo, invitándote a un silencio que te envuelve, un respiro del bullicio de la ciudad.

Una vez dentro, el espacio se abre ante ti de una manera grandiosa pero acogedora. Tus pies notan de inmediato la suavidad pulida del mármol y la piedra bajo las botas, una superficie continua y lisa que facilita el movimiento sin tropiezos. No hay adoquines ni irregularidades aquí; todo está diseñado para una transición fluida. El gran hall central es como un corazón, desde el cual los pasillos se extienden en todas direcciones, invitándote a explorar. Puedes sentir la amplitud del techo alto, que permite que el sonido de tus propios pasos y los susurros de otros visitantes se disipen suavemente, creando una atmósfera de calma. Los pasillos son generosos en ancho, no te sientes apretado en ningún momento, y la luz natural que entra por las grandes ventanas te guía de forma intuitiva hacia las distintas salas, cada una con su propia personalidad.

Para ascender a las plantas superiores, donde aguardan más tesoros, tienes dos opciones que te invitan a una experiencia sensorial diferente. Puedes elegir la majestuosa escalera de piedra, ancha y con un pasamanos de madera que se siente liso y fresco al tacto, donde cada escalón resuena con un eco suave, casi como si el edificio te contara sus siglos de historia. O, si lo prefieres, hay un ascensor moderno y espacioso que te eleva sin sobresaltos, ideal si necesitas una pausa o tienes movilidad reducida, permitiéndote sentir el suave ascenso mientras el espacio cambia a tu alrededor. En la planta superior, un lugar que te impactará es el estudio de Francis Bacon. El camino hacia él es una transición de la elegancia a la intimidad: entras en un espacio que es una recreación fiel, una cápsula del tiempo. Aquí, el suelo cambia, puedes sentir la textura ligeramente más áspera y el sonido amortiguado de tus pasos, y el aire parece más denso, casi palpable con la energía creativa y caótica del artista. Es un espacio que te envuelve, te invita a mirar de cerca, a casi tocar el desorden organizado que fue su universo.

Aquí va un consejo de amiga, sin rodeos: para sentir de verdad el Hugh Lane y sus caminos, mi recomendación es ir a primera hora de la mañana, justo cuando abren. Tendrás la galería casi para ti solo, lo que te permite moverte a tu propio ritmo, sin prisas. Los pasillos, como te decía, son amplios y muy cómodos para cualquier tipo de movilidad, incluso si vas con bastón o silla de ruedas, está todo muy bien pensado para que la experiencia sea accesible y placentera. El recorrido es bastante intuitivo, te lleva de una sala a otra sin confusión, pero no dudes en detenerte en los bancos de madera que encontrarás en varias salas; son perfectos para sentarte, descansar un momento y simplemente absorber la atmósfera. No hay atajos, pero tampoco te perderás, es un flujo natural que te invita a la contemplación.

¡Hasta la próxima aventura!

Olya from the backstreets

¿Sabes cuándo la Galería de la Ciudad de Dublín, The Hugh Lane, te abraza de verdad? No es solo un mes, es una sensación. Imagina que es una mañana de otoño, de esas en las que el aire ya pica un poco en la nariz, pero el sol aún lucha por asomarse entre las nubes. Entras y, de repente, el bullicio de Parnell Square se desvanece. Lo primero que sientes es la temperatura, un contraste suave y fresco con el exterior, como si el edificio respirara un aire distinto, más antiguo, más tranquilo. Un tenue aroma a madera pulida y papel viejo flota en el ambiente, casi imperceptible, pero te envuelve. Escuchas el eco amortiguado de tus propios pasos sobre el suelo de madera, mezclado con el susurro ocasional de otras personas, voces bajas que respetan el silencio. La luz, filtrada por los ventanales altos, es suave y difusa, haciendo que los colores de los cuadros parezcan cobrar vida propia, sin deslumbramientos. La multitud es escasa en esos momentos, apenas unas pocas almas errantes que, como tú, buscan la introspección. La lluvia, si cae fuera, solo intensifica esa sensación de refugio y calidez interna, haciendo que cada obra te parezca un portal a otro tiempo, a otra emoción.

Para vivir esa experiencia de inmersión total, te diría que apuntes a un día de semana por la mañana, justo después de la apertura. Evita los fines de semana si lo que buscas es paz; esos días se llena más y la energía cambia, se vuelve más de paseo que de contemplación. Cuando camines por los pasillos, no solo mires los cuadros; siente la amplitud de las salas, nota la textura de las paredes, la altura de los techos. Hay bancos de madera aquí y allá, aprovecha para sentarte, cerrar los ojos un momento y simplemente escuchar el silencio del lugar. Esos son los momentos donde la galería te habla sin palabras. No te olvides de buscar la sala del estudio de Francis Bacon. Al entrar, el aire cambia; es más denso, cargado con el peso de la creatividad y el caos. Sientes la energía del lugar, el desorden de objetos, pinceles, libros, como si el artista acabara de salir.

Y aquí va un consejo sincero: no te apresures. Este no es un lugar para "ver" rápido y tachar de una lista. Es un lugar para "sentir". Si hay una obra que te atrae, quédate con ella. Mira de cerca los trazos del pincel, la forma en que la luz incide sobre la pintura. Si puedes, busca las vidrieras; la luz que atraviesa el cristal tintado crea un ambiente mágico, proyectando colores vibrantes en las paredes y el suelo. Siente cómo la luz te envuelve. The Hugh Lane es de esos lugares que te recuerdan que el arte no es solo algo para ver, sino algo para experimentar con todos tus sentidos, un diálogo silencioso entre tú y la obra.

Olya desde las callejuelas.

Imagina que el bullicio incesante de O'Connell Street comienza a desvanecerse a medida que tus pasos te guían hacia un remanso de calma. Sientes cómo el aire cambia, volviéndose más ligero, más tranquilo. Un suave aroma a madera antigua y un sutil matiz a polvo de siglos te envuelven al cruzar el umbral del Dublin City Gallery The Hugh Lane. Cada paso sobre el suelo pulido resuena con una tranquilidad que contrasta con el mundo exterior. Tu mano roza una pared fría, sólida, mientras tus oídos captan el eco amortiguado de alguna conversación lejana, apenas un susurro. Aquí, el tiempo parece ralentizarse, invitándote a respirar hondo y a sentir el peso de la historia y el arte a tu alrededor.

Ahora, imagina entrar en una sala donde el caos es arte. Mi abuela, que siempre decía que para entender a un artista había que pisar su taller, se habría vuelto loca con esto. Aquí no solo ves cuadros; entras en el mismísimo estudio de Francis Bacon, trasladado pieza por pieza desde Londres. Sí, cada bote de pintura, cada trapo manchado, cada libro apilado, cada trozo de papel arrugado... todo está exactamente como él lo dejó. Puedes casi oler el aguarrás mezclado con el polvo, sentir la densidad del aire cargado de creatividad y desorden. Es como si pudieras tocar la energía de un genio, el torbellino de ideas que vivía en ese espacio. No es una recreación, es la realidad pura, un testimonio tangible de cómo un artista vivía y trabajaba, un lugar donde el arte no solo se colgaba, sino que se respiraba.

Para llegar, es más fácil de lo que parece. La galería está justo al norte de O'Connell Street, a solo un paseo corto de la calle principal de Dublín. Lo mejor es ir a primera hora de la mañana o a última de la tarde si quieres tener más espacio para ti y sentir la galería en su estado más tranquilo, sin grandes grupos. Y aquí va el consejo que te encantará: ¡la entrada es completamente gratis! Es un regalo para los sentidos. No te marches sin buscar las vidrieras originales del edificio, son una maravilla que a menudo pasa desapercibida, y el pequeño jardín interior es perfecto para un momento de quietud.

