Oye, ¿te preguntas qué se siente visitar el Castillo de Windsor? No es solo un edificio, es una experiencia que te envuelve desde que pones un pie en el pueblo. Imagina que el tren te deja en un lugar tranquilo, pero sabes que algo monumental te espera. Al bajar, el aire suele oler a hierba fresca y, si el día es nublado, esa humedad inglesa tan particular. Caminas por una calle donde los adoquines crujen suavemente bajo tus pies, y de repente, una mole de piedra antigua se alza majestuosa a tu derecha. Sientes la historia bajo tus pies en cada paso.
Llegas a la entrada principal. Escuchas el murmullo de la gente a tu alrededor, pero también un eco de silencio, como si el castillo mismo te estuviera recibiendo con un susurro. Las puertas son enormes, de madera pesada, y al cruzarlas, el aire se vuelve un poco más fresco, el sonido más amortiguado. Sientes la solidez de los muros a tu alrededor, una sensación de protección y antigüedad.
Una vez dentro, el espacio se abre de golpe. Imagina un patio inmenso, donde el viento puede soplar libremente, trayendo consigo el aroma de la tierra y, quizás, el eco lejano de una banda militar si hay ceremonia. Tus pies pisan grava crujiente. Puedes tocar las paredes de piedra, rugosas y frías, sintiendo la edad que tienen, los siglos grabados en su superficie. Es un lugar que te invita a respirar hondo y sentirte parte de algo grande.
Al entrar a los apartamentos de estado, el cambio es drástico. El aire se vuelve más denso, quizás con un leve aroma a madera pulida y antigüedad, una fragancia a historia. Escuchas el suave roce de tus zapatos sobre alfombras gruesas y sientes la calidez o el frescor del suelo bajo ellas. Puedes casi sentir el peso de la historia en cada sala: los techos altos que te hacen inclinar la cabeza hacia arriba, la madera oscura de los paneles que parecen guardar secretos, el brillo frío de los candelabros. Hay un silencio respetuoso, interrumpido solo por el susurro de la gente y el eco ocasional de una voz.
Luego llegas a un lugar que te sorprenderá por su detalle: la Casa de Muñecas de la Reina María. No es solo una casa de muñecas, es un mundo en miniatura donde cada objeto es una obra de arte. Imagina inclinarte, sentir la curiosidad burbujeando mientras intentas captar cada diminuto objeto: los hilos de seda en las cortinas, los pequeños libros en los estantes con páginas que podrías casi sentir entre tus dedos, las diminutas botellas en la bodega. Es una sensación de asombro ante la perfección en lo pequeño, una invitación a la fantasía.
Desde ahí, pasas a la Capilla de San Jorge. Al cruzar el umbral, el aire cambia, se vuelve más fresco y solemne. El sonido de tus pasos se amortigua, como si el lugar absorbiera el ruido. Puedes casi sentir la altura de las bóvedas góticas, la piedra tallada que se eleva hacia el cielo, la luz filtrándose a través de vidrieras que, aunque no las veas, sabes que están llenas de colores vibrantes que pintan el aire. Hay un silencio reverente, solo roto por el eco ocasional de un suspiro o el suave roce de la ropa. Es un lugar que te hace sentir pequeño y grande a la vez, conectado con siglos de historia y con una paz profunda.
Si tienes la suerte de estar allí cuando el cambio de guardia ocurre, lo *escuchas* antes de cualquier otra cosa. El ritmo marcial de los tambores, el sonido nítido de las botas contra el suelo, el mando de las órdenes vociferadas. Sientes la vibración en el suelo bajo tus pies. Es un espectáculo de sonido y movimiento que te envuelve, una ráfaga de disciplina y tradición en medio de la quietud del castillo, una experiencia que te hace sentir la pompa y circunstancia de la monarquía.
Para entrar, es clave que tengas tu entrada con anticipación. Te ahorras una espera larga que puede ser agotadora, especialmente si el día es frío o lluvioso. Una vez dentro, hay cafeterías, pero si puedes, lleva algo ligero para picar y una botella de agua; te da más libertad y te evita la fila. Y sí, aunque hay muchos escalones, también hay ascensores y rampas en varias áreas de los apartamentos y la capilla, así que no te desanimes si tienes problemas de movilidad. Pregunta siempre al personal, están para ayudar y te guiarán por la ruta más accesible.
Al salir, el aire fresco de Windsor te golpea de nuevo, pero ahora tiene un significado diferente. Te llevas no solo imágenes, sino sensaciones: el peso de la historia, la grandeza de los espacios, la delicadeza de los detalles y el eco de los sonidos reales. Es una sensación de haber caminado por un lugar donde el tiempo se detiene un poco, y donde cada rincón tiene una historia que contarte. Te sientes un poco más conectado con ese pasado real. Y sí, un poco cansado, pero con el alma llena.
Olya from the backstreets