¡Hola, trotamundos! Si me preguntas por Praga, mi mente vuela directo a Malá Strana, el Barrio Pequeño. No es solo un lugar, es una sensación, un eco del tiempo que se siente en cada adoquín. Si yo te guiara, empezaríamos donde la magia se hace tangible: el Puente de Carlos. Imagina la brisa fresca del Moldava acariciando tu cara, incluso si es invierno. Puedes oír el murmullo del río bajo tus pies mientras los adoquines, pulidos por siglos de pasos, te guían. A tu alrededor, la piedra milenaria de las estatuas se alza, imponente y fría al tacto, cada una contando una historia silenciosa. Escucha la melodía de los músicos callejeros que se mezcla con el suave eco de las campanas lejanas, un concierto improvisado que te envuelve. Siente la energía vibrante de la gente, pero también la solemnidad de la historia. El mejor consejo: ve temprano, antes de que el sol caliente demasiado la piedra y la multitud llene cada espacio. Tendrás el puente casi para ti, y la luz de la mañana dorará las torres del Castillo de Praga a lo lejos, una visión que se graba en el alma.
Al cruzar el puente, dejas atrás la masa de gente y entras en la Mostecká, la calle que te sumerge de lleno en Malá Strana. Aquí, el aire cambia, se vuelve más íntimo, con un ligero olor a café recién hecho mezclado con el dulzor ocasional del trdelník (ese dulce enrollado que querrás probar). Puedes sentir el traqueteo lejano del tranvía que pasa por la Plaza de Malá Strana (Malostranské náměstí), un recordatorio de que, aunque estás en el pasado, la vida moderna sigue su curso. La plaza se abre, grande, con la imponente Iglesia de San Nicolás dominando el espacio. No hace falta entrar todavía; solo percibe la magnitud de su presencia, la forma en que el sonido rebota en sus paredes. Busca los pequeños pasajes y callejones que se desprenden de la plaza; son como secretos esperando ser descubiertos, y a menudo esconden los mejores lugares para un bocado rápido o una cerveza local.
Desde la plaza, te guiaría por la Nerudova, una calle que asciende suavemente hacia el castillo. No te voy a mentir, es una subida, pero cada paso vale la pena. Siente cómo tus pies se adaptan a los adoquines irregulares, gastados por el tiempo. Aquí, cada puerta es una obra de arte, con sus herrajes antiguos y sus escudos grabados; si extiendes la mano, casi puedes sentir las historias que guardan. El aroma a madera vieja y a humedad de los edificios históricos te acompaña. Escucha el eco de tus propios pasos y, quizás, el tintineo de una campana de una tienda de recuerdos. A medida que subes, la perspectiva de los tejados rojos de Praga y las agujas de las iglesias se abre ante ti, ofreciendo vistas que te quitan el aliento sin siquiera haber llegado al castillo. Mi consejo práctico: lleva calzado cómodo, de verdad. Y no te apresures; esta calle es para saborearla, para mirar hacia arriba y hacia los lados.
Una vez que llegas cerca de la cima de Nerudova, antes de adentrarte en el complejo del Castillo de Praga (que, seamos honestos, merece un día entero para sí mismo), te llevaría a un remanso de paz: los Jardines de Wallenstein (Valdštejnská zahrada). Al cruzar la entrada, el bullicio de la calle desaparece. Puedes sentir la frescura del aire, el aroma a tierra húmeda y a flores. Escucha el suave croar de los pavos reales que pasean libremente, sus plumas sedosas rozando el suelo. Siente la suavidad de la hierba bajo tus pies si te atreves a descalzarte en las zonas permitidas, o la frescura de las fuentes que salpican el agua. Es un lugar para sentarse en un banco, sentir el sol en la cara y simplemente respirar, lejos de las multitudes. Es gratuito y es el lugar perfecto para recargar energías antes de seguir explorando.
Después de la calma de los jardines, bajaríamos hacia la Isla Kampa. Aquí, el sonido predominante es el del agua: el Moldava a un lado y el canal del Diablo (Čertovka) al otro, con sus molinos de agua girando lentamente. Puedes oler la humedad del río y la frescura de la vegetación que crece en sus orillas. Imagina el tacto de las barandillas de hierro forjado mientras caminas por los pequeños puentes. Y, por supuesto, está el Muro de John Lennon. No es solo una pared; es una explosión de color, un lienzo de esperanza y protesta. Puedes sentir la textura áspera de la pintura, fresca o seca, y el calor del sol reflejado en los colores brillantes. Es un lugar vibrante, donde la energía creativa es palpable. Mi consejo: tómate tu tiempo aquí, busca un café junto al agua y simplemente observa la vida pasar. Es el lugar perfecto para una foto espontánea o para simplemente sentir la brisa del río en la cara.
Para terminar tu recorrido por Malá Strana, te sugeriría que te pierdas un poco por sus calles menos transitadas, las que conectan la isla Kampa con la plaza principal o las que suben hacia el castillo por otras rutas. Es en estos rincones donde el aroma a comida casera de alguna taberna local se mezcla con el olor a humedad de los viejos edificios. Puedes escuchar el eco de conversaciones en checo, el tintineo de vasos y la risa. Siente el calor de una taza de café en tus manos o la frescura de una cerveza bien fría en un pub tradicional. No te obsesiones con ver "todo", sino con sentir el lugar. Malá Strana es para caminar sin rumbo, para levantar la vista y admirar las fachadas barrocas, para entrar en una pequeña tienda de antigüedades si algo te llama la atención. Si tienes que elegir qué saltarte, diría que no te agobies con entrar a cada museo o iglesia; a veces, la belleza está en el exterior, en el ambiente. Y si puedes, quédate hasta el atardecer, cuando la luz dorada baña los tejados y las luces de la calle comienzan a parpadear, transformando el barrio en algo aún más mágico. Guarda para el final una cena tranquila en alguna de las callejuelas secundarias, donde la comida es auténtica y el ambiente, acogedor.
Un abrazo desde el camino,
Olya from the backstreets