Cierra los ojos un momento. Imagina el sol en tu piel, no abrasador, sino un abrazo cálido y constante que te envuelve desde el primer aliento. Estás en el Desierto de Mojave, cerca de Palm Springs, y lo primero que te golpea no es la vista, sino la inmensidad que te rodea. El aire es seco, limpio, y huele a tierra caliente y a la leve resina de la creosota, un aroma casi medicinal y terroso que te dice: "Estás en el desierto". Escucha el silencio, roto solo por el zumbido ocasional de un insecto o el susurro del viento que juega con la arena fina.

Bajo tus pies, sentirás la tierra seca, a veces suave y arenosa, como si caminaras sobre polvo de estrellas que cede un poco a cada paso. Otras veces, el sendero se vuelve más firme, compacto, con la grava suelta crujiendo suavemente, casi como un susurro, a cada movimiento. No hay adoquines aquí, ni caminos estrechos y serpenteantes como en un bosque frondoso. Son senderos amplios, a menudo rectos, que se extienden hacia el horizonte, invitándote a la vastedad que se abre ante ti. Te sientes pequeño, pero libre, y cada huella te empuja hacia adelante.

Estos caminos no te "guían" en el sentido de llevarte por curvas y recovecos ocultos. Te invitan a la inmensidad. Te abren el espacio. Son una invitación a la exploración directa. El viento, ese susurro constante, te empuja suavemente por la espalda, como si te animara a seguir explorando. No hay barreras visuales, lo que te permite sentir la escala del paisaje con todo tu cuerpo. Tu mirada, y tu sensación de movimiento, se extienden sin límites.

La mayoría de los senderos principales están muy bien señalizados, con postes que te indican la dirección y la distancia, como si te estuvieran susurrando: "Sigue por aquí, el camino es claro". No esperes sombra; son caminos abiertos, expuestos al sol, así que planifica tus horas de caminata para evitar el mediodía. Las superficies son generalmente planas, con algunas ondulaciones suaves, lo que los hace accesibles para la mayoría, pero la grava suelta puede ser un desafío si no estás acostumbrado.

El terreno es una mezcla de llanuras amplias y suaves ondulaciones, salpicadas de yucas y cactus que te pinchan el aire con su presencia espinosa. Puedes tocar una roca calentada por el sol, sentir la textura rugosa, casi viva, bajo tus dedos. A lo lejos, las montañas te enmarcan, dándote una sensación de escala, pero sin ahogarte. Es una danza entre la inmensidad y la presencia tangible de la tierra.

Lleva mucha agua. Mucha. Y usa calzado cómodo y cerrado, porque aunque los caminos son amplios, la arena y la grava pueden meterse fácilmente en tus zapatos. El calor del suelo puede ser intenso, incluso a través de las suelas, así que asegúrate de que tu calzado te proteja bien. Siempre es buena idea informar a alguien de tu ruta.

Olya from the backstreets

Si alguna vez te has preguntado cuándo el Desierto de Mojave, ese gigante silencioso cerca de Palm Springs, te regala su mejor versión, la respuesta no es solo un mes, es una sensación. Imagina que es finales de otoño o principios de primavera, entre noviembre y marzo. El aire es nítido, con esa frescura que te hace respirar hondo, pero el sol de la mañana ya te abraza la piel con un calor suave y constante. Caminas y sientes la tierra bajo tus pies, a veces suave, a veces crujiente con las hojas secas. El silencio es casi palpable, solo roto por el zumbido ocasional de un insecto o el canto lejano de un pájaro. Si ha llovido recientemente, incluso ligeramente, el aroma a creosota es inconfundible, un perfume terroso y dulce que impregna el aire y te envuelve por completo. Es un olor que se te pega a la memoria, único del desierto.

