Me preguntaste qué se *hace* en Rosslyn Chapel. No es solo "ver", es *sentir*. Imagina que dejas atrás el bullicio de Edimburgo. El autobús se desliza por una carretera que pronto se tiñe de verde, y el aire, antes urbano, se vuelve más nítido, más puro. Puedes casi saborear la humedad de la tierra escocesa, sentir la brisa fresca acariciarte la piel mientras el paisaje se abre a colinas suaves y cielos cambiantes.
Caminas unos pasos por un sendero corto, y de repente la ves, casi escondida entre árboles centenarios. No es enorme, pero su presencia te envuelve. Las puertas, de madera gruesa y oscura, ceden con un crujido suave bajo tu empuje. Y ahí, amigo, es donde todo cambia. El sonido exterior, el canto de algún pájaro lejano, se ahoga de golpe. El aire se vuelve más denso, más fresco, con ese aroma inconfundible a piedra antigua, a siglos de silencio y a polvo sagrado. La luz se filtra tenuemente por las ventanas, creando un ambiente crepuscular que te envuelve al instante.
Tus ojos, acostumbrados a la luz exterior, tardan un segundo en adaptarse, y cuando lo hacen, te das cuenta de que cada centímetro a tu alrededor respira historia. No hay una superficie lisa; cada pared, cada arco, cada rincón, está cubierto de tallas. Puedes casi sentir el esfuerzo de los artesanos en cada flor esculpida, en cada figura misteriosa, como si sus manos hubieran dejado una huella invisible en la piedra. El eco de tus propios pasos se amortigua en la distancia, y solo escuchas un murmullo constante de voces susurrantes, respetuosas. Sientes el peso de siglos de fe y misterio sobre tus hombros, una sensación de asombro que te recorre la espina dorsal.
Si extiendes una mano, casi puedes sentir el frío pulido de la famosa Columna del Aprendiz. Su superficie no es como la de las otras; es una espiral intrincada, tan detallada que parece viva, como si el viento helado de Escocia se hubiera petrificado en ella. Te acercas, y aunque no puedes tocarla, tu mente dibuja la textura, el frío del mármol, la historia de celos y maestría que susurra al oído de quien la mira con atención. El ambiente aquí es aún más denso, como si las leyendas se hubieran condensado en el aire. La luz, que entra por una ventana cercana, la ilumina de forma casi teatral, haciendo que sus relieves proyecten sombras danzantes.
Ahora, un par de cosas prácticas, como si te lo estuviera mandando por WhatsApp. Para llegar, coge el autobús 37 desde el centro de Edimburgo, te deja justo en el pueblo de Roslin, a un paseo cortito. Compra las entradas online con antelación, sobre todo si vas en temporada alta, así te ahorras colas y te aseguras el acceso. Importantísimo: no se permiten fotos dentro de la capilla. Quieren que vivas el momento, no que lo captures en una pantalla. Y te aseguro que se agradece.
Cuando finalmente decides que es hora de salir, el contraste es impactante. El aire exterior, aunque sigue siendo fresco, parece de repente más ligero, y el sonido del viento en los árboles vuelve a tus oídos. Pero la sensación de asombro no te abandona. Es como si una parte de esa antigua piedra se hubiera adherido a ti, una resonancia de todas esas historias y misterios que la capilla guarda en su interior. Te llevas contigo no solo una imagen, sino una sensación profunda de haber estado en un lugar donde el tiempo parece haberse detenido.
Un último consejo: si te sobra tiempo y quieres estirar las piernas, el pueblo de Roslin es pequeño pero encantador, y puedes dar un paseo por los alrededores. También hay un pequeño centro de visitantes con una cafetería y una tienda de recuerdos, por si quieres llevarte algo que te recuerde este lugar tan especial.
Olya from the backstreets