¿Qué haces en el Parque Nacional da Tijuca? Imagina que estás en Río, la ciudad te abraza con su calor y su ritmo, pero de repente, te subes a un coche y el ambiente empieza a cambiar. El asfalto da paso a una carretera que serpentea, y lo primero que sientes es cómo la temperatura baja. El aire ya no es denso y salado; ahora es fresco, húmedo, y te llega un olor profundo a tierra mojada, a hojas en descomposición y a vida. Es el aroma de la selva Atlántica que te envuelve, como si un manto verde te recibiera. Escuchas el murmullo de la ciudad desvanecerse detrás de ti, reemplazado por un silencio que no es vacío, sino lleno: el zumbido de los insectos, el canto lejano de algún pájaro, el susurro del viento entre los árboles. Para llegar, lo más práctico es un Uber o un taxi; si vas con más gente, un coche de aplicación te dejará en la entrada de este pulmón verde sin complicaciones.
Una vez que te adentras, caminas por senderos que a veces son de tierra, a veces de piedra, y notas la rugosidad bajo tus pies. La luz se filtra a través de un dosel de árboles gigantes, creando parches de sombra fresca que te invitan a respirar hondo. Si extiendes la mano, puedes tocar la corteza de los árboles, sentir la humedad en el musgo o la suavidad de una hoja ancha. A tu alrededor, el sonido dominante es el de la naturaleza: el croar de ranas, el chirrido de cigarras. De repente, puedes escuchar un estruendo suave, como un trueno lejano pero constante, que se va haciendo más fuerte. Es el sonido del agua. Lleva ropa ligera y transpirable, y calzado cómodo y cerrado, porque aunque es un parque, estás en plena selva.
Sigues ese sonido y, de repente, el aire se vuelve más frío y sientes pequeñas gotas en tu piel, como un rocío refrescante. Estás cerca de la Cascatinha Taunay, una de las cascadas más bonitas del parque. El estruendo del agua al caer es potente, y puedes sentir la vibración en el suelo. Es un lugar para detenerse, para sentir el poder del agua, para dejar que la brisa húmeda te despeje la mente. No es un lugar para nadar, pero sí para conectar con la fuerza de la naturaleza. Después, el camino puede llevarte a la Vista Chinesa, aunque no puedas ver el panorama, sentirás el espacio abierto. El viento es más fuerte aquí, y te envuelve con una sensación de inmensidad. Puedes percibir el eco de los sonidos que vienen de abajo, de la ciudad que parece diminuta. Lleva una botella de agua, es esencial para mantenerte hidratado mientras exploras.
Más allá, si tienes ganas de aventura, puedes emprender el camino hacia el Pico da Tijuca. Sientes cómo el sendero se inclina, cómo tus músculos trabajan con cada paso ascendente. El aire se vuelve un poco más ralo, y la sensación de logro te invade a medida que subes. Es una subida que te exige, pero que te recompensa con la sensación de estar en la cima del mundo, incluso si no lo ves. En el camino, si estás atento, puedes escuchar el peculiar sonido de los monos capuchinos moviéndose entre las ramas, o sentir la presencia de algún animal salvaje cerca, aunque no se deje ver. Es un recordatorio de que estás en su hogar. No alimentes a los animales y mantén siempre la distancia.
Al final del día, cuando el sol empieza a bajar y el aire se vuelve un poco más denso de humedad, sientes la satisfacción de haber explorado. El aroma a selva se queda impregnado en tu ropa, y el sonido de los pájaros al anochecer te acompaña de regreso. Es una sensación de paz y renovación la que te llevas, un recuerdo táctil, olfativo y sonoro de la naturaleza en su estado más puro, justo al lado de una de las ciudades más vibrantes del mundo. Para volver, puedes pedir otro Uber o taxi, a veces hay puntos designados para ellos o puedes coordinarlo con un guía si fuiste en tour.
Olya from the backstreets.