¿Cuándo se siente mejor Stonehenge? No, no me refiero solo al mes en el calendario, sino a esa sensación que te envuelve, la que te hace sentir la historia en cada fibra de tu ser. Y ojo, que no está *en* Londres, aunque muchos lo piensen; está a un buen viaje de la capital, en la planicie de Wiltshire.
Imagina esto: es finales de primavera o principios de otoño. El sol no pica, pero calienta suavemente tu piel. Hay una brisa constante, limpia, que trae consigo un leve aroma a tierra mojada y a hierba recién cortada, mezclado con ese olor inconfundible de la piedra milenaria, un aroma seco y mineral que parece haber estado ahí desde siempre. Caminas por el sendero, y el sonido que domina es el del viento, que silba entre los megalitos, como si las piedras mismas estuvieran respirando o susurrando secretos antiguos. A veces, si agudizas el oído, escucharás el balido lejano de alguna oveja o el canto de un pájaro solitario. La atmósfera es de reverencia, de asombro. Puedes sentir la inmensidad del cielo abierto sobre ti y la quietud que emana de esos gigantes de piedra.
En esos momentos de entretiempo, la multitud es manejable. No te sentirás solo, pero tampoco agobiado. Escucharás murmullos de asombro en diferentes idiomas, el clic ocasional de una cámara, pero no el zumbido constante de un enjambre humano. Puedes encontrar tu propio espacio, aunque sea por unos instantes, para simplemente estar con las piedras. No hay empujones, no hay prisas. Es un respeto tácito que se forma alrededor de la magnitud del lugar. Imagina que puedes moverte con libertad, sentir la amplitud del espacio a tu alrededor, y que el eco de tus propios pasos sobre la grava es tan audible como el de los demás. Esto permite que la energía del lugar te impregne de verdad, sin distracciones. La experiencia es mucho más íntima, casi personal, a diferencia de la temporada alta de verano, cuando la marea de gente puede hacer que sea difícil conectar con la esencia del monumento.
Y el clima... oh, el clima lo cambia todo. Si el día es soleado y despejado, sentirás la calidez del sol en tu rostro, y los contornos de las piedras se verán nítidos, proyectando sombras largas y dramáticas que bailan con el movimiento del sol. La vastedad del cielo es palpable. Pero si te toca un día neblinoso o con bruma, la experiencia es completamente diferente: las piedras emergen de la niebla como fantasmas, los contornos se suavizan, y el lugar se vuelve enigmático, casi irreal. El aire se siente más denso, más húmedo, y el silencio es aún más profundo, roto solo por el goteo ocasional. Es entonces cuando la antigüedad de Stonehenge se siente más presente, más misteriosa, como si estuvieras viajando a través del tiempo. Y si llueve, o hace mucho viento, la sensación es cruda, elemental. El viento te golpea, la lluvia te empapa, y te sientes pequeño frente a la fuerza de la naturaleza y la resistencia inquebrantable de esas rocas milenarias. Cada tipo de clima le da una personalidad distinta a Stonehenge, y cada una es una experiencia que vale la pena vivir.
Ahora, un par de cosas prácticas para que tu visita sea lo más fluida posible. Primero, recuerda que no está en Londres. Para llegar, lo más común es tomar un tren desde la estación de Waterloo en Londres hasta Salisbury. Una vez en Salisbury, hay autobuses especiales que te llevan directamente a Stonehenge, o puedes unirte a alguno de los muchos tours organizados que salen desde Londres y ya incluyen el transporte. Segundo, y esto es clave: ¡reserva tus entradas con antelación! Especialmente si vas en temporada media o alta. El acceso es limitado y se agotan rápido. No querrás llegar hasta allí y quedarte sin entrar. Y por último, vístete por capas. El tiempo en Wiltshire es impredecible. Aunque haga sol, el viento puede ser fuerte y frío, y una llovizna puede aparecer de la nada. Un buen impermeable ligero y calzado cómodo y resistente al agua son tus mejores aliados. No hay mucho donde resguardarse una vez que estás fuera, así que prepárate para lo que venga.
Olya desde las callejuelas