¡Hola, viajeros del alma! Hoy nos vamos a un lugar que te abraza con su silencio y te susurra historias milenarias. Imagina que el tren te deja en una estación pequeña, Kita-Kamakura. Bajas, y el aire es diferente, más fresco, como si la ciudad se hubiera quedado atrás. Caminas unos pocos pasos y, de repente, frente a ti, se alza la imponente Puerta Sanmon de Engaku-ji. Es enorme, de madera oscura, tan antigua que casi puedes sentir el eco de los monjes que la han cruzado durante siglos. El suelo bajo tus pies cambia de asfalto a gravilla fina que cruje suavemente con cada paso, un sonido que te invita a bajar el ritmo. El aroma es a madera vieja, a tierra húmeda y a pino, una mezcla que te envuelve y te dice: "Estás entrando en un lugar especial".
Para que lo sepas, Engaku-ji está en Kamakura, no en Tokyo capital, pero llegar desde Tokyo es súper fácil en tren, tardas como una hora. La entrada al templo cuesta unos 300 yenes y suele abrir de 8:00 a 16:30, aunque es bueno revisar por si hay cambios. Te recomiendo llegar temprano para disfrutar de la calma.
Una vez dentro, tras la majestuosa Sanmon, te encuentras con el Butsuden, el Salón Principal. Sientes la amplitud del espacio, el suelo de madera pulida bajo tus pies, fresco y liso. El aire aquí es denso con una paz profunda y un sutil aroma a incienso. Escuchas el murmullo de unas pocas voces bajas, casi susurros, y tal vez el eco lejano de una campana o el canto de un pájaro. Dentro, la estatua de Buda Rinzai se alza imponente, no necesitas verla para sentir su presencia serena. La luz que entra por las aberturas crea patrones de sombra que danzan sobre las superficies, y puedes percibir la frescura de la piedra en algunos rincones. Justo al lado del Butsuden, encontrarás el Hojo, la residencia del abad, que a menudo alberga jardines zen pequeños y serenos.
Cuando estés en el Butsuden, mira bien los detalles de la estatua principal, es impresionante. Recuerda quitarte los zapatos antes de entrar a los salones y guardar silencio. En el Hojo, puedes sentarte en el borde y sentir la textura de la madera, dejando que tus manos exploren las superficies lisas y gastadas por el tiempo. No se permiten fotos dentro de los salones principales para mantener la atmósfera.
Después de los salones principales, el templo se extiende en una serie de senderos que serpentean por la colina, llevándote a sub-templos más pequeños y jardines escondidos. Caminas por caminos de tierra compacta, a veces escalones de piedra cubiertos de musgo, que se sienten suaves y ligeramente húmedos bajo tus dedos si los tocas. Escuchas el suave murmullo del viento entre los árboles, el canto de los pájaros y, a veces, el suave goteo de agua. El aroma del bosque te envuelve: tierra mojada, hojas caídas y el frescor del aire. Te sientes como un explorador, descubriendo rincones de paz y belleza. El estanque Koan-chi, con su agua tranquila y las carpas nadando, es un lugar perfecto para detenerse y sentir la brisa suave en tu rostro.
No hay una ruta fija, y eso es lo mejor. Déjate llevar. Si ves un pequeño camino que se desvía, tómalo. A menudo, esos son los que te llevan a los rincones más mágicos y solitarios. Puedes pasar fácilmente una o dos horas simplemente deambulando y empapándote de la atmósfera.
Guarda lo mejor para el final: la Gran Campana, Ogane. Para llegar a ella, subirás una serie de escalones empinados, cada uno un desafío y una promesa. Sientes el esfuerzo en tus piernas, el aire se vuelve más ligero a medida que asciendes. Arriba, te espera la campana, masiva, de bronce oscuro, con una superficie fría y lisa al tacto. Es tan grande que puedes casi rodearla con tus brazos. Pero lo más impresionante es la vista que se abre ante ti: una panorámica de Kamakura, los tejados de los templos asomando entre los árboles, y a lo lejos, si el día está claro, el brillo del océano. El viento en la cima es más fuerte, te acaricia la cara y te trae el aroma de la naturaleza mezclado con la sal del mar. Es un momento de pura expansión, donde el tiempo parece detenerse.
La subida a la campana es un poco exigente, así que ve con buen calzado. Es el punto más alto del templo y te recompensa con unas vistas increíbles de la ciudad y el mar. Es el lugar perfecto para reflexionar y absorber la inmensidad del paisaje.
Si vas con poco tiempo, puedes saltarte algunos de los sub-templos más pequeños que no tienen una gran relevancia histórica o arquitectónica, y concentrarte en los principales y la campana. Lo que sí te aconsejo es ir a primera hora de la mañana para evitar las multitudes y disfrutar de la serenidad. Lleva calzado cómodo, porque caminarás bastante, y una botella de agua, especialmente en verano. No te apresures; este es un lugar para la contemplación.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya de las Callejuelas