¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo a un rincón de Yogyakarta que me robó el aliento, Plaosan Temples. No es tan famoso como Borobudur o Prambanan, y justo por eso, tiene una magia especial. Imagina un lugar donde la historia susurra en cada rincón, y el tiempo parece haberse detenido, regalándote una paz que te envuelve por completo.
Cuando llegues, lo primero que notarás será la brisa suave, trayendo consigo el aroma de la tierra seca y el dulce perfume de las flores de frangipani. Escucha bien: el viento juega entre las hojas de los árboles centenarios, creando una melodía que te da la bienvenida. Sientes el sol cálido en tu piel, una promesa de tranquilidad. Para empezar, te sugiero que te tomes un momento justo a la entrada, respirando hondo. No hay prisa. Desde aquí, a tu derecha, sentirás el camino de tierra que te lleva directamente al complejo principal, el Plaosan Lor, o Templo del Norte.
Mientras caminas hacia Plaosan Lor, sentirás cómo el suelo cambia bajo tus pies, pasando de tierra a una superficie más firme, de piedra. Te irás acercando a las estructuras más grandes, imponentes. Aquí, extiende tu mano y toca las paredes de basalto: notarás su frescura, la textura rugosa de la piedra antigua. Siente los relieves, los intrincados tallados que adornan sus fachadas; son historias contadas en piedra, con figuras de Buda y deidades que te hablan de una fusión cultural única entre el budismo y el hinduismo. Escucha el eco de tus propios pasos resonando suavemente en la quietud, y si te acercas a las pequeñas celdas, sentirás una intimidad casi sagrada, como si los monjes que las habitaron aún estuvieran allí.
Después de explorar el imponente Plaosan Lor, dirígete hacia el sur. El camino se abre, y sentirás más espacio a tu alrededor. Aquí está el Plaosan Kidul, el Templo del Sur, y aunque está más disperso y con menos estructuras en pie, tiene una sensación de descubrimiento. Imagina las pequeñas estupas y capillas que una vez llenaron este espacio, ahora solo quedan sus cimientos o fragmentos. Siente la hierba bajo tus pies si te atreves a descalzarte en un trozo seguro; te conecta directamente con la tierra. En este lado, hay menos gente, lo que te permite escuchar con más claridad el canto de los pájaros y el murmullo de la vida rural a lo lejos. Es el lugar perfecto para encontrar un rincón tranquilo y sentarte un momento, sintiendo la brisa en tu cara y la paz en tu corazón.
Para guardar lo mejor para el final, te aconsejo que, una vez que hayas recorrido ambos complejos, vuelvas a Plaosan Lor, pero esta vez, busca uno de los pequeños altares o espacios abiertos dentro de las estructuras principales. Es el momento de sentarte, cerrar los ojos y simplemente sentir la energía del lugar. Permítete que la antigüedad te envuelva, que la fusión de culturas te hable sin palabras. Siente la sombra fresca de las paredes milenarias, el silencio que solo rompe el viento. Es una experiencia de contemplación, de conexión profunda con el pasado. La mejor hora para esto es al final de la tarde, cuando el sol empieza a bajar y la luz pinta las piedras con tonos dorados, y el calor del día se disipa.
En cuanto a lo práctico, lleva calzado cómodo, de esos que puedes quitarte y ponerte fácilmente, porque en algunos templos te pedirán que lo hagas. Agua, ¡mucha agua! El sol puede ser intenso. Para la ruta, es muy simple: una vez dentro, el camino principal te lleva directamente a Plaosan Lor (el complejo más grande y completo a tu derecha). Explóralo a fondo, tómate tu tiempo. Luego, sigue el camino hacia el sur para llegar a Plaosan Kidul, que es más abierto y con menos estructuras, pero igual de interesante por su atmósfera. Lo que puedes "saltarte" si el tiempo es limitado, o si prefieres una experiencia más centrada en los templos principales, son las áreas más alejadas del complejo sur que son solo campos abiertos sin ruinas significativas. No ofrecen mucho a nivel sensorial en comparación con las estructuras principales.
¡Hasta la próxima aventura!
Javier de los caminos.