¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo a un lugar que te dejará sin aliento, aunque no lo veas: la Katedrála Sv. Víta, la Catedral de San Vito en Praga.
Imagina esto: Estás ascendiendo por el Castillo de Praga, y el camino inicial es empedrado, puedes sentir las irregularidades bajo tus pies, cada paso te conecta con siglos de historia. El aire se vuelve más fresco, y de repente, se abre un espacio inmenso. El suelo se alisa un poco aquí, son grandes losas de piedra, pero aún con la textura de lo antiguo, de lo pisado una y otra vez. Sientes la inmensidad antes de entrar, una mole de piedra que se eleva hacia el cielo, un eco gigante de la ciudad. Al cruzar el umbral, el sonido de tus propios pasos cambia, se amortigua y se dispersa en la vasta nave central. El aire es denso, frío, con un leve olor a incienso y a piedra milenaria.
Una vez dentro, el camino principal es una gran avenida de piedra pulida, ancha, que te invita a avanzar directamente hacia el altar mayor. No hay barreras, no hay desvíos forzados; es un flujo natural. Tus pies se deslizan sobre las losas lisas, desgastadas por millones de pisadas. Puedes sentir la corriente de aire que se mueve a través de la nave, recordándote la altura de los techos. Si extiendes las manos, no tocas nada, solo el aire que vibra con los murmullos lejanos y el eco de algún paso más fuerte. Es un espacio diseñado para la procesión, para que te sientas pequeño y, a la vez, parte de algo grandioso. Para el acceso, solo necesitas tu ticket (puedes comprarlo online para evitar colas, es lo mejor). La entrada principal es amplia, fácil de localizar.
A medida que te mueves, notarás que a los lados de la nave principal, el espacio se ramifica en capillas laterales. Aquí los caminos se vuelven más íntimos, más estrechos. El suelo sigue siendo de piedra, pero la sensación es diferente; las paredes están más cerca, y el eco de tu voz es más inmediato. Puedes sentir una ligera disminución de la temperatura en algunas de ellas, como si el aire se hubiera quedado atrapado por siglos. Cada capilla es un pequeño santuario, y aunque el paso es libre en la mayoría, la gente tiende a moverse más despacio, casi con reverencia. Si quieres explorarlas bien, tómate tu tiempo, no hay prisa. Algunas tienen rejas de hierro forjado que puedes tocar, sintiendo la frialdad y la intrincada labor de antaño.
Al llegar al transepto, el camino se ensancha de nuevo, formando una cruz con la nave. Aquí el flujo de gente puede ser un poco más denso, ya que es el punto de conexión con el coro y el altar mayor. El suelo sigue siendo liso, pero la disposición te invita a girar, a mirar a los lados, a sentir la amplitud de este cruce. La acústica es diferente, más resonante, como si la propia piedra cantara. Para llegar al altar, el acceso es restringido; no puedes pisar directamente el área sagrada, pero sí rodearla por el ambulatorio, donde el camino se estrecha de nuevo, guiándote en un círculo alrededor del centro. Puedes sentir la presencia de los objetos litúrgicos, la madera de los bancos, el frío de la piedra.
La salida es clara, sin confusión. Generalmente te guían hacia una de las puertas laterales o la principal, donde la luz del exterior te golpea suavemente, y el aire fresco te envuelve de nuevo. El suelo vuelve a ser el empedrado irregular del patio del castillo. La transición es un recordatorio de que acabas de estar en otro mundo, uno de piedra y fe, y ahora regresas al bullicio de Praga. Si te apetece, justo al salir hay bancos donde puedes sentarte un momento y procesar todo.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets