Imagínate que dejas atrás el verde intenso y el rumor constante de las piscinas de Palm Springs. El aire, que hasta hace un momento era una caricia húmeda, empieza a cambiar. Sientes cómo se vuelve más seco, más denso, envolviéndote. A medida que avanzas, el asfalto bajo las ruedas de tu coche se estira, y si abres la ventana, el viento te trae un aroma que no conoces de la ciudad: es un olor a tierra seca, a hierbas que resisten, a sol concentrado y a algo mineral que te llena los pulmones. Escuchas el zumbido constante del viento, que parece susurrar historias antiguas, y el crujido ocasional de pequeñas piedras bajo los neumáticos.
A medida que te adentras, el paisaje se transforma bajo tus manos, si las dejas deslizarse por la ventana. Las siluetas de los árboles de Josué, con sus brazos retorcidos y peludos, empiezan a aparecer. No son árboles como los que conoces; si acercas tu mano a uno, sentirás la corteza rugosa, dura, casi como la piel arrugada de un elefante. Sus "hojas" son puntiagudas, pero no pinchan si las tocas con cuidado, solo te advierten de su resistencia. El suelo bajo tus pies, cuando te bajas del coche, es una mezcla de arena fina y rocas que crujen con cada paso, y sientes cómo el calor de la tierra se filtra a través de la suela de tus zapatos, recordándote que estás vivo y en un lugar único.
Cierra los ojos un momento. Lo primero que notas es el silencio. No es un silencio vacío, sino uno lleno de la ausencia de lo que esperas: no hay tráfico, no hay conversaciones ruidosas. Luego, si esperas y afinas el oído, escucharás el vuelo rápido y zumbante de un insecto, el roce sutil de una lagartija entre las rocas, o el canto lejano de un pájaro que parece venir de ninguna parte. El sol en tu piel es una caricia constante, pesada, que te envuelve como una manta cálida, y te das cuenta de que el desierto te habla a través de la piel y del sonido.
Amigo, para que disfrutes de verdad, lo primero es el agua. Muchísima. Lleva varias botellas grandes. También un sombrero de ala ancha, de esos que te cubren la nuca y la cara del sol. Gafas de sol, claro, para protegerte. Y protector solar, póntelo sin miedo, reaplica cada pocas horas. Para los pies, calzado cerrado y cómodo, nada de sandalias si vas a caminar por los senderos rocosos. La ropa, ligera y transpirable, colores claros si puedes, que reflejan el calor.
Para ir, lo mejor es la primavera o el otoño. En verano, el calor es brutal, casi insoportable, y no es divertido ni seguro. Tienes senderos para caminar, algunos muy fáciles, planos, y otros más exigentes con subidas rocosas. Busca los que te lleven a formaciones rocosas interesantes o a miradores donde puedas sentir la inmensidad del paisaje. Si te quedas hasta la noche, el cielo es una locura, ves estrellas como nunca antes; la oscuridad es tan profunda que la Vía Láctea es una cinta brillante. Lleva una manta o chaqueta abrigada para el frío nocturno, sí, aunque sea desierto, la temperatura baja muchísimo cuando se va el sol.
En cuanto a la comida, lleva tus propios snacks y sándwiches. No hay mucho donde parar una vez que te adentras en el parque, y lo que hay es muy básico. Planifica tus rutas antes de ir, porque la señal de móvil puede ser nula en muchas zonas. Siempre avísale a alguien de tu ruta y la hora estimada de regreso. Y por favor, no dejes absolutamente nada de basura, ni una migaja. El respeto por este lugar tan especial es fundamental.
Léa en ruta.