Acabo de volver de Prambanan, en Yogyakarta, y tengo que contarte todo. Olvídate de las fotos que hayas visto, porque este lugar se *siente*.
Imagina que el sol de la mañana te acaricia la piel, cálido pero no abrasador aún, y de repente, el aire a tu alrededor se vuelve denso, cargado de historia. Escuchas el murmullo lejano de las voces, el crujido de la grava bajo tus pies y, a veces, un eco suave que parece venir de otro tiempo. Caminas, y la tierra bajo tus sandalias es firme, polvorienta. De pronto, un olor a piedra antigua, a musgo seco, te envuelve. Levantas la cabeza (o, más bien, sientes la inmensidad que se alza sobre ti) y es como si una pared invisible de grandiosidad te golpeara. No es solo un templo, es una ciudad de piedra que se eleva hacia el cielo, un silencio monumental que te hace sentir pequeño y, a la vez, parte de algo gigantesco.
A medida que te adentras, el sonido ambiente cambia. Las voces se disipan un poco, y lo que predomina es el eco de tus propios pasos resonando entre las paredes de piedra. Si estiras la mano, casi puedes sentir la textura áspera y fría de los bajorrelieves, cada uno contando una historia milenaria. Dentro de los templos más grandes, el aire es más fresco, casi denso, y el silencio es tan profundo que parece vibrar. Puedes percibir la altura de los techos solo por la forma en que el sonido rebota, y la oscuridad interior te envuelve, recordándote que estás dentro de una estructura construida hace siglos, un refugio de la luz exterior que te invita a la introspección. Es un lugar que te pide que respires hondo y escuches.
Ahora, lo que no me gustó tanto y te aviso para que vayas preparado: el calor. A partir de las 10 de la mañana, el sol pega fuerte y la sombra escasea. Hay tramos largos entre templos donde te sientes expuesto. Y sí, hay vendedores ambulantes, algunos bastante insistentes, especialmente si te ven solo. Mi consejo: ve a primera hora, nada más abrir. Lleva muchísima agua, un sombrero y gafas de sol. Y si no te interesan los souvenirs, un "no, gracias" firme y una sonrisa suelen funcionar.
Lo que sí me sorprendió gratamente fue la paz que se encuentra en los templos más pequeños, los que rodean las estructuras principales. Mucha gente se centra solo en los tres grandes, pero si te desvías un poco por los senderos laterales, descubrirás ruinas menos restauradas, donde la naturaleza ha empezado a reclamar su espacio. Aquí, el silencio es casi total, solo interrumpido por el canto de los pájaros o el zumbido de los insectos. Es en estos rincones donde realmente sientes la antigüedad y la historia del lugar, sin el bullicio de la gente. Tómate el tiempo de explorarlos, de sentir la tierra bajo tus pies y el aire quieto a tu alrededor.
Para llegar, lo más práctico es usar Grab (el Uber local) o un taxi. Desde el centro de Yogyakarta, el trayecto es de unos 45-60 minutos, dependiendo del tráfico. El precio suele rondar los 100.000-150.000 IDR (unos 6-10 euros) por trayecto. Puedes negociar con los conductores de taxi, pero Grab suele ser más transparente con las tarifas. Si vas en moto, el aparcamiento es fácil y barato. También hay autobuses públicos, pero son más lentos y requieren transbordos.
Dentro del complejo hay algunos puestos de comida y bebida, pero la oferta es limitada y los precios son un poco más altos que fuera. Te recomiendo llevar tus propios snacks si eres de los que necesitan comer a menudo. Hay baños, pero la limpieza puede variar. Siempre es buena idea llevar pañuelos de papel y gel desinfectante. Y recuerda, no hay cajeros automáticos dentro, así que lleva suficiente efectivo para la entrada y cualquier compra pequeña.
Si tienes tiempo, y no te sientes agotado por el calor, puedes combinar la visita a Prambanan con el templo de Ratu Boko, que está muy cerca y ofrece unas vistas espectaculares, especialmente al atardecer. Es un tipo de ruina diferente, más enfocada en la arquitectura palaciega que en los templos religiosos, y complementa muy bien la experiencia de Prambanan. Puedes ir en moto o en un corto trayecto en Grab desde Prambanan. Pero ojo, Borobudur es otra historia; está mucho más lejos y requiere un día completo aparte.
Un abrazo y espero que lo disfrutes tanto como yo.
Olya from the backstreets