Imagina que estás en Pekín, en medio de un torbellino de sensaciones. Hoy te llevo a Wangfujing Dajie, una calle que es mucho más que un simple destino de compras. Es un pulso de la ciudad, un lugar donde lo moderno y lo ancestral se dan la mano de formas que ni te imaginas. Para empezar nuestra aventura, bájate en la estación de metro Wangfujing, salida A o C, y dirígete hacia el sur. Aquí, en el extremo sur, la calle se abre ante ti. Siente el asfalto bajo tus pies, aún tibio del sol. Escucha el murmullo constante de la gente, un eco lejano que pronto se convertirá en un coro vibrante. El aire aquí es una mezcla peculiar: el olor tenue a comida callejera que aún no ves, el rastro de la gasolina de los taxis que pasan, y una brisa ligera que trae consigo el rumor de la ciudad. A medida que avanzas, la acera se ensancha, invitándote a sumergirte. ¿Sientes la energía? Es como un zumbido bajo la piel, la promesa de algo grande.
Ahora, camina hacia el norte. La calle principal de Wangfujing es una pasarela enorme y peatonal. A ambos lados, sentirás la imponente presencia de los grandes almacenes y tiendas de marcas internacionales. Piensa en cristal, metal y luces brillantes. Puedes pasar la mano por las vitrinas, sintiendo la pulcritud de los escaparates, o simplemente dejarte llevar por el flujo de la multitud. El sonido dominante aquí es el eco de pasos, el leve tintineo de las bolsas de la compra y, de vez en cuando, la música ambiental que escapa de alguna tienda. El aire es más fresco gracias al aire acondicionado que emana de los edificios, y el olor es limpio, casi aséptico, con toques de perfume y plástico nuevo. Si no eres de los que disfrutan de las compras de lujo, puedes acelerar el paso por esta sección. Es impresionante verla, pero si buscas algo más auténtico que las marcas globales, no te detengas demasiado aquí. Es lo que esperarías ver en cualquier gran ciudad del mundo.
Pero no todo es brillo y modernidad. A mitad de camino de esta avenida principal, a tu derecha (si vas hacia el norte), busca un desvío que te lleva a un mundo completamente distinto: la famosa calle de la comida callejera. Aquí, la energía cambia de golpe. Es como si una puerta invisible te transportara a otro siglo, a otro olor. El aire se vuelve denso, cargado de aromas que te asaltan: el dulzor del caramelo de frutas, el picante del chile, el umami del tofu fermentado, el humo de las brochetas que chisporrotean. Escucha el crepitar del aceite, el ruido de las voces de los vendedores que ofrecen sus manjares, el tintineo de los utensilios. El calor de las parrillas te envuelve, y sientes el vapor en tu cara. Es un festín para los sentidos, incluso si solo te dejas llevar por los olores y los sonidos. Aquí es donde *tienes* que probar algo. Te recomiendo las brochetas de fruta caramelizada (tanghulu), crujientes por fuera y jugosas por dentro. Las brochetas de carne de cordero también son un clásico y suelen ser muy sabrosas. Si eres aventurero, atrévete con el tofu apestoso (chòu dòufu), su olor es intenso, pero el sabor es una sorpresa. Guarda para el final esta parte, es el broche de oro de Wangfujing. Es una explosión de vida que te deja con ganas de más.
Después de la comida, si sigues un poco más al norte por la calle principal, encontrarás lugares que ofrecen un respiro. A tu derecha, la Catedral de San José (Dongtang) se alza, un oasis de calma. Entra, siente la quietud, el eco de tus pasos en el suelo de piedra. El aire es más fresco y el silencio, un bálsamo después del bullicio. No huele a nada, solo a aire limpio y a tiempo detenido. Justo al lado, o un poco más allá, puedes encontrar la librería Xinhua, un templo de papel donde el olor a tinta y a libros nuevos te envuelve. Aquí, la gente habla en susurros. Para llegar a Wangfujing, como te dije, el metro es tu mejor amigo. La Línea 1 te deja justo allí. Te sugiero ir por la tarde, cuando las luces empiezan a encenderse, pero antes de que las multitudes de la noche sean abrumadoras. Empieza por el sur, pasea por la zona comercial, y luego, cuando el hambre ataque, piérdete en la calle de la comida. Termina con un momento de tranquilidad en la catedral o la librería. Es un recorrido fácil y lineal. Definitivamente, la calle de la comida es el gran final, una experiencia que te deja con un sabor de boca inolvidable.
Olya desde las calles