Con este clima casi perfecto, la gente que encuentras aquí es un reflejo de esa energía. No esperes las multitudes de un parque temático; el desierto es vasto y, aunque hay más visitantes en esta época, se dispersan. Verás excursionistas con mochilas ligeras, familias explorando senderos cortos, fotógrafos buscando la luz dorada y parejas sentadas en la tranquilidad de un mirador. Hay un respeto tácito por el espacio y la quietud. En los puntos de acceso a senderos populares, como el sendero de las palmeras en el Oasis de la Palma de California, puede haber un poco más de movimiento, pero a pocos metros te encuentras de nuevo con la inmensidad. Es un ambiente vibrante pero sereno, donde todos parecen estar en sintonía con el ritmo pausado y majestuoso del paisaje.

Pero incluso en esta época ideal, el desierto tiene sus cambios de humor, y la clave es saber cómo se siente para ti. Por la mañana, el aire es más fresco, casi como un abrazo helado que el sol va calentando poco a poco, y el ambiente es de pura renovación. Por la tarde, el calor se asienta y la energía es más relajada, perfecta para una caminata pausada. La luz cambia drásticamente, pintando las montañas de tonos dorados y púrpuras. A veces, si un frente frío se acerca, la brisa puede volverse cortante, y el desierto se siente más imponente, recordándote su naturaleza salvaje. Y al atardecer, la temperatura cae rápidamente, pero el cielo se ilumina con colores que nunca olvidarás, y el desierto se vuelve un lienzo estrellado. Trae capas, siempre. Y mucha agua. Es la mejor manera de sentir cada transición, de vivir el desierto en todas sus facetas, desde el calor del mediodía hasta el misterio de la noche.

Olya from the backstreets

Imagina que el sol te acaricia la piel, no quema aún, solo te envuelve. Estás en el Desierto de Mojave, cerca de Palm Springs, pero no es el calor lo primero que te atrapa. Es el silencio. Un silencio tan profundo que sientes el pulso de la tierra bajo tus pies. Puedes oler la tierra seca, el polvo, un aroma mineral que se mezcla con el dulzor tenue de alguna flor silvestre que solo florece aquí, contra todo pronóstico. Alzas una mano y sientes el aire quieto, denso, casi tangible, como si el tiempo mismo se hubiera detenido para que lo experimentes.

Caminas, y bajo tus botas, la arena cruje con un sonido particular, como si cada grano contara una historia. Puedes sentir el viento ligero, casi un suspiro, que te roza la cara y te trae el eco de las montañas lejanas. No hay edificios, no hay ruidos de coches, solo la inmensidad. Extiendes los brazos y sientes el espacio infinito a tu alrededor, una libertad que te encoge y te expande a la vez. Si cierras los ojos, el sol sigue ahí, una presencia cálida que te recuerda que estás vivo, en un lugar donde la vida se aferra con una fuerza increíble.

Cuando estés listo para explorar, no te pierdas el Parque Nacional Joshua Tree. Es la puerta de entrada a gran parte de Mojave. Te recomiendo las caminatas cortas al Hidden Valley o el Barker Dam; son accesibles y te dan una idea genial de los paisajes y la flora única. Para algo un poco más desafiante, el sendero Ryan Mountain ofrece vistas espectaculares del desierto al atardecer, cuando los colores cambian a tonos fuego y púrpura.

Para tu visita, el mejor momento es de octubre a abril. Evita el verano si puedes; el calor es brutal y las temperaturas pueden ser peligrosas. Lleva siempre, y repito, SIEMPRE, mucha agua. Más de la que crees que necesitas. Un sombrero de ala ancha, protector solar y ropa ligera pero que te cubra son esenciales. Y no olvides un buen par de zapatos de senderismo; el terreno puede ser irregular y rocoso. Ah, y la batería del móvil: cárgala a tope y lleva una batería externa. La señal no siempre es buena y querrás tenerla para emergencias o fotos.

