Imagina que llegas a Denver y lo primero que te envuelve es un murmullo constante, una mezcla de risas, pasos y el suave zumbido de un autobús eléctrico que se desliza casi en silencio. Estás en el 16th Street Mall, una espina dorsal peatonal que atraviesa el corazón de la ciudad. No hay coches, solo gente, y ese bus gratuito que es tu mejor amigo aquí. Sientes el sol en tu cara, a veces cálido, a veces filtrándose entre los edificios altos, y el aire tiene un toque fresco, incluso en verano.
Caminas por un sendero ancho y abierto, y a cada paso, el ambiente cambia sutilmente. De repente, hueles el café recién hecho, mezclado con un dulzor que te hace girar la cabeza hacia una panadería cercana. Más adelante, el aroma a comida especiada te tira hacia un puesto de comida callejera. Escuchas fragmentos de conversaciones en diferentes idiomas, el tintineo de una campana de bicicleta que pasa y, ocasionalmente, la melodía de un músico callejero que te detiene en seco. Es una sensación de apertura, de libertad para moverte a tu propio ritmo.
Y de repente, tu olfato te guía sin remedio. Hay un sinfín de opciones para comer. Puedes sentir el calor que emana de una pizzería al pasar, el dulce y familiar aroma de un puesto de crepes, o el olor más exótico y especiado de comida asiática o mexicana. Desde camiones de comida con sabores inesperados que te permiten sentir la textura crujiente de un taco en tu mano, hasta restaurantes donde el tintineo de los cubiertos y el murmullo de las voces te invitan a sentarte y relajarte. No te compliques, el que te llame la atención por su aroma o el sonido de sus comensales satisfechos, ese es el bueno.
Mientras avanzas, escuchas el ritmo de un tambor, la melodía de una guitarra o un saxofón. Son los artistas callejeros, cada uno con su propia historia que contar sin palabras, solo con el sonido. Sientes la energía de la multitud que se detiene, aplaude, y luego sigue su camino. Entre estos sonidos, notas el cambio de texturas bajo tus pies, el hormigón liso, a veces las rejillas de las alcantarillas, y a los lados, las entradas a tiendas de todo tipo. Desde pequeñas boutiques con el olor a madera y cuero, hasta grandes almacenes donde el aire acondicionado te da un respiro y el eco de los pasos es diferente.
No todo es prisa y movimiento. Hay bancos aquí y allá, perfectos para sentir el pulso de la ciudad sin moverte. Puedes elegir uno, sentir la frescura del metal o la calidez de la madera bajo tus manos, y simplemente dejar que el tiempo pase. Escucha cómo se mueven las ruedas del autobús, cómo la gente conversa a tu alrededor, y si cierras los ojos, puedes sentir la brisa suave y el calor del sol en tu piel. Es un buen lugar para tomar un café y sentirte parte de algo más grande, sin necesidad de hacer nada.
Para recorrerlo de cabo a rabo sin cansarte, el autobús eléctrico gratuito, el "MallRide", es tu mejor amigo. Pasa cada pocos minutos, así que no hay que esperar mucho. Te subes, sientes el suave balanceo y el ligero zumbido del motor eléctrico, y te bajas donde quieras a lo largo de las 16 manzanas. Y un último consejo: el sol de Denver es intenso, incluso si el aire es fresco. Siente el calor en tu piel, pero protégela.
Olya de las callejuelas