Cuando termines de empaparte de arte, quizás necesites un café o un bocado. Hay algunas cafeterías muy monas en las calles adyacentes, perfectas para procesar todo lo que has visto y sentido. O puedes volver hacia O'Connell Street y sumergirte de nuevo en la vida de la ciudad, con la memoria de la calma y el arte aún resonando en ti. Es una zona llena de vida, ideal para continuar explorando a pie y descubrir algún rincón inesperado.

Leo del Camino

Imagina que el aire a tu alrededor se vuelve más denso, cargado de historias silenciosas. Entras en un edificio que respira arte, donde cada paso sobre la madera antigua resuena con un eco suave, casi un susurro. Sientes la frescura de la piedra en tus dedos si rozas una pared, un contraste con el bullicio de la calle que acabas de dejar atrás. El olor es sutil, a libros viejos y a cera pulida, un aroma que te invita a bajar el ritmo, a respirar hondo. Escuchas el murmullo lejano de otras voces, pero aquí dentro, el silencio es cómplice, te envuelve, preparándote para lo que viene.

Si avanzas, guiándote por la curiosidad, llegarás a un espacio que es un mundo aparte: el estudio de Francis Bacon. Aquí, el caos es arte. No es una recreación, es *su* estudio, trasladado pieza a pieza desde Londres. Imagina una explosión controlada de objetos: pinceles secos, libros amontonados, botes de pintura, periódicos arrugados. El suelo está cubierto, las paredes también. Es denso, casi claustrofóbico, pero increíblemente revelador. Estás de pie en el mismo espacio donde las ideas más salvajes de un artista cobraron vida. Este es, sin duda, el lugar para tu foto; captura la esencia de un genio y su desorden creativo.

Para capturar la esencia de ese espacio tan peculiar, busca la luz de la mañana, justo cuando la galería abre. Las primeras horas son perfectas. La luz natural que se cuela por los ventanales (o la iluminación indirecta suave del museo) juega con las texturas, revelando cada detalle, cada mota de polvo, cada pincelada seca. O bien, si prefieres una atmósfera más íntima y menos concurrida para sentir la energía de ese caos sin prisas, acércate hacia el final de la tarde. El murmullo de la galería baja, y el estudio de Bacon se siente aún más personal, casi como si estuvieras allí a solas con sus fantasmas creativos.

Ana en ruta

¡Hola, gente! Acabo de volver de la Dublin City Gallery The Hugh Lane y tengo que contártelo todo, tal cual.

Imagina que dejas atrás el bullicio de Parnell Square, el sonido constante de los autobuses y las conversaciones a mil por hora. De repente, cruzas una puerta y el aire cambia. Se vuelve más denso, más silencioso. Sientes la solemnidad de un edificio antiguo, la piedra fría bajo tus pies mientras subes las escaleras. Es un espacio que te envuelve en una calma inesperada. Es gratis entrar, lo cual ya es una maravilla, y está justo en Parnell Square, súper fácil de llegar en bus o caminando desde el centro.

Lo que más me voló la cabeza fue, sin duda, el estudio de Francis Bacon. Entras en una sala y es como si te transportaras a otro mundo, a otro tiempo. No es una recreación, ¡es el estudio original, trasladado pieza a pieza! Imagina el caos organizado: sientes la textura de los papeles arrugados, los libros apilados, las latas de pintura secas. Si pudieras oler, percibirías una mezcla de polvo, óleo viejo y la intensidad de la creatividad. Es un espacio íntimo, casi sofocante por la cantidad de objetos, pero te sientes increíblemente cerca de la mente de un genio. Es un desorden que te habla de vida, de trabajo, de obsesión.

Después de la intensidad de Bacon, pasas a otras salas que ofrecen un contraste brutal. La galería tiene una colección impresionante de arte irlandés y también algunos impresionistas que te llenan de luz. Sientes cómo el espacio se abre, el aire se aligera y la mirada se relaja. Las salas son amplias, con una luz natural preciosa que entra por los ventanales. Es el lugar perfecto para sentarse en uno de los bancos de madera, sentir el tacto de la madera pulida y simplemente escuchar el silencio, roto solo por el suave murmullo de otros visitantes o el eco de tus propios pasos. Me sorprendió muchísimo la calidad de la colección para ser una galería gratuita; esperaba algo más modesto y me encontré con verdaderas joyas.

