Amigo, si hay un lugar en París que me pida a gritos que te lo cuente, es el Museo Nacional del Renacimiento en el Château d'Écouen. No es el Louvre, ni lo pretende. Es otra cosa. Es una inmersión.
Imagina esto: sales del bullicio de París. El tren, un RER D, te saca poco a poco de la ciudad, los edificios se hacen más pequeños, las casas más dispersas, y el verde empieza a dominar. Sientes el traqueteo suave bajo tus pies, y una calma extraña te invade. Cuando llegas a Écouen-Ézanville, el aire es distinto, más limpio, y el silencio, a veces interrumpido solo por el canto de un pájaro, es un regalo. Desde la estación, es un paseo tranquilo, quizás unos 15-20 minutos cuesta arriba. No hay prisa. Camina, respira, y deja que tus ojos se acostumbren al paisaje. De repente, entre los árboles, emerge. El castillo. Es imponente, pero no frío. Tiene una calidez, un color de piedra que te invita a acercarte. Es como si el tiempo se ralentizara solo para ti.
Una vez que cruzas el umbral, te aconsejo que empieces por el gran patio central. Siente la amplitud, el eco de tus pasos en la piedra. Levanta la vista hacia las fachadas, sus ventanas, sus detalles. Es el aperitivo perfecto. Luego, dirígete directamente a la entrada principal y, una vez dentro, no te despistes: ve a la derecha, hacia la Sala de las Doce Chimeneas. Es la primera sala grande, y te envuelve con su escala. Permítete sentir la altura de los techos, la solidez de los muros. Aquí ya empiezas a ver piezas de mobiliario, alguna escultura. Es tu primer contacto directo con la opulencia y el arte de la época. No te detengas demasiado en cada vitrina; es más una toma de contacto, una bienvenida.
Después de esa primera inmersión, tu objetivo principal debe ser la Gran Escalera de Honor. Es el corazón del castillo y te va a dejar sin aliento. Sube despacio. Siente la piedra bajo tus pies, el frío pulido de los pasamanos. No es solo una escalera; es una obra de arte en sí misma, con sus relieves y su diseño renacentista. Mientras asciendes, imagina los pasos de duques y reyes resonando en este mismo lugar. Una vez arriba, te encontrarás en el primer piso, donde te espera la joya de la corona: la serie de tapices de David y Betsabé. Acércate. Tus dedos casi pueden sentir la textura de la lana y la seda, aunque no puedas tocarlos. La luz que entra por las ventanas ilumina los colores, a veces desvaídos, a veces sorprendentemente vibrantes. Es como si cada escena te contara un secreto susurrado. Dedícales tiempo. Si tienes que "saltarte" algo, no te preocupes tanto por cada vitrina de cerámica o esmaltes si tu tiempo es limitado; son preciosas, sí, pero estos tapices son una experiencia total.
Continúa tu recorrido por el primer piso, explorando las salas que exhiben mobiliario, orfebrería y esmaltes de Limoges. Aquí, la clave es la delicadeza. Imagina las manos que crearon estas piezas, la precisión milimétrica. A veces, en una sala más pequeña, sientes una intimidad particular, como si estuvieras entrando en un aposento privado. Escucha el silencio, roto solo por el crujir lejano de una tabla de madera o el murmullo de otros visitantes. Es en estos detalles donde el Renacimiento cobra vida. Si vas con tiempo muy justo, puedes pasar más rápido por las colecciones de armas y armaduras, a menos que sean tu pasión. Guarda lo mejor, lo más impactante, para el final. Y para mí, eso es el contraste.
Lo que tienes que guardar para el final, y no es una sala, es la experiencia de los jardines y la vista del castillo desde fuera. Después de sumergirte en la suntuosidad y los detalles del interior, sal. Siente el aire fresco en tu cara, el sol en tu piel. Escucha el susurro de las hojas, el zumbido de las abejas. Camina por los senderos, busca un banco. Gira la cabeza y observa el castillo desde la distancia. Es entonces cuando el edificio, que antes te envolvía, se revela en toda su majestuosidad. Entiendes su escala, su armonía con el paisaje. Es el momento perfecto para procesar todo lo que has visto, para que la historia y la belleza se asienten en tu mente y en tu cuerpo. Es un adiós tranquilo, un recuerdo que se graba a fuego.
Olya from the backstreets