Museo Nacional de Arte Decorativo Tours and Tickets

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Av. del Libertador 1902

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¡Hola, amantes de las sensaciones únicas! Hoy les llevo a un viaje que se vive con cada fibra del ser, en el corazón de Buenos Aires.

Al cruzar el umbral del Museo Nacional de Arte Decorativo, el primer impacto es auditivo: el sutil *clic* de tus pasos sobre el mármol frío, que luego cede a la madera pulida del parqué, respondiendo con un crujido suave y cómplice. El aire es denso, cargado con el aroma inconfundible de la madera añeja y la cera de abeja, una fragancia dulce y profunda que se mezcla con el tenue olor a terciopelo y seda de textiles centenarios. El ritmo de tu andar se ralentiza, casi por instinto, acompasado por el eco de tus propios movimientos y los susurros amortiguados de otros visitantes que se pierden en la inmensidad de las salas. Al deslizar la mano por un pasamanos de escalera, sientes el frío pulido del bronce, una textura lisa que contrasta con la aspereza controlada de algún tapiz antiguo, cuya trama parece vibrar con historias. Cada sala ofrece una nueva resonancia, un nuevo matiz olfativo, envolviéndote en una atmósfera de quietud respetuosa, donde el tiempo parece suspenderse, invitándote a sentir la historia bajo tus pies, en el aire que respiras y en la piel.

¡Hasta la próxima aventura sensorial!

La entrada principal del Museo Nacional de Arte Decorativo es accesible a nivel, con senderos exteriores pavimentados y rampas suaves. En el interior, los pasillos son amplios y hay ascensores para todos los pisos, aunque algunas puertas conservan umbrales bajos. La afluencia de público es generalmente moderada, permitiendo una circulación cómoda sin aglomeraciones. El personal demuestra una actitud proactiva y servicial, siempre dispuesto a ofrecer ayuda adicional.

¡Hola, viajeros! Hoy nos adentramos en un rincón de Buenos Aires que susurra historias de otra época.

Al cruzar el umbral del Palacio Errázuriz Alvear, la suntuosidad de su fachada neoclásica francesa te envuelve. No es solo un museo; es la imponente mansión que el diplomático chileno Matías Errázuriz y Josefina de Alvear construyeron a principios del siglo XX, un eco tangible de la Belle Époque porteña. Los mármoles de Carrara pulidos bajo los pies y los techos artesonados que se alzan hacia frescos vibrantes, te transportan directamente a un salón parisino, evocando la vida de una élite que recreó Europa en el Río de la Plata.

Cada sala es un capítulo. En el Gran Salón, la luz tamizada por los ventanales ilumina terciopelos y sedas, revelando el minucioso detalle de un bargueño español del siglo XVII o la delicadeza de una porcelana de Sèvres. Hay una quietud particular aquí, una reverencia casi palpable por los objetos que habitan estos espacios. Los que lo conocen bien notan el sutil aroma a cera antigua y madera lustrada, una fragancia que se adhiere a las cortinas pesadas y a los libros encuadernados en cuero en la biblioteca, como si los antiguos dueños hubieran partido hace apenas un instante, dejando su esencia.

Y si buscas un respiro, sus jardines afrancesados, aunque compactos, son un secreto bien guardado. Un oasis de verde impecable y fuentes discretas donde el murmullo del agua ahoga el bullicio de la Avenida del Libertador. Es el lugar perfecto para sentir la brisa entre los árboles centenarios, imaginando tertulias elegantes bajo la sombra. Es esa sensación de haber descubierto un fragmento intacto del pasado, un lujo silencioso en el corazón de la ciudad.

Así que ya sabes, la próxima vez que pasees por Palermo, tómate un momento para descubrir este rincón donde el tiempo parece detenerse. ¡Te prometo que no te arrepentirás de este viaje al pasado!

Comienza en el vestíbulo principal de la planta baja, observando la imponente escalera de mármol. Omite exhibiciones temporales si el tiempo apremia; prioriza las salas de época del primer piso. Guarda para el final el comedor con sus tapices flamencos y la colección de porcelana oriental. Observa los intrincados detalles del mobiliario y visualiza la vida de la familia Errázuriz Alvear en estos salones.

Visita el Museo Nacional de Arte Decorativo por la mañana temprano (10-11h) para una experiencia tranquila; dedica al menos 1.5 a 2 horas. Evita los fines de semana si buscas menos gente. No uses flash al fotografiar los delicados interiores. Hay baños impecables dentro y una cafetería encantadora en el jardín para un descanso.