¡Hola, viajeros curiosos! Olya por aquí, lista para llevaros a un lugar donde la tierra respira y las vistas te dejan sin aliento. Hoy nos vamos a Hakone, ese oasis volcánico a tiro de piedra de Tokio (no en Tokio, ¡ojo! Pero perfecto para escapar del bullicio de la capital).

Imagina que acabas de llegar a Togendai, a orillas del lago Ashi, el punto de partida de nuestro viaje en el teleférico de Hakone. El aire aquí es más fresco, huele a pino y a la humedad del lago. Caminas por senderos amplios y lisos, pensados para que el flujo de gente sea constante, sin tropiezos. Las estaciones son espaciosas, con pasillos bien definidos que te guían suavemente hacia las taquillas y luego hacia la plataforma de embarque. No hay adoquines ni recovecos estrechos; todo está diseñado para una experiencia fluida y accesible, casi como si el propio edificio te susurrara "por aquí". Sientes la brisa en tu cara mientras esperas, y el leve zumbido de los cables en la distancia te anuncia lo que está por venir.

Una vez dentro de la cabina, sientes un ligero vaivén mientras te elevas. El mundo de abajo se encoge y el viento empieza a silbar suavemente contra el cristal, un sonido que te acompaña en tu ascenso. A medida que ganas altura, el aire se vuelve más fresco, incluso un poco gélido a veces. Escucha atentamente y percibirás el suave traqueteo de los rodillos sobre los cables y, a medida que te acercas a Owakudani, un olor inconfundible empieza a colarse: es el azufre, un aroma potente y penetrante, como a huevos podridos, que te avisa de que te adentras en el corazón volcánico de Hakone. Es una experiencia inmersiva que te envuelve, recordándote la fuerza bruta de la naturaleza que se esconde bajo tus pies.

Al llegar a Owakudani, el olor a azufre se intensifica, casi te golpea al salir de la cabina. Aquí, los caminos son pasarelas de madera y senderos pavimentados, muy seguros y con barandillas, que te guían a través de la zona geotérmica. Sientes el calor que emana del suelo en algunos puntos, y el crepitar y burbujeo del vapor saliendo de las fumarolas te envuelve. Es una experiencia táctil y auditiva muy potente. Las rutas están claramente señalizadas, llevándote a los puntos de observación de los "huevos negros" (¡tienes que probarlos, saben a huevo cocido normal pero se dice que alargan la vida!) y asegurando que te muevas con seguridad por este paisaje tan único.

Desde Owakudani, el viaje continúa hacia Sounzan. Este tramo es diferente; el olor a azufre disminuye y el paisaje cambia de las laderas áridas a bosques más densos y verdes. Sientes un descenso más pronunciado, y la cabina se balancea suavemente mientras te acercas a la estación. En Sounzan, la transición es clave. Los pasillos son igualmente amplios y directos, diseñados para conectar sin problemas con el teleférico de Hakone Tozan, que es un funicular que desciende por la montaña. Las señales son grandes y claras, te guían sin esfuerzo de un medio de transporte a otro, asegurando que no te pierdas en tu aventura por Hakone.

En resumen, la red del teleférico de Hakone está pensada para el viajero. Los "caminos" y las conexiones entre estaciones son siempre lisos, anchos y extremadamente bien señalizados. Olvídate de adoquines o callejones estrechos; aquí la prioridad es la seguridad y la fluidez. Todo está diseñado para que te muevas con facilidad, desde las amplias plataformas de embarque hasta las pasarelas en las zonas de interés. Mi consejo: hazte con el Hakone Free Pass. Te ahorra un montón de dinero y te da libertad para subir y bajar de todos los transportes (teleférico, funicular, barco) como si la montaña fuera tu patio de juegos. ¡Y ve temprano para evitar las multitudes!

¡Nos vemos en la próxima aventura!

