Acabo de volver de Yosemite, y tengo que contarte sobre Bridalveil Fall. Imagina esto: estás llegando al valle y, antes incluso de verla, *sientes* la presencia del agua. Es un rumor lejano al principio, una vibración sutil en el aire que te avisa. Luego, a medida que te acercas al desvío, ese rumor se convierte en un susurro constante, como un velo que se desdobla. Puedes oler la tierra mojada, el pino, y esa frescura limpia que solo el agua pura y la roca pueden crear. Es como si el aire mismo se volviera más denso, más vivo.
Caminas por un sendero corto, pavimentado al principio, pero no te engañes, la naturaleza aquí tiene la última palabra. Escuchas el crescendo del agua, y el sonido se vuelve envolvente. Sientes la temperatura bajar unos grados, una brisa fresca que te roza la piel. Es la primera señal de la neblina que te espera. A cada paso, el aire se carga más, y puedes sentir las microgotas de agua en tus brazos, en tu cara, como un rocío constante que te envuelve. Es una sensación de anticipación, de saber que algo grande, algo poderoso, está justo delante.
Y de repente, estás ahí, justo al pie de Bridalveil. El rugido del agua es ensordecedor, te envuelve por completo, y sientes la vibración en el pecho, en los huesos. La neblina es tan densa que te empapa en segundos. Es como estar dentro de una ducha gigante, natural, pero con una fuerza que te hace sentir minúsculo y, a la vez, increíblemente conectado con la tierra. Puedes sentir el agua correr por tu cara, gotear de tu pelo, y si abres la boca, el sabor es de pura frescura, de mineral. Lo que más me sorprendió fue la fuerza con la que el viento, creado por la propia caída, te empujaba. Te obliga a anclarte, a sentir tus pies firmes en el suelo resbaladizo.
Ahora, seamos honestos. Lo que funciona de maravilla es lo accesible que es. El camino es corto y, aunque la última parte es un poco irregular por la humedad y las rocas, la recompensa es inmediata. Es una inmersión total en la potencia de la naturaleza sin una caminata extenuante. Lo que no funciona tan bien, o al menos es algo a considerar, es que te vas a empapar. Y cuando digo empapar, es *empapar*. Además, al ser tan fácil de llegar, puede haber mucha gente, lo que le quita un poco esa sensación de aislamiento mágico.
Para que lo disfrutes al máximo, ve por la mañana temprano o al final de la tarde. Las multitudes son menores y la luz, si puedes percibirla, es más suave. Lleva un chubasquero, y uno bueno, o al menos ropa que se seque rápido. Unas sandalias de agua o calzado impermeable son una salvación, el sendero cerca de la base está constantemente húmedo y resbaladizo. Protege tu teléfono o cámara con una bolsa estanca, la neblina es implacable. El aparcamiento está justo al lado, pero se llena muy rápido, así que planifica tu llegada. Es una parada obligatoria, a pesar de todo.
Es una experiencia que te sacude, te refresca y te recuerda lo vivo que está este planeta. No es solo ver, es *sentir* la cascada con cada célula de tu cuerpo.
Olya from the backstreets