¡Hola, exploradores de Cartagena!
A un paso del imponente Castillo de San Felipe de Barajas, se alza un monumento que, a primera vista, sorprende por su sencillez: Los Zapatos Viejos. No esperes grandiosidad ni ornamentos excesivos; aquí, dos enormes zapatos de bronce, gastados y con las costuras marcadas, anclan al visitante a una realidad más terrenal. La textura del metal, patinada por el tiempo y el tacto de miles de manos, evoca la familiaridad de un calzado que ha caminado muchas sendas, invitando a la cercanía.
Su presencia no es casual; rinde homenaje al poeta cartagenero Luis Carlos López y su célebre poema "A mi ciudad natal", donde describe su amor por Cartagena con la misma comodidad y arraigo que se siente por unos zapatos viejos y queridos. Es un recordatorio tangible de que la verdadera belleza reside en lo auténtico, en lo que nos ha acompañado y moldeado, más allá de lo pulido y nuevo.
Lo que los locales entienden, sin necesidad de grandes discursos, es que este lugar es más que una parada turística para fotos. Es un rincón donde la ciudad respira su identidad más humilde y entrañable. A menudo verás a la gente sentada en su base, o incluso apoyada en las suelas gigantes, no posando, sino simplemente descansando, absorbiendo esa sensación de pertenencia que solo los objetos más familiares pueden ofrecer. Es un punto de encuentro silencioso, un abrazo de bronce que susurra la profunda comodidad de estar en casa, en la verdadera Cartagena.
¡Hasta la próxima aventura!