Olya desde las callejuelas

Cuando me preguntas cuándo la telecabina de Hakone se siente mejor, no es solo un mes lo que me viene a la mente, es una sensación completa. Imagina que es finales de otoño, digamos octubre o principios de noviembre. El aire es fresco, casi crujiente contra tu piel, pero con un sol que te calienta suavemente la cara. Sientes una brisa suave que te despeja los pulmones con cada respiración, una mezcla de pino y esa mineralidad volcánica tan particular de la zona. Es un olor limpio, a montaña, con un toque distintivo a azufre que se va haciendo más fuerte a medida que te acercas a Owakudani.

El sonido predominante es un zumbido suave y constante de los cables por encima, como una nana metálica que te acompaña. A veces, oyes el *clack* rítmico de las cabinas al pasar por los pilones, y el eco de risas lejanas que se pierden en la inmensidad del valle. No hay gritos, no hay prisas. Las cabinas van espaciadas, permitiendo que cada grupo tenga su propio espacio para la contemplación. La gente se mueve con una calma casi reverente. La visibilidad es asombrosa en estos días claros, permitiéndote sentir la lejanía del monte Fuji, nítido y majestuoso en el horizonte, como si pudieras extender la mano y tocarlo. Es un momento de pura claridad, tanto visual como mental.

Si buscas esa sensación de tranquilidad que te acabo de describir, el secreto está en ir temprano por la mañana, justo cuando abren, o a media tarde, después de la hora punta del almuerzo, y siempre, si es posible, entre semana. Los fines de semana y festivos, la atmósfera cambia drásticamente. El zumbido se mezcla con un murmullo constante de voces, y el olor a azufre compite con el de la comida rápida. Te sentirías más apretado, con menos espacio para extender los brazos y sentir el aire que entra por las rendijas, y la vista de Fuji podría estar bloqueada por cabezas. Si el día está nublado o lluvioso, la experiencia es totalmente distinta, más introspectiva. La niebla envuelve la cabina, transformando el paisaje en un lienzo monocromático y misterioso. No verás las vistas panorámicas, pero sentirás la humedad en el aire y escucharás el repiqueteo de las gotas, creando una sensación de intimidad y aislamiento. Es otro tipo de belleza, pero si buscas la grandiosidad, siempre revisa el pronóstico del tiempo antes de salir y vístete por capas: la temperatura cambia mucho con la altitud.

Una vez dentro de la cabina, sientes el suave empujón inicial y luego el ascenso constante. Es como si el suelo se alejara lentamente bajo tus pies, y tu cuerpo se adaptara a la nueva perspectiva. Al principio, las casas y los árboles se ven detallados, luego se encogen, convirtiéndose en pequeños puntos de color en un tapiz verde y ocre. Puedes sentir la cabina meciéndose muy ligeramente con el viento, una sensación sutil que te recuerda que estás suspendido en el aire. Cuando te acercas a Owakudani, el aire se vuelve más denso con el olor a azufre, un aroma penetrante que te pica un poco la nariz y te llena los pulmones. Puedes oír el siseo de las fumarolas y el burbujeo de los pozos de barro, sonidos primarios y potentes que te conectan directamente con el corazón de la tierra. Es un lugar donde la energía volcánica es palpable, un calor que emana de las entrañas de la tierra y que, en un día frío, puedes sentir en el ambiente. Luego, al descender hacia el lago Ashi, la temperatura puede suavizarse de nuevo, y el olor a azufre se disipa, reemplazado por la frescura del agua y la vegetación. Es un viaje de contrastes, donde cada etapa tiene su propia identidad sensorial.

