Imagínate que te acercas a una montaña, pero no es la cima lo que buscas. El aire empieza a cambiar, se vuelve más fresco, con un toque de humedad que te avisa que algo subterráneo te espera. El sonido de tus propios pasos se vuelve más nítido, y un eco lejano, casi un susurro de agua, comienza a envolverte. Cruzas un umbral, y la temperatura baja unos grados de golpe, como si la tierra misma te diera la bienvenida a su interior. Es oscuro al principio, pero no tenebroso, más bien una oscuridad suave que te invita a la calma.
Caminas por un sendero liso, y poco a poco, una luz tenue, casi mágica, empieza a pintar las paredes. No es una luz brillante, sino una paleta de tonos suaves: verdes esmeralda, azules profundos, rojos cálidos, que dan vida a formas que tus manos casi pueden sentir, aunque no las toques. Sientes la inmensidad del espacio, la roca sobre tu cabeza, y el aire, fresco y constante, que te acompaña. Escuchas el goteo rítmico del agua, una banda sonora natural que ha estado sonando por millones de años, creando estas formaciones que ahora te rodean.
A medida que avanzas, las formas se hacen más definidas. Imagina columnas gigantes, como si la tierra hubiera esculpido catedrales subterráneas. Puedes "ver" con tu mente un león, una pagoda, incluso un palacio, todo formado por la paciencia del agua. Luego, llegas a un espacio donde el suelo se convierte en un espejo: un lago sereno y oscuro que duplica perfectamente el techo iluminado, creando una ilusión de profundidad infinita. El aire aquí es aún más denso, y el silencio, roto solo por el suave murmullo del agua, te hace sentir como si estuvieras en un mundo aparte, suspendido en el tiempo.
De repente, las luces cobran vida. No es solo iluminación estática; es un baile. Los colores pulsan y se mueven, proyectando sombras danzantes sobre las formaciones rocosas. Sientes cómo el espacio a tu alrededor se transforma, las estalactitas y estalagmitas parecen respirar, cambiar de forma y profundidad con cada destello. Es un espectáculo que llena el aire de vibraciones, haciendo que la cueva parezca viva, contándote una historia antigua con cada cambio de tono, casi como si pudieras sentir el pulso de la tierra.
Para que disfrutes a tope, ve temprano por la mañana o al final de la tarde, así evitas la gente. Lleva calzado cómodo, el camino es fácil pero largo. Y sí, una chaqueta ligera es clave, la cueva es fresca todo el año. La visita te tomará más o menos una hora u hora y media, dependiendo de lo que te detengas. No hay escalones complicados, el sendero es bastante llano, así que es accesible para casi todos.
Sales de nuevo a la luz del día y el calor del exterior te abraza. Tus ojos se ajustan lentamente, y el aire fresco y seco del exterior se siente diferente, más ligero, después de la humedad constante de la cueva. Llevas contigo la sensación de haber explorado un lugar oculto, de haber caminado por las entrañas de la tierra y haber visto un arte que la naturaleza ha tardado millones de años en perfeccionar. Es una sensación de asombro que se queda contigo, un eco de la oscuridad y la luz.
Olya from the backstreets