Acabo de volver de Pachacamac y, mira, la experiencia es como un viaje en el tiempo que te golpea con todos los sentidos. Imagina que el aire se vuelve denso, cargado de siglos. El sol te golpea la cara, no con agresividad, sino con la calidez de algo ancestral que te envuelve. Tus pies hunden ligeramente en una tierra que huele a polvo seco, a historia milenaria, a sal lejana del Pacífico que el viento trae consigo. Escuchas solo el viento, un silbido constante que parece contar secretos entre las ruinas, un murmullo que se filtra en tus oídos y te dice: "aquí hubo vida". Esa inmersión instantánea, esa sensación de pisar un lugar sagrado y vasto, fue lo que más me atrapó desde el primer momento.
De pronto, el paisaje se abre y sientes la inmensidad de las pirámides de adobe, algunas tan erosionadas que parecen montañas naturales, otras con la forma todavía definida. Te sorprende cómo la quietud te envuelve. Puedes casi tocar el silencio, un silencio que no es vacío, sino lleno de ecos de voces antiguas, de rituales. Imagina que pasas la mano por un muro, y sientes la textura áspera del barro cocido por el sol, la misma que tocaron hace mil años. Es una sensación de conexión brutal, te sientes parte de algo mucho más grande, como si el tiempo se hubiera diluido y pudieras respirar el mismo aire que los antiguos Itshma. Esa escala, esa conexión tangible con el pasado, fue una sorpresa increíble.
Pero no todo es magia pura. A veces, la modernidad te saca de golpe. Hay zonas que sientes inaccesibles, con cuerdas o carteles que te recuerdan que estás en un sitio arqueológico y no en un lugar para explorar libremente. El eco de la ciudad, aunque lejano, a veces se cuela, rompiendo esa burbuja de tiempo. No llegas a sentir del todo la vibración de un templo principal, porque la distancia te lo impide o la restauración todavía no te lo permite. Es como escuchar una melodía hermosa, pero con algunas notas desafinadas o con el volumen muy bajo en las partes más importantes. Esa barrera invisible, esa imposibilidad de acercarse más, fue lo que "no me funcionó" del todo a nivel emocional.
Ahora, al grano, si te animas a ir. Llegar es más fácil de lo que parece, pero no esperes un tren. La mejor forma es en taxi o con un servicio de transporte privado desde Lima. Negocia el precio antes, siempre. Es un trayecto de unos 45 minutos a una hora, dependiendo del tráfico. Si eres más aventurero, puedes tomar un bus público desde el centro de Lima hacia el sur (como los que van a Lurín o Punta Hermosa) y pedirle al chofer que te deje cerca del desvío a Pachacamac. Desde ahí, te tocará caminar un tramo o tomar una mototaxi. Yo diría que la opción taxi/privado es la más cómoda y directa para ir sin complicaciones.
Una vez allí, lleva protector solar SÍ o SÍ, y un sombrero o gorra. El sol es inclemente y no hay mucha sombra. Agua, mucha agua. Hay una tienda pequeña, pero es mejor que vayas preparado. El recorrido es largo, se camina bastante por terrenos irregulares, así que unas buenas zapatillas son clave. La entrada cuesta unos 15 soles para adultos (revisa siempre la web oficial por si cambia). El museo del sitio está incluido y es pequeño pero muy informativo, te ayuda a contextualizar todo lo que ves fuera. Te recomiendo visitarlo antes de recorrer las ruinas, te da una base para apreciar mejor cada rincón.
El mejor momento para ir es a primera hora de la mañana, justo cuando abren, o a última de la tarde, para evitar el calor fuerte y las multitudes (aunque no suele ser un lugar masificado). Si vas por la tarde, intenta quedarte para el atardecer, la luz sobre las ruinas es mágica y te envuelve en un aura diferente. No hay guías obligatorios, pero si puedes permitirte uno, la experiencia cambia totalmente, te dan vida a las piedras y te cuentan historias que jamás podrías adivinar solo. Y un último tip: si te quedas con ganas de más, la zona de Lurín, justo al lado, tiene algunos restaurantes de comida marina muy buenos para después de la visita. ¡Un ceviche fresquito es el final perfecto para un día de exploración!
Olya desde los callejones