Para que todo fluya sin problemas, te recomiendo encarecidamente el Hakone Free Pass si vienes desde el área de Tokio. No solo cubre la telecabina, sino también el tren, el funicular, el barco pirata por el lago Ashi y los autobuses, lo que te ahorra tiempo y dinero en billetes individuales. La ruta más común es empezar en Gora, tomar el funicular hasta Sounzan, y ahí conectar con la telecabina. Haz una parada obligatoria en Owakudani para probar los "huevos negros" (kuro-tamago), que supuestamente alargan tu vida siete años, y sentir el calor volcánico. Desde Owakudani, puedes seguir en la telecabina hasta Togendai, donde te espera el barco pirata para cruzar el lago. Es una forma fantástica de completar el circuito y ver el Monte Fuji desde otra perspectiva. Planifica al menos medio día solo para este circuito, y si quieres explorar más, un día completo. Consulta los horarios de la última cabina y el último barco, no querrás quedarte tirado.

Olya from the backstreets

¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo a un lugar donde la tierra respira y las nubes se sienten al alcance de la mano: el Hakone Ropeway en Japón. No es solo un medio de transporte; es una experiencia que te eleva, no solo en altitud, sino en perspectiva.

Imagina que el suelo se aleja suavemente bajo tus pies. No hay sacudidas, solo un deslizamiento silencioso hacia arriba. Sientes el aire fresco, casi crujiente, que entra por las ventanas, y el suave zumbido de los cables mientras la cabina se balancea ligeramente, como una cuna gigante. Cierras los ojos y lo único que escuchas es el murmullo de las voces emocionadas y el soplido del viento al pasar. Abres los ojos y el mundo se despliega debajo de ti: un tapiz verde de árboles que se estira hasta donde alcanza la vista, interrumpido solo por las formas geométricas de los techos de las casas que se hacen cada vez más pequeñas. Es una sensación de calma y asombro, como si estuvieras flotando entre el cielo y la tierra.

A medida que asciendes, el ambiente empieza a cambiar. El aire, antes fresco y limpio, adquiere un olor peculiar, un aroma sulfuroso que te recuerda que la tierra debajo de ti está viva y activa. Es el olor de Owakudani, el "Valle Hirviente". Desde lo alto, sientes el calor que emana de las fumarolas, aunque estés a distancia. Puedes casi percibir el vapor que se eleva en columnas blanquecinas, como si la montaña estuviera exhalando. Y sí, el viento te trae el inconfundible tufo a huevos cocidos, que es parte de la magia del lugar. La vista es de otro mundo, con las laderas desnudas y los cráteres humeantes que contrastan con el verde exuberante de otras zonas.

Mira, si vas, un consejo de amiga: el Hakone Ropeway es parte de un circuito más grande. Puedes comprar el Hakone Free Pass. No te lo pienses, te ahorra un montón de tiempo y dinero en tickets individuales para el Ropeway, los barcos pirata del lago Ashi y los autobuses. Y si puedes, ve temprano por la mañana. Evitarás las multitudes y la luz es perfecta para ver el Monte Fuji si el día está despejado. Las cabinas pasan cada minuto más o menos, así que no te agobies si hay gente; la espera suele ser corta.

¿Por qué es importante este lugar? Una vez, una abuela de Hakone me contó que, cuando era niña, Owakudani era un lugar misterioso y un poco temido, lleno de espíritus y leyendas. La gente solo se acercaba con respeto. Pero cuando construyeron el Ropeway, de repente, ese lugar sagrado se hizo accesible para todos. Ella decía que el Ropeway no solo te llevaba a ver las fumarolas, sino que te permitía *sentir* el pulso de la tierra, entender por qué los ancianos creían que los huevos negros de allí te daban años de vida. Para ella, era el hilo que conectaba su vida moderna con las historias de sus antepasados, mostrándole que la montaña siempre había sido una fuente de vida y misterio para su gente.

Y no te quedes solo en el Ropeway. Piensa en él como el inicio de una aventura. Desde la estación de Togendai, al final del Ropeway, puedes embarcarte en el barco pirata y sentir el suave chapoteo del agua del lago Ashi contra el casco. El Ropeway te da una vista de pájaro de la zona, pero el barco te permite sentir la inmensidad del lago, con el Monte Fuji reflejado en sus aguas en un día claro. Lleva una botella de agua y un buen par de zapatos cómodos, porque querrás explorar cada rincón. Y si tienes frío, no te preocupes, las estaciones tienen calefacción y suelen vender bebidas calientes.

