Cuando piensas en los mercados nocturnos de Beijing, es casi imposible no evocar el Donghuamen. Y sí, es cierto, ya no está allí físicamente como solía estar, cerró en 2017. Pero déjame decirte algo: la memoria de ese lugar sigue viva, y si te pregunto cuándo se sentía mejor, es como si aún pudieras pisar sus adoquines.
Imagina caminar por esa calle estrecha al caer la tarde, justo cuando el sol empieza a despedirse y el aire se vuelve más suave. No es el calor pegajoso del verano ni el frío cortante del invierno. Es una brisa ligera que acaricia tu piel, trayendo consigo una sinfonía de olores. Puedes sentir el dulzor del caramelo de frutas recién hecho mezclado con el ahumado intenso de las brochetas a la parrilla. Luego, una nota más audaz, casi picante, te dice que hay especias exóticas flotando en el ambiente. El suelo, a veces un poco pegajoso de los derrames, te conecta con la tierra, con el bullicio.
El mejor momento para vivirlo, para sentirlo con cada fibra de tu ser, era sin duda a finales de primavera (abril-mayo) o principios de otoño (septiembre-octubre). En esos meses, la temperatura era perfecta. No sudabas, no temblabas. El aire era cómplice, manteniendo los aromas suspendidos en lugar de dispersarlos o abrumarte. La multitud, ¡ah, la multitud! No era un mar de gente aplastante, sino una marea viva y burbujeante. Escuchabas el murmullo de mil conversaciones en mandarín, salpicado de risas y el '¡ssshhh!' de las sartenes chispeantes. La energía era palpable, contagiosa. La gente se movía con curiosidad, apuntando, probando. Los vendedores pregonaban sus mercancías con voces rítmicas que se convertían en parte de la banda sonora. Si llovía, el encanto se desvanecía; las luces se reflejaban en los charcos, sí, pero el barro y el paraguas chocando con la gente te sacaban del trance. Y en invierno, el frío hacía que los olores se desvanecieran rápidamente, y la gente se movía más rápido, menos dispuesta a detenerse y saborear el momento.
Ahora bien, sé que esto es nostalgia. Pero la buena noticia es que el espíritu de Donghuamen vive en otros rincones de Beijing. Si buscas esa vibración, ese choque de olores y sonidos, tu mejor apuesta hoy es dirigirte a la Calle Wangfujing Snack Street (王府井小吃街), que está muy cerca de donde estaba Donghuamen. Es más moderna, sí, más turística, pero aún captura algo de esa esencia. También puedes explorar el Mercado Nocturno de Gui Jie (鬼街, Ghost Street), famoso por sus restaurantes de cangrejo y langosta picante que abren hasta tarde. Es una experiencia diferente, menos 'mercado de bichos exóticos' y más 'festival gastronómico local', pero vibrante a su manera.
Cuando vayas a estos lugares, un consejo de amiga: ve con la mente abierta y el estómago vacío. No te limites a lo que conoces. Prueba. Pregunta. Elige puestos que se vean concurridos, eso suele ser señal de frescura y buen sabor. Para pagar, lleva algo de efectivo, aunque muchos lugares ya aceptan WeChat Pay o Alipay. Si no tienes una cuenta china, el efectivo es tu mejor amigo. Y sobre todo, no tengas miedo de usar el lenguaje universal de las señas o un traductor en tu móvil. La gente, aunque a veces parezca seria, suele ser amable y le encanta ver a los visitantes disfrutar de su comida. Evita las horas pico si no te gusta la aglomeración, ve justo después del atardecer en días de semana.
Ana de la Ruta