¡Hola, exploradores del alma! ¿Alguna vez te has preguntado cómo se siente tocar el cielo sin alas? Permítete que te guíe a un lugar en Kemer, Turquía, donde esa sensación se vuelve tan real que casi puedes saborearla: el Teleférico de Olympos. Imagina esto: estás en una cabina, el aire es suave y cálido al principio, cargado con el aroma de los pinos y la brisa marina. Sientes un ligero empujón, casi imperceptible, y de repente, el suelo se aleja. Escuchas el suave zumbido del motor y el crujido apenas audible de los cables mientras la cabina se eleva. Abajo, las siluetas de los árboles se encogen, las voces se desvanecen en un murmullo distante, y la única compañía es el silencio creciente y la promesa del azul infinito.
A medida que asciendes, la temperatura cambia, el aire se vuelve más fresco, más limpio, como un sorbo de agua helada en un día de verano. Sientes cómo la presión se ajusta en tus oídos, una señal de que estás ganando altitud rápidamente. Mira hacia abajo, o más bien, siente cómo el paisaje se despliega: los densos bosques de pino se transforman en un mosaico verde oscuro, y la línea de la costa se estira como un hilo plateado a lo lejos, el Mediterráneo brillando con una intensidad que solo se aprecia desde las alturas. Es una sensación de ingravidez, de estar suspendido entre dos mundos, con la brisa de la montaña acariciando suavemente la cabina.
Finalmente, la cabina se desliza suavemente hacia la estación de la cumbre. Al salir, un soplo de aire frío y vivificante te golpea la cara, despertando cada sentido. El olor a pino y a tierra húmeda se mezcla con una fragancia indescifrable de montaña, pura y salvaje. El sonido dominante es el del viento, un susurro constante que parece contar historias antiguas. Sientes el frío de la piedra bajo tus pies y la inmensidad del espacio a tu alrededor. Abre los brazos y siente la libertad; es como si pudieras tocar el horizonte, con las nubes flotando a tu mismo nivel y el vasto mar estirándose hasta donde alcanza la vista. Es un lugar para sentirte pequeño y, al mismo tiempo, inmensamente conectado con todo.
Ahora, un par de consejos prácticos para tu visita. La cima del Monte Tahtalı (2.365 metros) es notablemente más fría que la base, incluso en verano. Así que, aunque haga calor abajo, lleva una chaqueta ligera o un cortavientos. Las mañanas suelen ofrecer las vistas más claras y menos gente, pero si buscas una experiencia mágica, el atardecer desde allí es inolvidable, con los colores del cielo pintando el Mediterráneo. Solo asegúrate de verificar los horarios del último teleférico de regreso.
Una vez arriba, tienes un par de opciones. Hay una cafetería y un restaurante donde puedes tomar algo caliente y disfrutar de las vistas panorámicas desde el interior o la terraza. También hay varias plataformas de observación desde las que puedes sentir la inmensidad del paisaje. No necesitas más de un par de horas en la cima, a menos que planees hacer senderismo. Para llegar a la estación base, puedes tomar un "dolmuş" (minibús) desde Kemer, un taxi, o si tienes coche, hay un amplio aparcamiento. Compra los billetes en la estación base, y a veces hay descuentos si reservas online con antelación.
Y si te preguntas por qué esta montaña es tan especial, escucha lo que mi abuela, que vivió toda su vida en un pueblo cercano, solía contar. Ella decía que el Tahtalı no era solo una montaña; era el "observador silencioso" de toda la región. Antes, subir a la cima era una peregrinación de días, solo para los más fuertes, para pedir deseos o simplemente sentir la cercanía de los dioses. Con este teleférico, decía mi abuela, el Tahtalı abrió sus brazos para que todos, jóvenes y viejos, pudieran compartir esa misma sensación de grandeza, de ver el mundo desde lo alto, y recordar que somos parte de algo mucho más grande. Es por eso que, para la gente de aquí, el teleférico no es solo una atracción, es un puente hacia su historia y su espíritu.
Hasta la próxima aventura,
Olya from the backstreets