¡Hasta la próxima aventura!

Olya from the backstreets

Imagina que el suelo desaparece bajo tus pies y el mundo se abre. Eso es lo que sientes al subir al Hakone Ropeway, un viaje suspendido sobre la tierra que te lleva a través de paisajes que no creerías posibles tan cerca de la vibrante energía de Tokio. No es solo un paseo; es una inmersión completa. Mientras el teleférico se eleva, el suave balanceo de la cabina te mece, y el zumbido constante de los cables se convierte en una banda sonora tranquilizadora. El aire fresco, que poco a poco se vuelve más nítido y fresco, te llena los pulmones. Puedes casi *sentir* la inmensidad del valle que se extiende debajo, los árboles que se encogen hasta convertirse en un tapiz verde y denso.

El primer lugar donde tu mano instintivamente buscaría la cámara es sin duda en la estación de Owakudani. Aquí, el aire cambia drásticamente. Un olor penetrante a azufre, como a huevos podridos, te pica la nariz, una señal de que la tierra está viva y respirando. A tu alrededor, verás columnas de vapor y humo que se elevan desde las fisuras de las rocas, creando un paisaje casi lunar. Puedes oír el burbujeo lejano de los pozos volcánicos y el murmullo de la gente asombrada. Si estiras la mano, sentirás el aire ligeramente cálido que emana de la tierra. Es un contraste brutal y fascinante con la quietud de las montañas, una foto que captura la fuerza cruda de la naturaleza.

Para la mejor luz y estado de ánimo, lo ideal es ir a primera hora de la mañana. Cuando el sol empieza a trepar por encima de las cumbres, la luz es suave y dorada, bañando el lago Ashi y el majestuoso Monte Fuji en un resplandor etéreo. Los colores se vuelven pastel, y si tienes suerte, las nubes bajas pueden crear un mar de algodón bajo tus pies, haciendo que parezca que flotas sobre el mundo. La quietud de la mañana también significa menos gente, permitiéndote *sentir* la paz del entorno, el eco de tus propios pensamientos mientras absorbes la vista. Es un momento para la contemplación, para capturar la esencia de la serenidad japonesa.

Unas cuantas cosas para que tu visita sea aún mejor: El Hakone Free Pass es tu mejor amigo; cubre el teleférico y otros transportes en la zona. Lleva capas de ropa; el tiempo en la montaña puede cambiar rápidamente, incluso en un día soleado. No te vayas sin probar los famosos "kuro-tamago" (huevos negros) cocidos en las aguas termales volcánicas de Owakudani; dicen que añaden siete años a tu vida, y son un snack divertido. Y aunque el Ropeway es una atracción popular, si vas temprano o más tarde por la tarde, evitarás las multitudes más grandes.

Max in motion

¡Hola, amiga! Acabo de volver de Japón y tengo que contarte todo sobre el teleférico de Hakone. Es una experiencia que te atraviesa el cuerpo, te lo juro.

Imagina esto: entras en una cabina, sientes el leve vaivén al cerrarse las puertas y, de repente, la cabina empieza a elevarse. No es un tirón brusco, es un ascenso suave pero constante. Escuchas un zumbido apenas perceptible de los cables y, si te concentras, el ligero crujido de la estructura con el viento. Notas cómo el aire se vuelve más fresco en tu cara, y en cuestión de segundos, la sensación de estar en tierra desaparece. Sientes el espacio a tu alrededor, la inmensidad que se abre bajo tus pies. Aunque no veas, puedes casi *sentir* la distancia entre tú y las copas de los árboles, que de pronto parecen miniaturas. El silencio es lo que más me impactó, solo roto por el viento o alguna voz lejana, amplificando la sensación de flotar. Es como si el mundo de abajo se encogiera y tú te expandieras.

