¡Hola, amigos! Acabo de volver de Santa Teresa en Río de Janeiro y tengo que contarles todo, como si estuviéramos tomando un café. Este barrio es un mundo aparte, una burbuja en medio del caos carioca.
Imagina esto: bajas del taxi o del bondinho (¡ya hablaremos de él!) y de repente, el aire cambia. Ya no es el bullicio de Copacabana o Ipanema. Aquí, el aire es más denso, cargado con el olor a humedad de la mata atlántica que se cuela por los recovecos, mezclado con el dulce aroma del café recién molido y, a veces, un toque ahumado de alguna parrilla lejana. Escuchas el chirrido lento del tranvía subiendo la colina, el canto de los pájaros que se confunden con el murmullo de conversaciones en portugués y el eco de alguna samba que se escapa de un bar. Tus pies sienten el empedrado irregular bajo las zapatillas, recordándote que estás en un lugar con historia, donde cada piedra cuenta una historia. Es como si el tiempo se ralentizara y te invitara a respirar profundo.
Mientras caminas por esas callejuelas estrechas y empinadas, te das cuenta de que cada esquina es una sorpresa. Las casas coloniales de colores vibrantes, algunas restauradas con mimo, otras con la pátina del tiempo, se aferran a la ladera. Puedes pasar tu mano por las paredes de azulejos antiguos, sentir la textura fría y lisa, y ver cómo la luz del sol se filtra entre las hojas de los árboles, creando sombras danzantes en el suelo. De repente, te topas con un mural gigantesco, lleno de vida y color, o una pequeña galería de arte con esculturas de hierro forjado. El barrio tiene esa energía creativa que te envuelve, te invita a mirar con otros ojos. Es un lugar que te toca los sentidos y te hace sentir vivo, como si estuvieras en una película antigua, pero con banda sonora de bossa nova.
Y hablando de la ladera, ¡el Bondinho! Es más que un simple medio de transporte, es una experiencia en sí misma. Sientes el traqueteo suave y el bamboleo mientras te subes a esos vagones amarillos de madera, abiertos a los lados. El viento te golpea la cara mientras el tranvía asciende lentamente, revelando vistas panorámicas de la Bahía de Guanabara, el centro de Río y el famoso Pão de Açúcar a lo lejos. Puedes estirar la mano y casi tocar la vegetación que bordea las vías. Es un viaje nostálgico que te permite ver el barrio desde otra perspectiva, como si estuvieras flotando sobre él. Pero ojo, su horario puede ser un poco impredecible a veces, así que no te confíes demasiado si tienes prisa.
Ahora, lo que no me convenció del todo, para ser honesta, es que Santa Teresa puede sentirse un poco aislada por la noche. Aunque durante el día es vibrante y lleno de gente, al caer el sol, algunas calles se quedan muy solitarias. Y sí, si bien es un lugar bohemio y encantador, la infraestructura no es perfecta. Las aceras son irregulares, los adoquines resbaladizos con la lluvia, y hay muchas subidas y bajadas pronunciadas. Si tienes problemas de movilidad o no te sientes cómodo caminando mucho, esto puede ser un desafío. Además, aunque hay cajeros, es bueno llevar algo de efectivo, porque no todos los lugarcitos aceptan tarjeta.
Lo que sí me sorprendió, y para bien, fue la calidez de la gente local. Más allá de los turistas, hay una comunidad fuerte y acogedora. Un día, me perdí buscando una tienda de artesanía y un señor mayor, que estaba regando sus plantas, no solo me indicó el camino sino que me contó la historia de su casa, ¡y hasta me ofreció un café! También me encantó descubrir los pequeños ateliers escondidos, donde los artistas trabajan en vivo. Es un barrio que te invita a la interacción, a ir más allá de lo turístico y conectar con su esencia. Y la música… Siempre hay una banda tocando en algún rincón, o alguien con una guitarra, haciendo que el ambiente sea todavía más mágico.
Para visitarlo, mi consejo es que vayas durante el día, preferiblemente entre semana para evitar las multitudes, aunque el fin de semana tiene un ambiente festivo. Para llegar, lo más icónico es el Bondinho desde la estación de Carioca, pero si tienes prisa o el tranvía no funciona, un taxi o un coche de aplicación te dejarán sin problema. Vístete cómodo, con zapatillas que agarren bien, porque vas a caminar y subir cuestas. Y sobre la seguridad, como en cualquier ciudad grande, mantente alerta, no exhibas objetos de valor y, si te quedas hasta tarde, opta por un taxi o app para regresar. Hay muchos restaurantes y bares con comida brasileña deliciosa, desde la feijoada hasta los pasteles de queso, ¡así que prepárate para comer rico!
Un abrazo desde la carretera,
Olya from the backstreets