Hola! Acabo de volver de Palamós, en la Costa Brava, y te tengo que contar. Imagina que bajas del coche y lo primero que te golpea es ese aire salado, denso, que te llena los pulmones. No es solo mar, es un olor a salitre mezclado con un toque inconfundible a pescado fresco y a redes mojadas. Escuchas el murmullo constante de las olas, sí, pero también el clac-clac rítmico de los mástiles de los barcos chocando entre sí y el griterío lejano de las gaviotas. Te envuelve una brisa suave que te eriza la piel, incluso si hace sol. Me sorprendió, de entrada, lo "vivo" que es, no es solo un pueblo costero bonito, sientes la actividad del puerto en cada rincón.
Si te acercas al puerto, la experiencia se intensifica. Puedes sentir la vibración del suelo bajo tus pies cuando un camión descarga algo, el traqueteo de las carretillas. Imagina que te adentras en la lonja: el eco de las voces de los pescadores, los golpes secos de las cajas de pescado al ser arrastradas, el frío que emana del hielo. El olor es mucho más intenso aquí, a mar abierto y a la captura del día. Para vivirlo de verdad, tienes que ir a la subasta del pescado. Suele ser por la tarde, sobre las 17h. Es caótico y fascinante a partes iguales. Ahí ves la esencia de Palamós. Lo que me encantó fue cómo todo el mundo, desde el pescador hasta el comprador, parece una parte viva de un mismo organismo.
Luego, si te apetece escapar del bullicio, empieza a caminar por el sendero de ronda. Sientes la tierra bajo tus pies, a veces rocosa, a veces lisa por el paso. La brisa aquí es más limpia, más pura. De repente, el sonido de las olas se vuelve más envolvente, casi una melodía. Te recomiendo que busques calas como Cala S'Alguer o Cala Estreta. Cuando llegas, sientes la arena bajo tus pies, fina o gruesa según la cala, y el agua fría y clara que te envuelve al meter los pies. Es un contraste brutal con el puerto. Lo que no me funcionó fue intentar encontrar aparcamiento cerca de estas calas en pleno día, es casi imposible. Mejor ir andando o muy temprano.
Y la comida... ¡Ay, la comida! Puedes oler el aceite de oliva caliente, el ajo, el marisco cocinándose en cada esquina. Cuando te sientas en un restaurante junto al puerto, sientes el calor del sol en la cara mientras el aire te trae el aroma de la paella. La gamba de Palamós es obligatoria; cuando la pruebas, sientes esa textura tierna pero firme, el sabor a mar en cada bocado, dulce y salado a la vez. Me sorprendió lo fresca que está, claro, viene directa del barco. Un consejo: no te quedes solo con los restaurantes más turísticos del paseo. Pregunta a la gente local, a menudo los mejores están en callejuelas secundarias y son un poco más "auténticos" en su ambiente y sabor.
Algo que no te esperas y te sorprende es el Museo de la Pesca. No es un museo aburrido, te lo prometo. Puedes oler a redes antiguas, a madera vieja y a historias de mar. Si te animas, hay una actividad que te permite subir a un barco de pesca y sentir la cubierta bajo tus pies, la vibración del motor, el vaivén del mar. Te da una perspectiva totalmente diferente de lo que es la vida de un pescador. Lo que no me gustó es que, si no hablas español o catalán, puede que te pierdas algunos detalles de las explicaciones más auténticas de los pescadores, aunque siempre hay guías.
En general, Palamós es un sitio que te entra por todos los sentidos. Es ruidoso, oliente, con texturas variadas y un sabor a mar que no se olvida. Me gustó mucho esa autenticidad, ese espíritu de pueblo pesquero que todavía conserva, a pesar de los turistas. No es un lugar para ir si buscas solo playas paradisíacas y tranquilidad absoluta, porque tiene mucha vida y movimiento. Pero si quieres sentir el latido del Mediterráneo, su trabajo, su gente, y luego relajarte en una cala, es tu sitio. Lo que no me terminó de convencer del todo es que en ciertos momentos, sobre todo en el centro, se nota demasiado el enfoque en el turismo masivo, perdiendo un poquito de su encanto original. Pero vamos, que merece la pena.
Un abrazo grande,
Leo en el camino.