Luego llegas a Owakudani, la "Gran Valle Hirviente", y aquí la cosa cambia. Al bajar de la cabina, lo primero que te golpea es el olor, un aroma a huevo podrido que te llena la nariz, es el azufre, muy intenso. Escuchas el silbido constante del vapor que sale de la tierra, como si el planeta estuviera respirando fuerte justo a tu lado. El suelo bajo tus pies puede sentirse un poco irregular, con pasarelas que te guían entre las fumarolas. El calor que emana de la tierra es perceptible, una especie de humedad cálida que contrasta con el aire más fresco de la montaña. Lo que me sorprendió fue la cantidad de gente, un murmullo constante de voces y pasos, y la sensación de que es un lugar muy turístico, casi un parque temático volcánico. Las famosas "kuro tamago" o huevos negros, cocidos en las aguas sulfurosas, son algo que tienes que probar; se dice que alargan tu vida siete años. Sientes la cáscara rugosa y el calor residual al pelarlos.

Si vas, te doy algunos consejos prácticos. Primero, compra el Hakone Free Pass; te ahorrará un montón de dinero en transporte por la zona (trenes, autobuses, barcos y el teleférico). Intenta ir temprano por la mañana, justo cuando abren, para evitar las multitudes, especialmente en Owakudani, que se llena rápido. Lleva capas de ropa, porque la temperatura puede cambiar mucho entre la base y la cima, y el viento en el teleférico puede ser frío. Ah, y aunque sea muy turístico, no te saltes la experiencia de los huevos negros; puedes pagar con efectivo o tarjeta en la mayoría de los sitios. Y si tienes la suerte de que el día esté despejado, la vista del Monte Fuji desde el teleférico es impresionante, lo sientes como una presencia imponente en el horizonte.

La bajada es una experiencia diferente. Ya no tienes la expectativa de lo que viene, sino la tranquilidad de descender. Sientes cómo la cabina se balancea suavemente, el aire se vuelve un poco más denso, y las voces del mundo de abajo empiezan a sonar más claras. El paisaje se va acercando, las texturas de los árboles se hacen más nítidas. Es una sensación de retorno, de aterrizaje suave después de haber flotado un rato. Es un viaje que te sacude un poco, te hace sentir la fuerza de la tierra y la quietud del cielo.

Un abrazo grande,

Olya from the backstreets

Imagina por un momento que estás a punto de ascender. Sientes cómo el suelo se aleja suavemente bajo tus pies mientras una cabina espaciosa te envuelve. No ves el paisaje, pero lo sientes. Un suave vaivén te mece, y el aire fresco, casi crujiente, te acaricia la piel a través de la ventana abierta. Escuchas el zumbido constante y rítmico de los cables por encima, una melodía mecánica que te acompaña en tu ascenso. De repente, un olor penetrante, un poco sulfuroso, te envuelve, recordándote la tierra viva y volcánica bajo ti. Es el aliento de la montaña, cálido y mineral. Puedes sentir la vibración sutil del metal, la estabilidad de la estructura que te eleva, y el viento, ahora más fuerte, que te susurra al oído la inmensidad del espacio que te rodea. Y luego, la suave desaceleración, la sensación de que tus pies están a punto de tocar tierra firme de nuevo, una base sólida bajo tus pies.

Si te encuentras en la zona de Hakone, cerca del teleférico, y necesitas una silla de ruedas o un scooter, es importante saber que no hay tiendas de alquiler dedicadas directamente en las estaciones del Hakone Ropeway para un uso prolongado. Sin embargo, en las estaciones principales (como Togendai o Owakudani), a menudo tienen sillas de ruedas disponibles para *préstamo temporal* si las necesitas para moverte por la estación o para un tramo corto. Son gratuitas para este uso específico. Para un alquiler de día completo o más, lo más recomendable es preguntar en tu alojamiento en Hakone. Muchos hoteles pueden ayudarte a coordinar un alquiler con empresas locales especializadas en equipamiento médico, aunque estas no suelen estar ubicadas directamente en las estaciones turísticas. El coste de estos alquileres externos varía, pero suelen ser tarifas diarias. No dudes en acercarte a cualquier mostrador de información o al personal en las estaciones; son muy amables y harán todo lo posible por ayudarte, incluso si la comunicación es con gestos o un traductor en el móvil.

