¡Hola, trotamundos! ¿Alguna vez te has preguntado a qué huele la felicidad? Permíteme llevarte a Sant Sadurní d'Anoia, un lugar donde el aire mismo es un brindis. Imagina esto: bajas del tren y el fresco, casi húmedo, te envuelve. No es un frío cualquiera, es un abrazo que trae consigo un aroma inconfundible. Cierra los ojos. ¿Lo sientes? Es el perfume dulce y terroso de la uva madura, mezclado con ese toque inconfundible a levadura, a pan recién hecho, a secretos guardados en la penumbra de las cavas. Escuchas un murmullo lejano, casi un susurro, que parece el eco de millones de burbujas ascendiendo lentamente en alguna botella. Caminas por calles donde el eco de tus pasos se mezcla con el tintineo suave de cristal, y el aroma se intensifica, te penetra, te dice: "Estás en el corazón del cava".
Llegar hasta aquí es pan comido. Desde Barcelona, la forma más cómoda y ecológica es coger el tren de Rodalies R4, dirección Sant Vicenç de Calders. Te deja justo en el centro del pueblo, a un paso de todo. Si prefieres ir en coche, las autopistas A-2 o AP-7 te llevan directo, pero sinceramente, para disfrutar de las catas sin preocupaciones, el tren es tu mejor amigo. Una vez en Sant Sadurní, el pueblo es perfectamente caminable. Las distancias son cortas y pasear por sus calles tranquilas, escuchando el silencio roto solo por el viento entre los viñedos, ya es parte de la experiencia.
Mi abuelo, que en paz descanse, solía decir que Sant Sadurní no es solo un pueblo; es un corazón que late al ritmo del corcho. Él me contaba que, de niño, en la época de la vendimia, el olor a uva fermentando se colaba por todas las ventanas. Me hablaba de cómo antes, en los tiempos de sus abuelos, la gente se ayudaba entre vecinos a etiquetar botellas hasta la madrugada, cantando para no dormirse. No era solo trabajo; era una fiesta que unía a todos, una tradición que se pasaba de mano en mano, de uva en uva, haciendo que cada botella de cava llevara consigo un pedacito de esa comunidad y su alegría. Esa historia, para mí, explica por qué este lugar es tan especial.
Ya que estás aquí, lo imprescindible es visitar una cava. Hay muchísimas opciones, desde las grandes y mundialmente conocidas hasta pequeñas bodegas familiares que producen auténticas joyas. Mi consejo es que reserves el tour y la cata online con antelación, sobre todo si vas en temporada alta. Muchas ofrecen experiencias que te llevan por los túneles subterráneos donde el cava reposa, y puedes sentir la frescura y la humedad en el aire mientras te explican el proceso. Después de la cata, busca un buen restaurante local y pide un "xató" (una ensalada típica con salsa romesco) o unos embutidos de la zona. Y, por supuesto, marida todo con más cava, ¡aquí nunca es suficiente!
Cuando llega el atardecer y el sol se tiñe de tonos anaranjados sobre los viñedos, sentirás una calma profunda. El sabor de las burbujas parece quedarse en tu paladar, un recuerdo efervescente. Y ese aroma a levadura, a tierra, a historia líquida, se te impregna en la ropa, en la piel. Es una sensación de plenitud, de haber bebido no solo cava, sino también un trocito del alma de esta tierra. Te irás con la certeza de que has vivido una experiencia que va más allá de lo visual, que te ha tocado el alma.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya de las callejuelas