Ahora, lo que no me convenció del todo: si no te interesa el arte moderno o la historia del arte irlandés, puede que te quedes con ganas de algo más "grande" o más interactivo. No es un museo de esos que te bombardean con información por todos lados. Es más para contemplar, para sentir el arte. Y el café, aunque funcional, no es nada del otro mundo, así que no vayas con grandes expectativas culinarias. Mi consejo práctico: ve por la mañana entre semana, es cuando hay menos gente y puedes disfrutar de la tranquilidad al máximo. Con una hora y media o dos, tienes de sobra para verlo todo con calma.

En resumen, no es una galería gigantesca, pero es un remanso de paz y un lugar de inspiración pura en medio de Dublín. Si buscas un momento de introspección, de conexión con el arte y con la historia de una forma muy personal, este es tu sitio. Sales de allí con una sensación de haber descubierto un pequeño gran tesoro.

¡Hasta la próxima aventura!

Max en ruta.

Imagina que el aire de Dublín te envuelve, un abrazo fresco y ligeramente húmedo que trae consigo el eco de risas lejanas y el murmullo constante de la ciudad. Sientes el pulso bajo tus pies mientras caminas por sus calles empedradas, cada adoquín contando una historia. La luz, a veces tenue, a veces sorprendentemente brillante, juega con las fachadas de ladrillo, calentando tu piel por un instante antes de que una brisa te recuerde dónde estás. Es una ciudad que se vive con todos los sentidos, especialmente cuando te acercas a sus rincones más artísticos, como la Galería de la Ciudad de Dublín, The Hugh Lane.

Al cruzar el umbral de The Hugh Lane, el bullicio exterior se difumina, casi como si una manta suave de silencio cayera sobre ti. El aire interior tiene un olor distinto, una mezcla sutil de madera antigua, el leve aroma a papel y el inconfundible 'olor a museo' que te invita a la calma. Escuchas el suave roce de los pasos sobre los suelos pulidos, quizás un susurro ocasional, pero sobre todo, el silencio que te permite sentir la presencia del arte a tu alrededor. Puedes casi tocar la textura de las pinceladas en los lienzos, sentir la frialdad del mármol de una escultura. Es un espacio para la introspección, para dejar que tus manos y tu corazón exploren lo que tus ojos no ven.

Y mientras te sumerges en esa atmósfera de quietud y contemplación, quizás la idea de moverte libremente, de explorar cada sala a tu propio ritmo, se vuelve aún más importante. ¿Qué pasa si necesitas un poco de ayuda para deslizarte por los pasillos, para acercarte a esa escultura que sientes que te llama, o para descansar tus pies sin perderte ni un solo detalle? Pensar en la accesibilidad es parte de la experiencia, porque todos merecemos sentir cada rincón de un lugar tan especial.

Para empezar, y esta es la opción más sencilla si tu visita a The Hugh Lane es puntual: la propia galería dispone de sillas de ruedas. Sí, ¡así de fácil! Solo tienes que preguntar en el mostrador de recepción al llegar. Su disponibilidad es limitada, claro, así que es buena idea llegar temprano o contactarles con antelación si quieres asegurarte. Es un servicio gratuito, pensado para que nadie se quede sin vivir la experiencia.

Si buscas algo más a largo plazo, o una scooter de movilidad, la cosa cambia un poco pero sigue siendo muy manejable. Hay empresas especializadas en Dublín que alquilan tanto sillas de ruedas como scooters, y muchas incluso te las entregan en tu alojamiento. Una de las más conocidas es Mobility Hire, que tiene una buena reputación en Irlanda. Puedes visitar su web (busca 'Mobility Hire Ireland' en tu navegador) o llamarles directamente para preguntar por sus opciones de alquiler en Dublín. Ofrecen tarifas diarias, semanales o incluso mensuales, y los precios varían según el equipo y el tiempo de alquiler (una silla de ruedas manual puede rondar los 15-25€ al día, mientras que una scooter puede ser más cara, a partir de 40-50€ al día, pero siempre pregunta por sus tarifas actuales).