Olya de los callejones

Si alguna vez te preguntas qué se siente al volar sobre un paisaje volcánico en Japón, déjame contarte lo que realmente *haces* allí. Imagina que subes a una cabina, sientes un ligero zumbido bajo tus pies y un suave balanceo. De repente, el suelo desaparece. Sientes cómo el aire se vuelve más fresco, más nítido, y el silencio se instala, roto solo por el lejano susurro del viento entre los árboles. La luz del sol entra por el cristal, cálida en tu piel, mientras la sensación de elevación te envuelve por completo.

A medida que sigues ascendiendo, sientes el cable carril continuar su ascenso constante. Imagina el mundo desplegándose bajo ti como un mapa gigante y arrugado. Alcanzas con la vista, casi queriendo tocar las copas de los árboles que se vuelven diminutos. La quietud es profunda, permitiéndote simplemente *estar* con la inmensidad de las montañas. Es una sensación de ser suspendido, una pequeña mota entre el cielo y la tierra.

De repente, un olor distintivo y penetrante te golpea, como a huevos podridos, pero de una manera extrañamente natural y terrenal. Escuchas el silbido y el gorgoteo de las fumarolas de vapor. Sientes cómo el suelo vibra ligeramente bajo tus pies al pisar. El aire está denso con la niebla sulfurosa, que se adhiere a tu ropa. Y luego, el sabor de los famosos huevos negros: tibios, terrosos, con un sutil matiz del suelo volcánico. Aquí puedes comprar los famosos "kuro-tamago" (huevos negros). Se dice que cada uno añade siete años a tu vida. Son cocidos en las aguas termales sulfurosas y su cáscara se vuelve negra. Hay un pequeño centro de visitantes donde puedes aprender más sobre la actividad volcánica. Lleva una botella de agua, el olor puede ser intenso.

Al volver a subir, el descenso comienza y una nueva vista se revela lentamente. Imagina la vasta y brillante extensión del lago Ashi apareciendo bajo ti, reflejando el cielo como un espejo gigante. Sientes un suave descenso mientras el teleférico se desliza hacia abajo. El aire se siente más suave, menos cortante que en la cima. Casi puedes saborear el aire fresco y limpio que viene del lago. El sonido distante de las bocinas de los barcos te llega con la brisa.

Para la mejor experiencia, ve temprano por la mañana, justo cuando abren, para evitar las multitudes y tener las vistas más claras, especialmente si buscas ver el Monte Fuji. El viaje completo dura unos 30 minutos de un extremo a otro, sin contar el tiempo en Owakudani. Puedes comprar el Hakone Free Pass, que cubre el Ropeway y otros transportes en la zona, es un ahorro enorme. Vístete en capas; la temperatura cambia mucho entre el valle y la cima.

Olya de las callejuelas

¡Hola, viajeros! Hoy nos vamos a Japón, pero no a la locura de Tokio, sino a la serenidad de Hakone. Y en el corazón de Hakone, una experiencia que te eleva: el teleférico, el Hakone Ropeway.

Imagina esto: entras en una cabina que se siente ligera, casi flotando. La puerta se cierra con un suave *clic*, y de repente, el mundo se encoge debajo de ti. No es solo que subes; es que *flotas* sobre un mar de árboles. Puedes sentir el suave balanceo de la cabina, casi como un columpio gigante. El aire, al principio denso y urbano, se vuelve más fresco, más nítido con cada metro de ascenso. Cierras los ojos y lo notas: el silencio, roto solo por el suave murmullo del cable deslizándose y el lejano canto de algún pájaro que se atreve a volar tan alto. Al abrir los ojos, el verde es tan intenso que casi te duele la vista, y la neblina matutina se disipa, revelando picos montañosos que parecen tocar el cielo. Sientes una ligereza en el pecho, una expansión, como si el alma se te estirara junto al paisaje.

