¿Qué haces en Merapi? Imagina el aire fresco de la madrugada en Yogyakarta, un velo de humedad que acaricia tu piel mientras el cielo aún es tinta. Escuchas el suave murmullo de las motos lejanas, el canto de los gallos que anuncian el nuevo día. Hueles la tierra mojada, el primer café que se prepara en algún puesto cercano. Hay una expectación en el ambiente, una vibración que te dice que estás a punto de conectar con algo primario, algo antiguo. Te subes a un jeep, sientes el asiento un poco frío al principio, la tela áspera bajo tus dedos, y el motor empieza a rugir, prometiendo una aventura que te despertará por completo.
A medida que el jeep avanza, el rugido se vuelve tu banda sonora, la vibración constante bajo tus pies te conecta con el camino. Sientes el viento que te golpea la cara, trayendo consigo el olor a polvo volcánico, un recordatorio de la fuerza de la naturaleza. A veces, el camino se vuelve irregular, y te agarras fuerte, sintiendo cada sacudida, cada subida y bajada. Poco a poco, el paisaje cambia: los arrozales dan paso a árboles dispersos, luego a una tierra más árida, marcada por el paso de la lava, donde el silencio es casi total, solo roto por el motor y el canto de algún pájaro madrugador.
Llegas a un punto donde el jeep se detiene, y al bajar, el aire es más denso, más cargado de historia. Caminas sobre una superficie que cruje bajo tus pies, sintiendo la grava áspera y fría. Tus dedos rozan los restos de una casa, ahora solo un armazón de metal retorcido y piedras calcinadas. Puedes sentir la desolación, la magnitud de la fuerza que arrasó con todo. Hay un pequeño museo al aire libre, y aunque no veas las fotos, puedes sentir la forma de los objetos rescatados, la textura de una olla deformada, la rugosidad de un neumático derretido. Incluso puedes entrar a un búnker, el aire allí es pesado, la oscuridad casi tangible, y el eco de tus propios pasos te recuerda la soledad de ese refugio.
Después de ese momento de reflexión, el jeep te lleva más arriba, y de repente, lo sientes. Una inmensidad se abre ante ti. El aire se vuelve más claro, y aunque no puedas verlo, percibes la silueta imponente del volcán Merapi alzándose en el horizonte. No es solo una vista, es una presencia que te envuelve, una fuerza que te hace sentir pequeño y, a la vez, increíblemente vivo. El sol empieza a asomarse, y puedes sentir cómo el frío de la madrugada se disipa lentamente, reemplazado por una calidez reconfortante en tu piel. Es el momento perfecto para sentir la brisa fresca en tu rostro y simplemente respirar la inmensidad. Lleva una chaqueta ligera o un cortavientos, la temperatura puede bajar bastante antes del amanecer.
El viaje de vuelta es diferente. Sientes el cansancio agradable en tus músculos, una sensación de logro después de haber experimentado algo tan poderoso. El sol ya está alto, y el paisaje que antes era una silueta oscura, ahora se revela en colores vibrantes. Hueles el aroma de la vegetación que se recupera, mezclado con el de las fogatas de los agricultores. Al llegar de nuevo al pueblo, el olor a comida recién hecha te envuelve, y una taza de té caliente entre tus manos se siente como el abrazo perfecto para cerrar la experiencia.
Para ir, lo mejor es reservar un tour en jeep con antelación, puedes hacerlo la noche anterior o a primera hora de la mañana en tu hotel o con algún operador local. Suelen salir muy temprano, entre las 4:30 y las 5:00 AM, para que puedas ver el amanecer desde las faldas del volcán. Lleva calzado cerrado, no chanclas, y una botella de agua. El precio ronda los 350.000-500.000 IDR por jeep (no por persona), dependiendo de la ruta y la duración, y la experiencia completa suele durar unas 2-3 horas.
Olya from the backstreets.