Mi consejo de amiga: siempre es mejor reservar con antelación, sobre todo si vas en temporada alta. Así te aseguras de tener lo que necesitas y evitas sorpresas. Y no dudes en contactar directamente a la galería o a estas empresas; la gente en Dublín suele ser muy amable y dispuesta a ayudar con información.

Olya from the backstreets.

Imagina que el bullicio de O'Connell Street, con el ir y venir de la gente y el eco de los autobuses, empieza a desvanecerse. Caminas unos pasos y de repente, el aire se vuelve más fresco, más silencioso. Sientes la presencia de un edificio imponente, con escalones amplios que te invitan a subir. Es la Galería Hugh Lane, y lo primero que notas es la sensación de espacio y calma que te envuelve, como si cruzaras un umbral invisible. La entrada es libre, así que no hay fricción, solo la promesa de un respiro cultural.

Una vez dentro, el sonido de tus propios pasos sobre el suelo de madera o piedra resuena suavemente en los pasillos altos. No hay prisa aquí. Puedes tocar los marcos de algunas puertas antiguas, sentir la frialdad de la piedra en las paredes o la suavidad de una barandilla pulida por el tiempo. Te mueves por salas amplias, donde el aire parece más denso, cargado con la historia y la quietud de las obras. No se trata solo de ver, sino de *sentir* el arte: la escala de un busto, la presencia de una gran escultura que ocupa el centro de una sala, la forma en que la luz natural se filtra por los ventanales y acaricia las superficies. Aquí puedes encontrar desde la pintura irlandesa clásica hasta piezas más vanguardistas, todas creando un diálogo silencioso a tu alrededor.

Luego, subes unas escaleras y el ambiente cambia radicalmente. Te encuentras en un espacio pequeño, casi abrumador. Es el estudio de Francis Bacon, reconstruido meticulosamente. Aquí, el aire tiene un olor distinto, una mezcla sutil de polvo, papel viejo y quizás un eco de pintura. Sientes la densidad de miles de objetos amontonados: libros, lienzos, pinceles, botes. Es como si pudieras tocar el caos creativo, la energía frenética de un artista encapsulada en una habitación. Es un lugar que te hace sentir la urgencia y la pasión de la creación, casi puedes escuchar el murmullo de ideas en el aire.

Más allá, la luz cambia de nuevo. Puedes pasar por una sala donde la luz se filtra a través de vidrieras, creando un juego de colores y sombras en el suelo y las paredes. Si te acercas, puedes sentir la frialdad y la textura del cristal, la forma en que las diferentes secciones se unen. También hay exposiciones temporales que van rotando, así que cada visita puede ofrecerte una experiencia nueva, con diferentes materiales y sensaciones. Si necesitas un momento para procesar todo, hay una pequeña cafetería donde puedes sentarte, tomar algo y simplemente escuchar el suave murmullo de otras conversaciones.

Al final, sientes cómo la tranquilidad te envuelve de nuevo mientras te diriges a la salida. Has pasado un par de horas, quizás más, en un oasis de calma en el corazón de Dublín. Es un lugar ideal para visitar por la mañana, cuando la afluencia de gente es menor y la quietud es aún más palpable. Te llevas contigo no solo el recuerdo de lo que viste, sino la sensación de haber estado en contacto con la creatividad, la historia y la quietud.

Olya from the backstreets.

