¿Sabes? Hay lugares que no se visitan, se *sienten*. Y si hay uno así en Pompeya, para mí, es la Casa de los Vettii. Imagina esto: estás en la calle, el sol de la tarde calienta el aire, y de repente, te deslizas por una entrada oscura, casi como un túnel. Es estrecha, sí, pero ya sientes el cambio en la temperatura, la frescura de la piedra antigua bajo tus pies. Escucha: el bullicio de la gente en el exterior se apaga, y en su lugar, percibes un silencio denso, cargado de siglos. Es como si el tiempo se ralentizara aquí dentro. Justo al entrar, mira (o más bien, imagina, porque lo sentirás): a la derecha, en la pared, hay un fresco. Es el famoso Príapo, ese dios con su atributo… bueno, muy grande. No es solo una imagen, es una declaración audaz de los dueños, los hermanos Vettii, comerciantes de éxito. Es su forma de decir: "Esta es nuestra casa, y somos prósperos". Date un segundo para absorber esa primera impresión, ese golpe inicial de antigüedad y descaro.
Una vez que pasas esa primera sala de entrada, el *fauces*, te abres a un espacio más grande y luminoso: el atrio. Aquí, el techo se abre al cielo, y puedes sentir el aire fresco que entra. En el centro, está el *impluvium*, una especie de estanque poco profundo donde se recogía el agua de lluvia. Si cierras los ojos, casi puedes escuchar el suave chapoteo de las gotas de lluvia cayendo en él, como lo hicieron hace casi dos mil años. El suelo bajo tus pies es de mosaico, con patrones simples pero elegantes. Siente la amplitud del espacio, cómo las habitaciones se abren a tu alrededor, invitándote a explorar. Este es el corazón de la casa, donde los Vettii recibían a sus clientes y amigos, donde la vida diaria zumbaba con una energía diferente a la de la calle.
Desde el atrio, te sugiero que te dirijas directamente hacia el peristilo, que es el jardín interior con columnas. Es la joya de la corona de la casa y el lugar donde la luz natural inunda el espacio de una manera mágica. Mientras caminas hacia allí, sentirás cómo la atmósfera cambia de la formalidad del atrio a una serenidad casi sagrada. El suelo puede estar cubierto de pequeñas piedras o tierra, y el aire huele a humedad y a tierra mojada, incluso si no ha llovido en días, como un recuerdo de su función como jardín. Es un oasis de calma en medio de la casa, diseñado para la relajación y el disfrute. No te apresures, deja que tus ojos se acostumbren a la explosión de color que te espera.
Aquí, en el peristilo, es donde realmente te sumergirás en la vida de los Vettii. Las paredes de las habitaciones que dan al jardín están decoradas con frescos increíblemente vibrantes. Siente la superficie lisa de la pared si te acercas, imagina a los artistas trabajando con pigmentos brillantes. Busca el triclinio, la sala de banquetes, que es una de las mejor conservadas. Las escenas mitológicas te envuelven: dioses y diosas en sus aventuras, héroes en sus gestas. No es solo arte, son historias, susurros de conversaciones de hace siglos. Cierra los ojos por un momento y escucha: ¿Puedes oír las risas, el tintineo de las copas, el murmullo de las conversaciones mientras los Vettii y sus invitados cenaban aquí? No te obsesiones con cada detalle de cada fresco; elige uno o dos que te llamen la atención y sumérgete en ellos.
Para que tu visita sea perfecta, te diría esto: no te detengas demasiado en las habitaciones más pequeñas y menos decoradas alrededor del atrio. Son interesantes, sí, pero el verdadero espectáculo está en el peristilo y las grandes salas que lo rodean. Lo que sí te recomiendo es que, después de haber explorado los frescos y sentido la grandeza de las salas de recepción, regreses al jardín del peristilo y te quedes allí un buen rato. Busca un lugar donde puedas sentarte o simplemente pararte y sentir el sol en tu piel. Este es el momento para que todo se asiente. Imagina las plantas que una vez crecieron aquí, los pequeños chorros de agua de las fuentes que ahora están secas. Siente la brisa suave que se cuela entre las columnas, el eco de tus propios pasos. Es el final perfecto para la visita, un momento de paz y conexión con la esencia de lo que fue este hogar.
Ana de la Ruta.