¡Hola, aventurero! ¿Sabes esa sensación de estar en un lugar que te abraza con su historia? Así es la Gran Muralla, y te prometo que la sección de Jinshanling a Simatai te va a volar la cabeza, incluso si solo la "ves" con el resto de tu cuerpo.
Imagina esto: llegas a Jinshanling. El aire fresco de la mañana te acaricia la cara. Tus pies pisan un camino que, al principio, se siente generoso, amplio. Las losas de piedra, algunas lisas por el paso de siglos, otras más rugosas y con grabados que apenas distingues al tacto, te guían. Escuchas el eco de tus propios pasos sobre el empedrado, un sonido sordo y constante. Puedes pasar la mano por los ladrillos de la muralla a tu lado; sentirás el frío de la piedra antigua, la textura irregular, los pequeños huecos y protuberancias que hablan de mil batallas y mil inviernos. Aquí, la Muralla te invita a caminar, casi a trotar, con una sensación de libertad.
A medida que te adentras en el trayecto, la Muralla empieza a contarte otra historia. El camino se vuelve más caprichoso, menos uniforme. De repente, sientes que el sendero se estrecha, que las losas de piedra dan paso a tramos donde el empedrado es más irregular, como si las rocas hubieran sido puestas sin tanto cuidado, o el tiempo las hubiera desordenado. Tus pies tienen que adaptarse, buscando el equilibrio. Escucharás el crujido de pequeñas piedrecitas bajo tus botas y el viento, antes una suave brisa, ahora se cuela por los huecos de las almenas, silbando, susurrando, como si la Muralla misma respirara a tu lado. A veces, las escaleras aparecen de la nada, empinadas y desafiantes, obligándote a usar las manos para apoyarte en los muros, sintiendo la misma piedra que tocaron los guardias hace siglos.
Cerca de Simatai, la Muralla te exigirá más. Aquí el camino es una sucesión de subidas y bajadas pronunciadas, algunas casi verticales. Sentirás cómo los músculos de tus piernas queman con el esfuerzo. El sendero se vuelve más estrecho y, en algunos puntos, la Muralla parece desdibujarse en el horizonte, dando la sensación de que caminas por el filo de una montaña. Hay tramos donde los escalones son irregulares, algunos rotos o desprendidos, y tendrás que concentrarte en cada paso, sintiendo la inestabilidad bajo tus pies, pero también la adrenalina de la aventura. El aire se siente más denso con tu propia respiración acelerada, y el sol, si es de día, te calentará la espalda, mientras el viento frío te refresca la frente. Es un desafío físico, pero la Muralla te guía, no hay otro camino. Tienes que seguirla.
Ahora, un par de cosas prácticas, colega. Lleva sí o sí buen calzado, botas de senderismo con buen agarre son clave. No te la juegues con zapatillas de ciudad, te lo agradecerán tus tobillos. Agua, mucha agua, más de la que crees que necesitarás, y algunos snacks energéticos. El recorrido completo, si vas a buen ritmo y te detienes a disfrutar, te llevará entre 3 y 4 horas. La dificultad es moderada-alta, especialmente en la parte final hacia Simatai, que es más salvaje. Para llegar, normalmente tomas un autobús a Jinshanling desde Pekín, haces la caminata y desde Simatai puedes bajar en teleférico o telesilla, o caminar si aún te quedan fuerzas. La sección de Simatai está más restaurada y a veces tiene acceso más restringido, pero la experiencia completa es una pasada.
Al final, cuando llegas a Simatai, te invade una sensación de logro inmensa. El silencio de la Muralla es casi palpable, solo roto por el viento y, quizás, el eco lejano de alguna voz. Puedes sentarte en una de las torres, sentir el calor residual de la piedra bajo tu mano, y simplemente respirar. Es la Muralla en su estado más puro, una cicatriz gloriosa en la tierra, y tú eres parte de ella.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets.