Me preguntabas qué se siente estar en Miraflores, ¿verdad? No es solo un lugar en un mapa; es una sensación que te envuelve desde el primer momento. Imagina que bajas del coche y el aire ya es diferente: huele a sal, a humedad y a algo más, algo fresco y vibrante que te dice que el mar está cerca. Escuchas el murmullo de la ciudad, sí, pero siempre de fondo, como una melodía suave, y por encima de todo, el eco lejano de las olas rompiendo. Es como si el Pacífico te diera la bienvenida antes siquiera de que lo veas.
Ahora, camina conmigo. Imagina que el aire salado te acaricia la cara mientras el viento te despeja la mente. Estás en el Malecón, un paseo ancho y abierto sobre los acantilados. A tu derecha, la inmensidad del Océano Pacífico se extiende sin fin; no lo ves, pero sientes su presencia, su poder. Escuchas las olas rompiendo abajo, un sonido constante y rítmico que te acompaña. Puedes sentir el suave vaivén de las palmeras con la brisa. Es un espacio para respirar profundo, para sentir la libertad.
Mientras sigues el camino, sentirás un cambio. El sonido del viento se mezcla con algo más cercano, quizá unas voces, el murmullo de gente. Estás cerca del Parque del Amor. Aquí, puedes tocar el banco ondulado cubierto de mosaicos, sentir la textura fría y las pequeñas piezas que lo forman. Es un lugar que irradia una especie de ternura, de quietud romántica. Un poco más adelante, si sigues el sendero del acantilado, la presencia del Faro de la Marina se hace sentir; no solo lo ves, sino que su solidez te da una referencia, un punto en el horizonte. Para moverte, es sencillo: todo el Malecón es perfecto para caminar, y desde aquí puedes llegar a pie a muchos sitios.
Y luego está la comida. Ay, la comida. Imagina esto: el primer bocado de un ceviche. Sientes el frío del pescado fresco, la acidez vibrante del limón que te despierta la boca, el crujido suave de la cebolla morada y ese toque picante que te cosquillea la lengua. Es una explosión de sabores y texturas. Escucharás el bullicio de los restaurantes, las copas tintineando, las conversaciones animadas. Para probar lo mejor, busca los pequeños restaurantes donde veas a la gente local, especialmente cerca de la Avenida Larco o en los mercados. No te compliques, solo déjate llevar por los aromas.
Siguiendo el paseo, llegarás a Larcomar. Es un centro comercial, sí, pero no como cualquier otro. Está literalmente incrustado en el acantilado, con vistas al océano. Sientes el suelo firme bajo tus pies, pero el aire sigue siendo salado, y el sonido de las olas te llega incluso desde dentro. Puedes oír la música de fondo, el murmullo de la gente comprando o cenando. Es un espacio moderno, con tiendas y restaurantes, pero la verdadera experiencia es su ubicación única. Es muy seguro y fácil de recorrer, y puedes encontrar de todo, desde souvenirs hasta ropa.
Y si te adentras un poco más en el corazón de Miraflores, llegarás al Parque Kennedy. Aquí es donde la vida late con más fuerza. Puedes sentir la suavidad del pelaje de un gato callejero que se te acerca buscando una caricia, oír la guitarra de un artista callejero, el murmullo de las conversaciones en las bancas. El aire huele a churros recién hechos o a café. Es un lugar vibrante, lleno de energía, donde los locales se mezclan con los visitantes. Es perfecto para ir al atardecer, cuando la actividad es máxima.
Para moverte por Miraflores, la verdad es que es muy cómodo. Gran parte la puedes recorrer a pie, disfrutando de los paseos y los parques. Si necesitas ir más lejos, los taxis y las aplicaciones de transporte son abundantes y fáciles de usar. La sensación general de Miraflores es de seguridad y modernidad, con un toque muy limeño que te envuelve.
Clara del Camino