Imagina que el asfalto bullicioso de Londres se disuelve bajo tus pies y, de repente, el aire cambia. Se vuelve más suave, más fresco, con un leve aroma a tierra húmeda y hojas. Escuchas el murmullo lejano del tráfico transformarse en el piar de pájaros y el susurro de las copas de los árboles. Es como si una mano invisible te guiara a través de un umbral, y al cruzarlo, el ritmo de tu propio corazón se acompasa con el de la naturaleza. Notas el cambio en la textura del suelo, de la acera dura a un sendero más blando, quizás de gravilla fina o tierra compacta.
Lo primero que te envuelve es el sonido del agua. No es un torrente, sino un murmullo constante, rítmico, que te invita a seguirlo. Te sientes arrastrado hacia una quietud profunda. A medida que te acercas, el aire se enfría un poco más, y puedes percibir la humedad que emana de un estanque. Sientes la brisa suave sobre tu piel, cargada con el aroma sutil de la vegetación acuática. Es un lugar donde el silencio se vuelve audible, interrumpido solo por el chapoteo ocasional de un pez o el suave roce de las hojas de arce japonés. Podrías pasar horas allí, simplemente respirando y sintiendo cómo la tensión se disipa de tus hombros.
Para sentir de verdad la magia de este jardín japonés, ve temprano. De verdad. Antes de las diez de la mañana, si puedes. Es cuando el aire es más nítido, la luz juega de una manera especial, y la afluencia de gente es mínima, lo que te permite percibir cada detalle sin distracciones. Hay una pequeña cascada, así que si quieres sentir la vibración del agua cayendo, acércate con cuidado al borde del estanque. Los caminos son de gravilla, así que lleva calzado cómodo, y ten en cuenta que hay algunos desniveles suaves y escalones, pero nada que no puedas manejar con un poco de atención.
Dejando atrás el murmullo del agua, el camino te lleva por senderos más anchos. De repente, un graznido. Fuerte, áspero, inconfundible. Es el pavo real. Puedes sentir la tierra vibrar ligeramente si está cerca y se mueve. Otro graznido, esta vez más lejano. No son tímidos, a veces los escuchas caminar cerca, sus patas arrastrándose suavemente sobre la hierba. La hierba es densa, suave bajo tus pies si te aventuras un poco fuera del camino. El aire aquí es más abierto, menos confinado que en el jardín, y el sol se siente más directamente sobre tu piel.
Luego te encuentras con la silueta imponente de lo que queda de Holland House. No es una casa completa, sino una ruina majestuosa que se alza como un eco del pasado. Sientes el viento silbar a través de sus arcos vacíos, y la piedra, si la tocas, es fría y áspera, cargada de siglos de historia. Puedes caminar a través de algunos de sus "cuartos" sin techo, sintiendo el vasto espacio sobre ti y el eco de tus propios pasos. Es un recordatorio de que incluso en la destrucción, hay una belleza y una presencia imponente.
Si te pica el gusanillo y necesitas un café o algo para picar, hay una pequeña cafetería cerca de la entrada principal, el Holland Park Café. Tienen café decente y algunos sándwiches o pasteles. Los baños están limpios, cosa que siempre se agradece. También hay fuentes de agua potable si necesitas rellenar tu botella. El parque es grande, así que calcula al menos un par de horas para explorarlo sin prisas y disfrutar de la tranquilidad.
Al salir, la sensación es de haber desconectado de verdad. Como si hubieras respirado un aire diferente, y el ruido de la ciudad, al volver a él, no te afecta tanto. Hay una ligereza en tus pasos y una calma en tu mente que te acompañará el resto del día. Es el tipo de lugar que te recarga sin que te des cuenta.
Olya from the backstreets