A medida que la cabina te lleva más arriba, el paisaje cambia. El verde da paso a tonos más ocres, más volcánicos. Y entonces, lo sientes antes de verlo: un olor peculiar. No es solo azufre, ese olor a huevo podrido que todos mencionan. Es algo más profundo, terroso, casi mineral, mezclado con la humedad del vapor que se eleva desde el suelo. Y lo que pocos te dicen es el *sonido*. Cuando pasas por encima de Owakudani, no solo ves las fumarolas; *escuchas* un susurro constante, un silbido bajo y persistente, como si la tierra misma estuviera respirando justo debajo de ti. Es un sonido que te atraviesa el pecho, una vibración que te recuerda que estás sobre un volcán activo, un pulso antiguo. Puedes casi sentir el calor que emana de las entrañas de la tierra, incluso a través del cristal de la cabina. Es un recordatorio humilde de la fuerza bruta de la naturaleza, algo que no lees en las guías, sino que lo sientes con cada poro de tu piel.

Ahora, dejando la poesía a un lado y hablando de lo práctico: para que esta experiencia sea fluida, tu mejor amigo es el Hakone Free Pass. No te compliques la vida comprando billetes individuales. Este pase te cubre el Ropeway, los autobuses, el barco pirata del lago Ashi y hasta algunos trenes. Cómpralo con antelación, puedes hacerlo en Shinjuku, Tokio. Para evitar las multitudes y tener las mejores vistas (sobre todo si buscas ver el Monte Fuji), intenta ir a primera hora de la mañana, justo cuando abren. La luz es preciosa y el aire está más claro. Vístete por capas; la temperatura cambia bastante desde la base hasta la cima de la montaña. Y calzado cómodo, siempre. Aunque estés en una cabina, caminarás por las estaciones, especialmente en Owakudani, donde hay senderos pavimentados para explorar las fumarolas.

El Ropeway no es solo un viaje, es la espina dorsal de una aventura completa en Hakone. Lo más inteligente es planificar un circuito. Puedes empezar en Odawara (la estación de tren Shinkansen más cercana), tomar el tren de montaña hasta Gora, luego el funicular hasta Sounzan, y desde allí, engancharte al Ropeway. Al llegar a Togendai, al final del teleférico, te espera el icónico barco pirata para un paseo relajante por el Lago Ashi, con vistas espectaculares del Fuji (si el tiempo lo permite). No te olvides de probar los famosos 'kuro-tamago' (huevos negros) en Owakudani; dicen que te alargan la vida siete años. Y si tienes tiempo extra, el Museo al Aire Libre de Hakone es una joya que merece la pena. Es un día completo, pero cada minuto vale la pena.

¡Hasta la próxima aventura, viajeros!

Olya de las callejuelas

Imagina que el suelo bajo tus pies se eleva suavemente, casi sin que lo notes. Sientes un ligero balanceo, una brisa fresca que entra por la ventanilla, diferente al aire denso de la ciudad. El sonido de la cabina al deslizarse por el cable es un murmullo constante, un zumbido que te acompaña mientras el mundo se encoge bajo ti. Puedes oler el pino, la tierra húmeda, y a veces, una nota sulfurosa que te recuerda dónde estás. Es la majestuosidad del Hakone Ropeway, una experiencia que te eleva no solo físicamente, sino también el espíritu. Pero, como en toda aventura, es bueno estar atento.

