¡Hola, explorador! Si te vienes a Bucarest y me preguntas por el Palacio Cotroceni, te diría que te prepares para un viaje al pasado que te envuelve, no solo te lo cuenta. Imagina que el ajetreo de la ciudad se va desdibujando poco a poco al acercarte a este lugar, como si el sonido de los coches se convirtiera en un murmullo lejano y el aire se volviera de repente más denso, cargado de historias. Para llegar, lo más fácil es un taxi o VTC; está un poco apartado del centro, pero eso mismo le da un aire de exclusividad. Lo primero, y esto es clave, es reservar tu visita con antelación por su web y llevar tu DNI o pasaporte. Sin eso, no entras. Una vez allí, te encontrarás con la imponente verja. Sientes la solidez del hierro bajo tus dedos, la quietud antes de cruzar el umbral. Este es el punto de partida, donde el presente se queda fuera y la historia te espera.
Una vez dentro del recinto, tras el control de seguridad (que es bastante estricto, como en un aeropuerto, así que paciencia), caminarás por un sendero arbolado. ¿Lo sientes? El aire fresco, el aroma a tierra húmeda si ha llovido, el canto de los pájaros que reemplaza las bocinas. Es un respiro antes de la inmersión. La fachada del palacio se alza majestuosa, pero al principio puede parecer un poco sobria. No te dejes engañar. La verdadera magia está dentro. Al entrar, te pedirán que te pongas unas calzas sobre los zapatos para proteger los suelos, y sientes esa tela fina y deslizante. El sonido de tus pasos cambia, se amortigua. La primera sala te envuelve con un silencio reverencial, solo roto por las voces bajas de la guía (la visita es siempre guiada y en grupo). Las paredes, los techos altos, la luz tenue que entra por los ventanales... todo te susurra que estás en un lugar con mucha vida entre sus muros.
A medida que avanzas por las primeras estancias, como el salón de recepción o alguna de las salas de espera, notarás cómo el ambiente se vuelve más cálido, más habitado. No hay grandes lujos ostentosos aquí, sino una elegancia sobria y funcional. Puedes casi oler el aroma a madera antigua y cera pulida, una fragancia que te transporta a otra época. Presta atención a los detalles en los techos y las estufas de cerámica, son pequeñas joyas que a menudo se pasan por alto. Te diría que no te detengas demasiado en estas salas iniciales; son importantes para el contexto, sí, pero lo verdaderamente personal y conmovedor viene después. Mi consejo es que te dejes llevar por el ritmo de la guía y guardes tu energía sensorial para lo que viene.
La visita te llevará a través de los aposentos reales, y aquí es donde el palacio cobra vida de verdad. Especialmente, los salones y habitaciones de la Reina María. Aquí es donde te pido que te detengas y *sientas*. Imagina el roce de sus vestidos, el tintineo de las tazas de té, el susurro de las conversaciones. Los colores son más suaves, los tejidos más ricos al tacto, incluso la luz parece diferente, más íntima. Te sentirás casi como un invitado invisible en su hogar. El Salón de la Armadura es impresionante por su tamaño y los detalles de las armas, pero el verdadero corazón del palacio está en la biblioteca y, sobre todo, en los dormitorios reales, donde la personalidad de la reina se hace palpable. Si tienes la oportunidad de tocar las barandillas de madera o sentir el relieve de una pared decorada, hazlo con respeto. Esto es lo que no querrás perderte.
Después de la intensidad de los aposentos reales, la visita suele culminar con la iglesia del palacio y, si el tiempo lo permite y la seguridad lo permite ese día, un paseo breve por una parte de los jardines. La iglesia, pequeña y coqueta, ofrece un contraste sereno con la suntuosidad del interior. Siente el frío de la piedra bajo tus dedos, escucha el eco de tus propios pasos. Es un espacio de reflexión. Y luego, el jardín. Aquí, el aire cambia de nuevo, se vuelve más abierto, más vivo. Escucha el zumbido de las abejas, el susurro de las hojas con la brisa. No es un jardín gigantesco para perderse, pero es un lugar perfecto para que la mente asimile todo lo que has visto y sentido. Guarda este momento final para ti, para conectar con la naturaleza y dejar que la historia se asiente. Es el cierre perfecto para una visita tan sensorial.
Al salir, el bullicio de la ciudad volverá a golpearte, pero lo hará de una manera diferente. Llevarás contigo no solo imágenes, sino sensaciones, texturas, aromas. Habrás "tocado" la historia. Tómate tu tiempo para digerir todo. Si tienes curiosidad por los objetos que viste, hay una pequeña tienda de recuerdos, pero no esperes grandes cosas. Lo mejor que te llevas de Cotroceni es la experiencia, la conexión con una parte tan importante de la historia rumana. Recuerda: paciencia con los controles, reserva con antelación y prepárate para sentir más que solo ver. ¡Disfruta cada paso!
Con cariño desde la carretera,
Olya from the backstreets.