¿Qué haces en el Palacio de Verano? Imagina que te bajas del metro, la línea 4 te deja justo ahí, en la parada Beigongmen. El aire, de primeras, es igual que en Beijing, pero en cuanto cruzas la entrada, algo cambia. Es como si el tiempo se ralentizara. Sientes la inmensidad del lugar, una especie de silencio respetuoso que se mezcla con el murmullo lejano de la gente. El suelo bajo tus pies, a veces liso, a veces con pequeñas irregularidades de piedra antigua, te guía. Hueles la madera de los templos, el polvo de la historia y, si es primavera, quizás alguna flor que asoma. No ves etiquetas, solo sientes la escala, la grandeza que te rodea. Es como entrar en un respiro gigante dentro de la ciudad.
Después de cruzar las primeras puertas, tus pasos te llevarán casi sin darte cuenta al Gran Corredor. ¿Lo sientes? Es largo, larguísimo, con cientos de pinturas en el techo y las columnas. Aquí, el sol se filtra suavemente, creando un juego de luces y sombras que te envuelve. Escuchas el eco de tus propios pasos, mezclado con el murmullo de conversaciones en diferentes idiomas, y a veces, el suave sonido de un pincel en algún rincón donde un artista local pinta. Al final del corredor, se abre el lago Kunming. El viento te acaricia la cara, trayéndote el olor a agua fresca. Sientes la inmensidad del lago, tan grande que parece un mar. Puedes alquilar un pequeño bote de remos o incluso uno eléctrico, y sentir la madera del asiento bajo ti mientras te deslizas suavemente por el agua. O simplemente camina por la orilla, sintiendo el ritmo pausado de las olas rompiendo suavemente.
Si continúas, el camino te llevará a la Colina de la Longevidad. Aquí, el suelo empieza a subir, sientes el esfuerzo en tus piernas mientras subes escalones antiguos. El aire se vuelve un poco más fresco, y quizás huelas el aroma de los pinos que crecen en la colina. Arriba, te espera una recompensa para todos tus sentidos. Sientes el viento más fuerte, y el sonido de la ciudad se disipa casi por completo, reemplazado por el canto de los pájaros y el silbido del aire. Es como si el mundo se abriera a tus pies: el lago se extiende majestuoso, los tejados amarillos de los templos brillan. Busca un banco de piedra, siéntate, y siente la rugosidad de la piedra fría bajo tus manos. Quédate un rato, solo sintiendo la amplitud del paisaje. Para las mejores vistas, sube al Pabellón del Zafiro de la Nube, es un poco más de esfuerzo, pero la panorámica es increíble.
Explora los jardines más allá de los puntos principales. Es donde encuentras la calma. Puedes sentir la tierra bajo tus pies, a veces húmeda, a veces cubierta de hojas secas. Aquí, los sonidos son más sutiles: el goteo de agua de alguna fuente oculta, el crujido de las ramas, el suave tintineo de las campanas de viento en algún pabellón. Toca las rocas ornamentales, siente su textura áspera y fría. El aroma de las flores, si es temporada, es más intenso y dulce. Es fácil perderse un poco en estos rincones, donde el tiempo parece detenerse por completo. Hay pequeños puentes que cruzan arroyos, siente la curvatura de la madera o la piedra bajo tus pies. Si quieres un momento de paz, busca el Jardín de la Virtud y la Armonía, suele ser menos concurrido. Lleva algo para picar y agua, porque una vez dentro, te querrás quedar.
Finalmente, cuando sientes que el día llega a su fin, empiezas el camino de regreso. Tus pies, quizás un poco cansados, te llevan de vuelta hacia la entrada. El sol, si es tarde, ya no es tan intenso, y sientes una brisa más fresca. El olor a historia y naturaleza se mezcla con el aroma de la comida que se prepara en los puestos cercanos a la salida. Te llevas contigo no solo imágenes, sino la sensación de la inmensidad del lugar, la calma del lago, el esfuerzo de la subida y la paz de los jardines escondidos. Para salir, la estación del metro es la misma, Beigongmen, o puedes tomar un autobús. Cerca de la entrada norte hay algunos restaurantes locales con buena comida casera, perfecta para reponer energías.
Olya from the backstreets.