¡Hola, aventurero! Si hay un lugar en la Borgoña donde te quiero llevar de la mano, es Pomerol. No es el típico destino con castillos imponentes y tours multitudinarios. Pomerol es otra cosa, es un susurro, una caricia de la tierra. ¿Cómo lo haríamos si fueras mi amigo y quisieras sentirlo con cada fibra de tu ser? Te diría: "Prepárate para un paseo que te va a conectar con la esencia del vino, no con su fama".
Imagina esto: llegas y el aire te envuelve. No es el aire de la ciudad, es diferente. Es denso, con un aroma terroso y húmedo, una mezcla de vid, tierra mojada y algo que no sabes identificar, pero que te huele a historia. Escuchas el crujido de las hojas secas bajo tus pies, tal vez el canto lejano de un pájaro, o el zumbido de un tractor trabajando suavemente en la distancia. Es un silencio que se siente, que te abraza. Caminas por senderos estrechos, flanqueados por hileras de viñedos que se extienden hasta donde alcanza la vista. Las cepas, retorcidas y antiguas, parecen contar historias con cada nudo en su tronco. Si extiendes la mano, casi puedes sentir la textura áspera de la corteza, el rocío de la mañana aún aferrado a las hojas. Aquí no hay lujos ostentosos, sino una belleza humilde y profunda que te toca el alma.
Para empezar nuestra aventura a pie, te guiaría hacia el corazón de este pequeño universo: la Eglise Saint-Jean de Pomerol. Es modesta, pero te da una buena referencia central. Desde allí, nos adentraremos en los caminos rurales que serpentean entre las parcelas. Querrás llevar calzado cómodo, de verdad, porque el suelo puede ser irregular, y una chaqueta ligera, incluso en verano, porque la brisa entre los viñedos es fresca y te recorre la piel. Lo mejor es venir por la mañana temprano, cuando la luz del sol empieza a dorar las hojas y el rocío aún brilla. Verás los châteaux más famosos, sí, pero no como esperas. No hay grandes puertas ni carteles llamativos. Algunos son apenas una casa de campo elegante, otros una construcción de piedra que se funde con el paisaje. Lo importante no es verlos de cerca, sino sentir su presencia, saber que estás caminando por el mismo suelo que ha dado vida a algunos de los vinos más venerados del mundo.
Continuando nuestro paseo, te darás cuenta de que Pomerol es íntimo, casi secreto. Aquí, la grandeza reside en la tierra y en el trabajo de generaciones, no en la ostentación. Te sugiero que, si te interesa probar, reserves una cata con antelación en una de las propiedades más pequeñas y familiares. No esperes tours masivos; muchos châteaux aquí son privados y operan con citas muy personales. Para el almuerzo, no hay muchos restaurantes en Pomerol mismo, es más bien un lugar para el vino. Lo más práctico es llevar un pequeño picnic para disfrutarlo entre los viñedos (siempre respetando el entorno, claro) o dirigirte a la cercana Libourne o Saint-Émilion para comer algo más sustancioso después de nuestra caminata. Lo que realmente quiero que vivas es la quietud, el ritmo lento, el aroma a tierra húmeda y el mero hecho de estar en este lugar tan especial.
Lo que definitivamente te diría que "salves para el final" es una cata en una de las propiedades que sí abren sus puertas al público, o en una de las pequeñas bodegas que venden directamente. No intentes visitar Pétrus o Le Pin, a menos que tengas contactos muy, muy especiales; son para mirar desde la distancia y sentir su aura. En su lugar, concéntrate en la experiencia de probar un Merlot de Pomerol en su origen. Siente el vino en la lengua, esa suavidad aterciopelada, los aromas a frutos rojos maduros, a trufa, a tierra húmeda. Es una experiencia que te conecta con el paisaje que acabas de recorrer. Es el sabor de Pomerol. No te preocupes por la fama, preocúpate por la conexión.
Para llegar a Pomerol, lo más fácil es volar a Burdeos y alquilar un coche. Es un trayecto corto y escénico de unos 45 minutos. Si no quieres conducir, puedes tomar un tren a Libourne y desde allí un taxi, pero tener tu propio coche te da mucha más libertad para explorar los alrededores. En cuanto al alojamiento, te recomendaría quedarte en la cercana Saint-Émilion, que tiene más opciones de hoteles y restaurantes y es un pueblo precioso para explorar, o incluso en Libourne. Pomerol es para visitarlo y sentirlo, pero no para quedarse a dormir, a menos que encuentres un alojamiento rural muy específico. Mi consejo honesto: ve con la mente abierta, dispuesto a caminar, a sentir el silencio y a dejarte sorprender por la discreta belleza de este lugar. No busques lo que esperas de otros viñedos famosos, busca la autenticidad y la paz.
Olya from the backstreets