¡Hola, amigo! Vengo recién llegado de Doi Mae Salong y tengo que contarte todo, como si estuviéramos tomando un café.
Imagínate esto: sales del coche, o de la moto, y lo primero que te golpea es un aire fresco, limpio, que te llena los pulmones de una forma que no sientes en la ciudad. Es una frescura húmeda que te hace cerrar los ojos y respirar hondo. A veces, la neblina es tan densa que te envuelve, te abraza, y sientes cómo pequeñas gotas de rocío se posan en tu piel, casi como un velo invisible. Los sonidos son distintos, más lejanos. Puedes escuchar el canto de algún pájaro, el murmullo del viento entre las hojas, y un silencio de fondo que es casi ensordecedor de lo profundo que es. Es como si el mundo se ralentizara para ti.
Y de pronto, caminas, y tus pies sienten la tierra húmeda, a veces un poco resbaladiza si ha llovido, y te adentras en los campos de té. Puedes alargar la mano y tocar las hojas, suaves, con una textura cerosa y un aroma que es una mezcla de verde fresco y algo terroso, casi ahumado. Si pasas tus dedos por ellas, sientes esa humedad persistente. El paisaje se abre, y aunque no lo veas, sabes que estás rodeado de colinas ondulantes, cada una cubierta de un verde intenso, como un manto infinito. Es un lugar para sentir con cada parte de tu cuerpo, para dejar que la naturaleza te hable a través de sus aromas y sus texturas.
Lo que me sorprendió mucho fue la gente. Puedes escuchar las voces de las mujeres Akha mientras trabajan en los campos de té, sus risas son claras y distintivas, y aunque no entiendas lo que dicen, la melodía de su dialecto te llega. Si tienes la oportunidad, acércate a sus puestos en el mercado. Son increíblemente amables y curiosos. Un consejo: si vas a comprar algo, no regatees demasiado; para ellos, cada céntimo cuenta y sus productos son fruto de mucho esfuerzo. Me ofrecieron un té recién hecho en una casa local, y la hospitalidad, esa sensación de bienvenida genuina, es algo que se te queda grabado.
Y hablando de té, ¡tienes que probarlo! Olvídate de cualquier té que hayas tomado antes. Aquí el sabor es profundo, complejo, con notas tostadas y un dulzor natural que te reconforta desde el primer sorbo. Si te dan a elegir, prueba el Oolong, es el rey de la zona. En los pequeños cafés o casas de té, lo sirven caliente, y la taza te calienta las manos mientras el vapor sube y te envuelve la nariz. También hay algunas delicias locales chinas que no esperas encontrar en Tailandia, como unos bollos al vapor rellenos o fideos con un sabor muy auténtico. Eso sí, si eres vegano o tienes restricciones dietéticas muy específicas, las opciones son limitadas; prepárate para ser flexible.
Llegar allí es una aventura en sí misma. Desde Chiang Rai, lo más común es ir en moto si eres valiente y tienes experiencia, porque la carretera tiene muchas curvas y subidas pronunciadas. Yo fui en un *songthaew* (camioneta compartida) y aunque es más lento y puede que tengas que esperar a que se llene, es una forma muy auténtica de viajar y más segura si no estás acostumbrado a esas carreteras. Lo que me chocó es que, a pesar de estar tan apartado, el camino está sorprendentemente bien asfaltado la mayor parte del tiempo, aunque hay tramos donde sientes cada bache.
Para alojarse, hay desde guesthouses sencillas con vistas increíbles hasta algún que otro resort más cómodo, siempre con un aire muy relajado. Yo me quedé en un lugar con una terracita que daba a las plantaciones de té, y despertarse con ese silencio y la neblina cubriendo las colinas es mágico. Te recomiendo reservar con antelación, especialmente si vas en temporada alta, porque no hay una oferta inmensa. Lo que no me gustó es que, si buscas lujos modernos o una piscina espectacular, este no es el lugar; aquí la belleza está en la simplicidad y en el entorno natural.
Lo que definitivamente no funcionó para mí fue la conectividad. El Wi-Fi era muy irregular en la mayoría de los sitios, y la señal del móvil, inexistente en algunas zonas. Si necesitas estar conectado para trabajar o simplemente para sentirte seguro, tenlo en cuenta. Además, la vida nocturna es nula. A las 8 de la noche, el pueblo está en silencio. Si buscas fiesta, este no es tu sitio; aquí la noche es para las estrellas y el sonido de los grillos.
Pero la mayor sorpresa de todas fue esa mezcla cultural tan profunda. Esperaba un pueblo de montaña tailandés, pero me encontré con una comunidad con raíces chinas muy fuertes, descendientes de soldados del Kuomintang que se refugiaron allí. La arquitectura, la comida, los templos, todo tiene una influencia china inconfundible, pero convive de forma natural con las tradiciones de las tribus de las colinas. Es una fusión única, un microcosmos cultural que no te esperas encontrar en el norte de Tailandia. Te deja una sensación de haber descubierto un pequeño secreto.
¡Un abrazo desde el camino!
Cata en el Camino