¿Quieres saber qué se *hace* en Grandview Point en el Gran Cañón? No es solo "ver", te lo prometo. Es una inmersión total.
Imagina esto: llegas, el asfalto bajo tus pies se convierte en tierra suelta, y el aire... el aire es lo primero que te golpea. Es seco, limpio, con ese toque mineral que solo encuentras en lugares antiguos. Caminas unos pocos pasos, guiado por el sonido de las hojas secas crujiendo bajo tus botas, y de repente, el suelo desaparece. No lo ves, pero lo sientes. Sientes el vacío. El aire se vuelve más frío, más profundo, como si se abriera un abismo que succiona el calor. Escuchas el silencio, un silencio tan grande que casi te zumba en los oídos, interrumpido solo por el murmullo del viento que sube desde abajo, trayéndote ecos de eones. Es una sensación de inmensidad que te encoge, pero a la vez te expande. Tus pulmones se llenan de ese aire limpio y sientes el espacio alrededor.
Luego, te acercas un poco más, tus manos buscan la barandilla de piedra rugosa. Sientes su textura fría y milenaria bajo tus dedos. La apoyas y te inclinas ligeramente hacia adelante, percibiendo la fuerza de la tierra que te sostiene. Si cierras los ojos, puedes casi sentir las capas geológicas, la historia apilada una sobre otra, el calor del sol en tu rostro que ha acariciado esas mismas rocas durante millones de años. El viento te trae olores sutiles: a pino seco, a polvo milenario, quizás un toque de humedad si ha llovido recientemente. Es como si el cañón respirara, y tú te volvieras parte de su aliento. No hay prisa aquí; solo estar, sentir, dejar que el espacio te envuelva.
Desde este punto, si te apetece, puedes incluso empezar a sentir cómo el terreno se inclina bruscamente. El sendero Grandview Trail, antiguo camino minero, desciende. Si decides dar unos pasos, sentirás el cambio de la tierra bajo tus pies: de plana y compacta a irregular, con piedras sueltas que exigen más atención. El aire se vuelve un poco más denso a medida que bajas, y los sonidos del viento en la cima se transforman en ecos más cercanos de las rocas. Pero ojo, el camino es empinado y exigente. No es para un paseo casual; es una aventura que pide respeto, buenos zapatos y mucha agua. Piensa en cada paso como un descenso en el tiempo.
Para vivir esta experiencia al máximo, intenta llegar temprano por la mañana, justo cuando el sol empieza a calentar las rocas. No solo evitarás a la mayoría de la gente –lo que permite que el silencio del cañón sea tu principal compañía–, sino que también sentirás cómo el aire frío de la noche da paso lentamente al calor del día en tu piel. El aparcamiento no es enorme, así que llegar temprano te asegura un buen sitio y la tranquilidad de tener el espacio casi para ti. Por la tarde, el sol puede ser intenso y la gente mucha, lo que cambia la sensación de aislamiento.
Un último consejo: lleva siempre agua, mucha agua, incluso si solo planeas quedarte en el mirador. El aire seco deshidrata rápido. Vístete en capas; la temperatura puede cambiar drásticamente entre la sombra y el sol, o de la mañana a la tarde. Y lo más importante: escucha. Escucha el viento, los pájaros, el silencio. Son los verdaderos narradores de este lugar. Y por supuesto, deja el lugar tal y como lo encontraste, sin llevarte nada más que los recuerdos y las sensaciones.
Un abrazo desde la carretera,
Olya from the backstreets