¡Hola, colega viajero! ¿Sabes? Acabo de volver de Konopiste, ese castillo a las afueras de Praga, y tengo la cabeza llena de sensaciones. Imagínate esto: sales de la ciudad, el traqueteo del tren te adormece un poco, y de repente, el verde te envuelve. Bajas en Benešov, y el aire fresco, ese que huele a tierra húmeda y a hojas de roble, te golpea. Empiezas a caminar por un sendero arbolado, y el silencio es casi tangible, solo roto por el canto de algún pájaro lejano o el crujido de las ramitas bajo tus pies. Poco a poco, entre los árboles, empiezas a distinguir la silueta del castillo. No es el típico castillo de cuento, sino algo más robusto, más vivido. Y sientes esa humedad antigua en el ambiente, ese aroma a piedra y tiempo, que te envuelve antes incluso de que lo veas por completo.
Una vez dentro, lo que más me impactó fue la atmósfera de las colecciones. No es solo ver muebles antiguos; es adentrarte en la obsesión de un hombre. ¿Te imaginas caminar por pasillos donde cada pared está cubierta, y digo *cubierta*, de trofeos de caza? Sientes el frío de la piedra bajo tus dedos si tocas una pared, y el aire es denso, casi pesado, con ese olor a madera vieja y a historia acumulada. Es abrumador, sí, pero también fascinante. Y luego, de repente, encuentras las estancias más íntimas, donde casi puedes escuchar el murmullo de conversaciones pasadas, y la luz se filtra suavemente por las ventanas, invitándote a tocar los suaves tejidos de los sillones o la fría superficie de una mesa antigua.
Ahora, lo que no me convenció del todo fue la visita guiada obligatoria dentro del castillo. Es cierto que te dan mucha información, pero te sientes un poco como en una fila, sin poder detenerte a tu antojo para absorber cada detalle. No puedes tocar nada, claro, pero tampoco puedes quedarte un minuto más oliendo el aroma a cera vieja de un mueble o escuchando el eco de tus propios pasos en una sala vacía. Es un ritmo fijo, y a veces uno quiere perderse un poco más en un lugar así, ¿verdad? Además, en algunas salas hay tanta gente que el calor corporal se nota, y el murmullo de las voces se mezcla, quitándole un poco de la magia.
Lo que sí me sorprendió, y mucho, fue la historia personal de Franz Ferdinand. Más allá de los trofeos, descubres a un hombre que era un coleccionista empedernido de todo, desde figuras de San Jorge hasta armas medievales, y que tenía una vida familiar muy marcada por su amor por su esposa, Sofía. Es como si el castillo, con toda su grandiosidad, de repente se volviera un hogar. Y el jardín de rosas, aunque no lo puedas ver, sientes el aroma dulzón y delicado flotando en el aire si te acercas a sus alrededores, un contraste tan fuerte con la solemnidad del interior, que te hace pensar en los pequeños placeres de la vida de este archiduque.
Si te animas a ir, un par de cosas prácticas: para llegar desde Praga, lo mejor es tomar un tren a Benešov u Prahy. Desde allí, puedes caminar unos 25-30 minutos por un sendero agradable o tomar un autobús local (hay pocos, así que mira los horarios). Dentro del castillo, las entradas son para tours específicos (hay varias rutas, elige la que más te interese, yo hice la Ruta 1, la principal). Te recomiendo comprar los billetes online con antelación, sobre todo en temporada alta, para asegurarte tu plaza. Calcula al menos medio día para el castillo y los jardines. No hay muchas opciones de comida cerca, así que lleva algo de picar o planea comer en Benešov. Y sí, ¡hay pavos reales andando libremente por los jardines! Escucha su distintivo grito, es parte de la experiencia.
¡Un abrazo desde la carretera!
Olya from the backstreets