¡Hola, viajeros! Hoy os llevo a un rincón de Mostar donde el tiempo parece detenerse.
Al cruzar el umbral de la Casa Kajtaz, una profunda tranquilidad os envuelve. El bullicio vibrante de las calles de Mostar se desvanece, reemplazado por el suave murmullo de una fuente central en un patio recoleto. La luz del sol se filtra entre higueras y granados centenarios, proyectando sombras intrincadas sobre los adoquines desgastados. El aire, notablemente más fresco aquí, trae un tenue aroma a tierra húmeda y jazmín en flor, un respiro bienvenido del calor de Herzegovina.
La casa en sí, construida en el estilo otomano tradicional, presenta un exterior modesto que esconde su riqueza interior. Al adentrarse en el *selamluk*, o área de recepción masculina, la madera oscura y pulida brilla, contrastando con los tonos vibrantes de las alfombras tejidas a mano y los cojines bajos (*minders*). La luz del sol se filtra suavemente a través de pequeñas ventanas enrejadas, iluminando intrincadas tallas en los techos y delicados detalles de latón en los muebles antiguos.
Una exploración más profunda revela el *harén* más privado, diseñado para las mujeres de la familia, mostrando una intimidad aún mayor. Aquí, las habitaciones están adornadas con vestimentas tradicionales y objetos personales, ofreciendo una conexión tangible con las vidas que una vez habitaron estas paredes. La división arquitectónica de los espacios públicos y privados es claramente visible, un testimonio silencioso de las costumbres sociales de la época. La estructura misma susurra historias de generaciones, proporcionando una ventana auténtica a un Mostar de antaño.
La importancia de la Casa Kajtaz se cristaliza en una historia que escuché de su actual cuidador. Durante la brutal Guerra de Bosnia en los años 90, cuando gran parte de Mostar fue devastada, la familia se negó a abandonar la casa, a pesar del peligro. Creían que si la dejaban, su espíritu se perdería para siempre. Se refugiaron en los sótanos y, con el cese de los bombardeos, fueron los primeros en comenzar la restauración, usando métodos tradicionales. No solo salvaron un edificio, sino la memoria viva de una herencia cultural, manteniendo sus puertas abiertas como un faro de resiliencia y continuidad.
Así que, si Mostar está en vuestro itinerario, no olvidéis dedicar un tiempo a este oasis de historia. ¡Hasta la próxima aventura, exploradores!