Si alguna vez te encuentras en Dublín y buscas algo más allá del bullicio de los pubs y las calles comerciales, te llevo de la mano a un lugar que se siente como un secreto bien guardado: la Dublin City Gallery The Hugh Lane. Desde el momento en que cruzas su umbral, sientes cómo el aire cambia. Imagina el suave crujido de los viejos suelos de madera bajo tus pies, un sonido que te conecta con generaciones de visitantes. Hay un aroma sutil en el ambiente, una mezcla de cera antigua para muebles y el tenue polvo que se asienta sobre la historia, como si el propio edificio respirara despacio. Y si agudizas el oído, más allá del silencio de las galerías, a veces puedes captar la lejana y amortiguada sinfonía de la vida dublinesa: el suave zumbido de un autobús, una sirena distante, el murmullo de conversaciones que se filtra desde Parnell Square a través de los gruesos muros. Es un recordatorio delicado de que, aunque afuera la vida bulle, aquí dentro el tiempo se ralentiza hasta convertirse en un suspiro.

Continúa tu camino y déjate guiar por la curiosidad. De repente, una puerta se abre a un universo diferente, el estudio reconstruido de Francis Bacon. Aquí, el aire se siente denso, cargado de una energía palpable. Imagina el caos ordenado: montones de libros y papeles amontonados, botes de pintura secos, un desorden que grita creatividad. Puedes casi *sentir* la urgencia de la pincelada, la intensidad de la mente que habitó este espacio. No hay un sonido específico, pero el silencio aquí es diferente, es un silencio que tiene peso, como si las paredes aún resonaran con los pensamientos febriles del artista. Sientes la textura irregular de los objetos, la acumulación de años de trabajo, el rastro de la mano humana en cada superficie. Es un choque, una inmersión total en la mente de un genio.

Ahora, un par de cosas prácticas si te animas a ir. Llegar es súper fácil: está justo en Parnell Square, a un tiro de piedra de O'Connell Street. Puedes ir andando desde el centro en nada, o coger cualquiera de los muchos autobuses que pasan por la zona (las paradas de Parnell Square o O'Connell Street Lower te dejan al lado). Y si la movilidad es una preocupación, relájate: el edificio es antiguo, sí, pero está muy bien adaptado. Tienen ascensores para que puedas moverte sin problema entre los pisos y acceder a todas las galerías. Las entradas son amplias y los pasillos, aunque con curvas a veces, son fáciles de transitar con silla de ruedas.

Y lo mejor de todo es que la entrada es *gratuita*. Sí, has leído bien. Así que no hay excusa para no pasarte. Aparte del estudio de Bacon, no te pierdas la colección permanente de arte irlandés e internacional, tienen cosas realmente bonitas que a menudo se pasan por alto. No es un museo enorme, así que con una hora y media o dos horas lo tienes visto tranquilamente, sin prisas. Después, puedes dar una vuelta por Parnell Square, que es un parque tranquilo, o cruzar a O'Connell Street para seguir explorando el corazón de Dublín. Es el plan perfecto para una tarde tranquila, lejos del ajetreo turístico principal, pero justo en el centro.

Olya desde los callejones

¡Hola, explorador/a! ¿Listo/a para sumergirte en el arte y la historia de Dublín? Hoy te llevo a la Dublin City Gallery The Hugh Lane, un lugar que te habla desde el momento en que cruzas su umbral. Imagina el sutil crujido de la madera antigua bajo tus pies, el eco suave de tus pasos en las salas de piedra pulida. El aire es fresco, a veces con un ligero aroma a cera vieja y papel, como si el tiempo se hubiera detenido. Puedes sentir la temperatura cambiar ligeramente al pasar de una sala a otra, o la luz filtrándose por los altos ventanales, calentando un lado de tu cara. Pero, precisamente por su encanto histórico, el suelo puede ser traicionero. Algunas de estas superficies son increíblemente lisas, casi resbaladizas, especialmente si el día está húmedo. No es para asustarte, sino una pequeña advertencia para que camines con calma, sintiendo cada paso y disfrutando con total confianza.

