Imagina que el día empieza con el suave traqueteo de un tren o un autobús alejándote del bullicio de Praga. Sientes cómo el paisaje se abre, las colinas se aplanan, y el aire, antes impregnado de cerveza y adoquines, se vuelve más abierto, más rural. Terezín no es una ciudad cualquiera; es un lugar que te abraza con una seriedad palpable mucho antes de que pongas un pie en ella. Y justo en el corazón de este lugar, te espera la Magdeburska Kasarna, el Cuartel de Magdeburgo.
Para llegar, la forma más sencilla desde Praga es tomar un autobús desde la estación de Holešovice. Son directos y te dejan en Terezín en poco más de una hora. Si prefieres tren, hay conexiones a Bohušovice nad Ohří y desde allí un autobús corto. Mi consejo: el autobús directo es menos lioso y te ahorra tiempo para sumergirte de lleno en el lugar.
Al cruzar el umbral del Cuartel de Magdeburgo, el primer impacto no es visual, es una sensación. Imagina la inmensidad del patio, un espacio que te empequeñece. Puedes sentir el eco de tus propios pasos resonando en el aire, un sonido que parece absorberse por las viejas paredes, como si el propio edificio estuviera conteniendo el aliento. El aire aquí tiene un olor peculiar, una mezcla de polvo antiguo, madera vieja y una humedad persistente que te envuelve. Es un frío que no viene del clima, sino de la historia.
La entrada principal te lleva directamente a este patio central. Las taquillas están justo a la derecha. Puedes comprar un boleto combinado que incluye el Ghetto Museum y la Pequeña Fortaleza, pero si tu tiempo es limitado o quieres centrarte en la vida cultural, solo el Cuartel de Magdeburgo es suficiente. No hay prisa, tómate tu tiempo para sentir el lugar antes de elegir tu camino.
Ahora, te invito a adentrarte en los pasillos interiores. Siente la rugosidad de las paredes de ladrillo bajo tus dedos, la frialdad de la piedra. Escucha el crujido de las tablas del suelo bajo tus pies mientras avanzas por los antiguos dormitorios. Aquí, cada habitación, aunque ahora vacía, te cuenta una historia de hacinamiento, de vidas apretadas. Puedes casi oír el murmullo de las conversaciones, el roce de la tela, el aliento de cientos de personas compartiendo un espacio diminuto. El ambiente es denso, cargado de una quietud que te invita a la reflexión.
Mi sugerencia es que no te saltes ninguna de estas habitaciones. Cada una, aunque similar, es una pieza del rompecabezas. No hay mucho que 'ver' en el sentido tradicional, pero sí mucho que 'sentir'. Si bien hay paneles informativos, no es necesario detenerse en cada uno. Concéntrate en la atmósfera. Es un buen lugar para sentir la escala humana de lo que ocurrió.
Luego, y este es el corazón del Cuartel, te guiaré hacia las salas que albergaban la increíble vida cultural. Imagina el contraste: la opresión de los muros, la escasez de todo, y sin embargo, aquí florecieron la música, el teatro, el arte. Puedes casi oír las melodías de 'Brundibár', la ópera infantil que se representó aquí decenas de veces. Siente la textura de los atriles, la madera gastada de lo que pudieron ser los bancos de un pequeño auditorio. Hay una réplica de la buhardilla donde los niños ensayaban; un espacio pequeño, íntimo, donde la luz de la creatividad se abría paso.
Este es el punto culminante de la visita. Busca las salas dedicadas a las artes visuales y la música. No son grandes, pero su impacto es inmenso. Tómate tu tiempo aquí, más que en cualquier otro lugar. Hay reproducciones de dibujos y partituras que puedes tocar con suavidad para sentir la textura del papel. Es un recordatorio palpable de la resiliencia humana.
Para finalizar tu recorrido, te recomiendo dirigirte hacia el gran salón de actos. Puedes sentir la amplitud del espacio, el aire más abierto, aunque sigue impregnado de la solemnidad del lugar. Imagina las voces, los discursos, quizás las últimas representaciones. Siéntate un momento en uno de los bancos, siente la madera fría y desgastada bajo tu cuerpo. Es un lugar para la introspección, para procesar todo lo que has sentido. No hay prisa por irte, solo quédate con ese eco de resistencia.
Al salir, puedes volver sobre tus pasos por el patio y sentir la brisa en tu cara de nuevo. Es una transición suave de vuelta al presente. No hay tiendas de souvenirs ruidosas ni cafeterías dentro, lo cual ayuda a mantener la atmósfera. Para volver a Praga, los autobuses salen con regularidad desde la estación cercana. Solo camina de vuelta por la calle principal y la encontrarás. Y recuerda, no es un lugar para 'disfrutar', sino para comprender y recordar.
Un abrazo desde el camino,
Lola de la Ruta