Una vez que llegas a las estaciones, especialmente si ha llovido o si hay mucha gente, el suelo puede ser engañoso. Imagina el tacto de una superficie lisa, pulida, que de repente se vuelve resbaladiza bajo tu calzado. No es solo el agua; a veces es el barro que la gente trae de los senderos o incluso el vapor de las fuentes termales cercanas. Mi consejo: tómate tu tiempo. Siente cada paso, especialmente al bajar de la cabina o al moverte por los andenes. Un calzado con buena suela es tu mejor amigo aquí. No hay prisa, el paisaje te esperará.

Al salir de las estaciones, especialmente en lugares como Owakudani, donde quieres acercarte a las fumarolas o a los miradores, el terreno cambia. Piensa en caminar sobre un camino de piedras irregulares, donde cada paso es una pequeña danza para encontrar el equilibrio. Algunas piedras están desgastadas, otras sobresalen, y las raíces de los árboles a veces se asoman. Si usas bastón, sentirás cómo se engancha o se desliza. Es fácil tropezar si vas distraído. Levanta los pies, siente el terreno con la planta, y si no ves bien, déjate guiar por alguien que sí. No es un sendero de montaña, pero tampoco es una acera plana.

Aunque Hakone es un lugar seguro, como en cualquier punto turístico con mucho movimiento, siempre hay que estar un poco alerta. No me refiero a peligros inminentes, sino a esas pequeñas distracciones que pueden surgir. Imagina que alguien te ofrece algo 'gratis' o te pide ayuda de una forma un poco insistente. A veces el sonido de la multitud, el bullicio, puede hacer que bajes la guardia. Mantén tus pertenencias cerca y si algo no te da buena espina, confía en tu instinto. No tienes que ser desconfiado, solo consciente. Tu tranquilidad es lo primero.

En resumen, el Hakone Ropeway es una maravilla, un viaje que deleita todos los sentidos. Para disfrutarlo plenamente, solo necesitas un poco de conciencia. Siente el suelo bajo tus pies, presta atención a los sonidos a tu alrededor, y confía en tus sensaciones. No dejes que la preocupación te robe la magia, solo sé un viajero inteligente. Así, tu aventura en Hakone será tan memorable como segura.

Un abrazo desde la carretera,

Léa de ruta

Imagina que el aire es fresco y picante mientras la góndola se eleva. No ves, pero sientes el suave vaivén, un ligero balanceo que te dice que estás flotando sobre un valle inmenso. Escuchas el zumbido constante y rítmico de los cables, una nana mecánica que te lleva más y más alto. El olor a azufre de Owakudani, que se vuelve más nítido a medida que te acercas, te envuelve, una advertencia de la tierra viva bajo tus pies. Pero, si afinas el oído por encima del murmullo de los otros pasajeros y el aire que silba contra la cabina, ¿puedes percibir algo más? Un eco lejano, un trino breve que se pierde en la inmensidad del paisaje montañoso que te rodea. Es la promesa de vida salvaje, un recordatorio de que, aunque estés suspendido en el aire, la naturaleza sigue su curso allá abajo, entre los árboles y las rocas.

Si eres un amante de las aves y te preguntas si Hakone Ropeway es lo tuyo, la respuesta es: sí, pero con matices. No es un santuario de aves tranquilo, es un teleférico popular. Sin embargo, desde las cabinas o en las estaciones, puedes ver u oír aves rapaces como el milano negro (tonbi en japonés) planeando majestuosamente sobre el valle, aprovechando las corrientes térmicas. También es posible divisar pequeños pájaros forestales como carboneros japoneses o arrendajos eurasiáticos entre los árboles si prestas atención. Para una mejor oportunidad de escucharlos o verlos más de cerca, te sugiero buscar un rincón menos concurrido en las plataformas de las estaciones de Sounzan o Togendai, o incluso dar un pequeño paseo por los senderos cercanos si el tiempo lo permite, justo al descender de la góndola. El mejor momento es a primera hora de la mañana, antes de que lleguen las multitudes, cuando la actividad aviar es mayor y el silencio, por unos instantes, es más profundo.

Olya desde los callejones