Cuando termines de explorar las colecciones interiores y te aventures hacia los patios o jardines, sentirás un cambio inmediato en el sonido y la textura bajo tus pies. El eco se desvanece y tus pasos resuenan de forma diferente sobre el empedrado. Siente la irregularidad, cada piedra con su propia historia y su propia altura. Es un mosaico precioso que habla de siglos pasados, pero también significa que el terreno es irregular. Las piedras están desgastadas, a veces sobresalen o se hunden un poco, creando pequeños desniveles. Si no ves bien, o si te dejas llevar por la belleza del lugar, es fácil tropezar. Así que, mientras disfrutas de la brisa y el cambio de ambiente, mantén tus sentidos alerta, siente el camino con tus pies y disfruta de la textura del lugar sin sobresaltos.

Una vez que salgas de la galería y te adentres de nuevo en las vibrantes calles de Dublín, la atmósfera cambia de nuevo, de la calma a la efervescencia de la ciudad. Como en cualquier capital animada, y aunque los dublineses son gente encantadora, es inteligente estar atento a tu alrededor. Me refiero a los carteristas y a alguna que otra estafa callejera. No te alarmes, es solo un consejo práctico, como el que le darías a un amigo: mantén tus pertenencias cerca y seguras, una mochila o bolso bien cerrado, el móvil guardado en un bolsillo interior. Si alguien se te acerca de forma extraña, o intenta distraerte con alguna excusa, sé educado pero firme y sigue tu camino. Confía en tu instinto. Es solo cuestión de sentido común para que disfrutes de la ciudad sin preocupaciones.

¡Hasta la próxima aventura!

Olya from the backstreets

Imagina que estás en Dublín. Sientes el aire fresco y húmedo en tu piel, un recordatorio constante de la cercanía del mar. Caminas por calles donde el eco de tus pasos se mezcla con el murmullo de las conversaciones y el lejano traqueteo de un autobús. Justo en el corazón de todo esto, se alza la Dublin City Gallery The Hugh Lane. Para los amantes de las aves, este no es un santuario de vida silvestre, ni mucho menos, pero te aseguro que es un lugar donde, si afinas el oído y la sensibilidad, puedes conectar de una forma inesperada con la vida alada de la ciudad. Es un respiro tranquilo en el bullicio, un espacio donde la piedra antigua del edificio parece absorber el ruido, dejando un lienzo sonoro más claro para lo inesperado.

Mientras exploras los alrededores de la galería, o incluso si te sientas en los bancos de fuera, puedes escuchar la presencia constante de las palomas, con su arrullo suave y familiar que es casi el latido de cualquier ciudad europea. Pero no son las únicas. Presta atención y quizás distingas el trino más agudo de un gorrión entre los arbustos cercanos o el canto melodioso y algo melancólico de un mirlo si tienes suerte y el momento es el adecuado. Si alzas la vista, sentirás el paso rápido de las gaviotas, sus gritos agudos y distintivos resonando mientras sobrevuelan los tejados de ladrillo, recordándote que el mar nunca está demasiado lejos.

Si lo que buscas es un momento de quietud para percibir mejor estas presencias aladas, te recomiendo buscar el pequeño jardín amurallado que a veces está abierto en la parte trasera de la galería, o simplemente sentarte en uno de los bancos de piedra justo en la entrada. Siente la frescura de la piedra bajo tus manos. Aquí, el sonido del tráfico se atenúa y el ambiente es más propicio para notar el aleteo de una paloma al posarse o el suave picoteo de un gorrión buscando migas. Es un lugar donde el tiempo parece ralentizarse, permitiendo que tus otros sentidos tomen el relevo.

Para maximizar tus posibilidades de escuchar la actividad de las aves, lo mejor es ir a primera hora de la mañana, justo cuando abren la galería. Antes de que la ciudad se despierte por completo y el ruido humano inunde el ambiente, el aire es más nítido y los sonidos de la naturaleza urbana se perciben con mayor claridad. Sentirás cómo la brisa fresca de la mañana te acaricia la cara mientras esperas, y ese es el momento en que las aves están más activas, buscando comida y marcando su territorio con sus cantos. Es una experiencia más íntima y menos concurrida.

Olya from the backstreets