Imagínate esto: la brisa fresca de la madrugada, esa que todavía carga con el rocío de la noche. Estás en Morro da Urca, pero aún no hay nadie más. Los locales que trabajan en el teleférico, los que limpian, los que preparan el primer café, ellos lo saben. Hay un sonido muy particular que solo se escucha antes de que abran al público: un zumbido bajo, casi un ronroneo, que viene del primer teleférico que sube vacío, haciendo su prueba de la mañana. No es el estruendo de los cables cuando está lleno, es un murmullo constante y suave que resuena en el aire fresco. Y con él, un olor. No es el olor a café de las cafeterías, sino el aroma húmedo de la Mata Atlántica, mezclado con un toque salobre del mar que sube con la marea alta, y un lejano, sutilísimo, olor a pan recién horneado de alguna panadería cercana en el barrio. Sientes la humedad en el aire, el frío metálico de una barandilla si la tocas, y escuchas ese zumbido que es el pulso secreto del día que empieza.
Para sentir esto, tienes que ser el primero. Eso significa llegar a la estación de Praia Vermelha al menos 45 minutos antes de la hora oficial de apertura. Compra tu billete online el día anterior para agilizar, no quieres perder ni un minuto en la taquilla. Lleva una chaqueta ligera, la brisa de la mañana en la cima pica un poco. Si tienes suerte, el personal de seguridad te dejará esperar cerca de la entrada principal y podrás sentir esa quietud antes de que la masa de gente empiece a llegar.
Una vez arriba, cuando el sol empieza a despuntar de verdad, la atmósfera cambia. Caminas por los senderos pavimentados y la tierra húmeda bajo tus pies. Escuchas el trino de los pájaros, el parloteo de los pequeños micos que bajan de los árboles buscando las primeras frutas del día. Sientes cómo el sol te calienta la piel poco a poco, disipando el frío de la madrugada. El viento trae un olor más fuerte a vegetación, a tierra mojada, y el eco lejano de las olas rompiendo en las playas de Copacabana e Ipanema. Es una sinfonía de la naturaleza despertando, lejos del bullicio de la ciudad.
Para disfrutarlo sin prisas, calcula al menos una hora en Morro da Urca antes de subir al Pão de Açúcar. Hay baños limpios y alguna tienda de souvenirs que abre temprano. Si necesitas un café, la cafetería principal suele estar lista poco después de la apertura. Un consejo: los fines de semana, aunque vayas temprano, habrá más gente. Si puedes, ve un día entre semana, la experiencia es mucho más íntima. Lleva calzado cómodo, vas a caminar un poco por los miradores.
Desde Morro da Urca, la vista hacia la Bahía de Guanabara es distinta a la que tienes desde el Pão de Açúcar. Aquí, la ciudad se despliega con una suavidad particular. Si cierras los ojos, puedes escuchar el murmullo de los barcos en la bahía, el eco de las gaviotas. Sientes el viento que viene directo del mar, un viento que huele a sal y a aventura. La luz del sol, en este punto, dibuja siluetas dramáticas en las montañas circundantes, y las casas de la ciudad parecen pequeñas piezas de un rompecabezas. Es el lugar perfecto para sentir la inmensidad de Río sin la vertiginosidad de la cima más alta.
Para subir al Pão de Açúcar desde Morro da Urca, el billete es el mismo, no necesitas comprar otro. El segundo tramo del teleférico sale con mucha frecuencia, así que no hay que esperar mucho. Te sugiero que, una vez que llegues al Pão de Açúcar, busques los miradores que dan hacia la playa de Botafogo y el Cristo Redentor. La perspectiva es impresionante. En total, para ver ambos morros tranquilamente, calcula unas 3-4 horas. Y no te olvides de llevar una botella de agua, especialmente si el día ya calienta.
Olya from the backstreets