Mi abuela, que nació y creció aquí, siempre contaba que cuando era niña, su padre la llevaba a buscar leña seca después de una tormenta. Decía que la madera de los Joshua Trees, aunque pareciera muerta, guardaba el calor del sol de días pasados y que era la mejor para encender una hoguera en las noches frías del desierto. Y que el desierto te enseñaba a ser fuerte, a encontrar la belleza donde menos la esperabas. "Aquí no hay nada que sobre, ni nada que falte", decía. "Solo lo esencial". Esa es la lección del Mojave: la vida encuentra un camino, y cada gota de agua, cada sombra, cada susurro del viento, es un tesoro.

Léa desde la carretera

Si vienes de Palm Springs, la carretera te lleva directo al corazón del desierto de Mojave, específicamente al Parque Nacional Joshua Tree. No es solo un lugar, es una sensación que te envuelve. Imagina el sol cayendo sobre tu piel, cálido y constante, mientras el aire se vuelve más seco y limpio con cada kilómetro. Al adentrarte, el silencio empieza a crecer, un silencio tan profundo que casi puedes escucharlo. De repente, sientes la inmensidad, la vastedad de un paisaje que se extiende hasta el horizonte, salpicado por esas formas únicas que parecen sacadas de otro planeta: los árboles de Josué.

Para esa foto icónica, no busques un punto exacto en el mapa, sino la confluencia de la luz y la forma. Te encuentras rodeado de estas esculturas vegetales, los Joshua Trees, cada uno con su propia personalidad retorcida y sus brazos apuntando al cielo. A tus pies, la tierra es una mezcla de arena fina y rocas graníticas, algunas tan grandes como casas, moldeadas por millones de años de viento. Si cierras los ojos, puedes sentir la textura áspera de esas rocas bajo tus dedos, la brisa arrastrando el polvo fino y el tenue aroma a creosota, dulce y picante, que el desierto suelta cuando lo tocas.

El momento mágico, sin duda, es la hora dorada: el amanecer o, mejor aún, el atardecer. Imagina el sol bajando lentamente, pintando el cielo de tonos naranjas, rosas y morados. La luz se vuelve suave, cálida, y proyecta sombras larguísimas que dan vida a cada rama retorcida de los árboles de Josué y a cada grieta en las rocas. El aire se enfría, y puedes sentir cómo la temperatura cambia, un alivio fresco que contrasta con el calor del día. Es el momento en que el desierto te susurra sus secretos. Lleva agua, mucha, y capas de ropa; el desierto engaña, y las noches pueden ser sorprendentemente frías incluso después de un día caluroso.

Para la foto, busca la composición: un árbol de Josué solitario recortado contra el cielo vibrante, o el contraste entre las rocas y la vegetación. Juega con las sombras largas que se crean; son tu mejor aliado para añadir profundidad. No necesitas un ángulo específico, sino un sentimiento. Agáchate, mira hacia arriba, captura la escala de estos gigantes silenciosos. Lo más importante, más allá de la foto, es la huella que dejas: solo las de tus pies. El desierto es frágil, y parte de su belleza es su intocabilidad. Respétalo y te regalará una experiencia que no solo verás, sino que sentirás con cada fibra de tu ser.

Clara del Camino

¡Hola! Acabo de volver del desierto de Mojave, cerca de Palm Springs, y tengo que contarte todo. Imagina esto: abres la puerta del coche y el aire te golpea. No es un calor húmedo, es un abrazo seco y envolvente que te llena los pulmones al instante. Tus oídos captan de inmediato un silencio que no conocías, roto solo por el suave murmullo del viento que arrastra consigo el aroma a tierra y a esa planta tan particular, la creosota, que huele un poco a medicina y a lluvia lejana. Caminas y cada paso levanta una pequeña nube de polvo fino que se asienta de nuevo casi al instante. Tus pies, incluso con botas, sienten la textura del suelo, a veces arena suelta que se cuela entre los dedos, otras veces gravilla compacta. Es un lugar que te pide que lo sientas con cada fibra de tu cuerpo.

Y lo que más me atrapó de ese lugar fue la inmensidad. Cierras los ojos y te das cuenta de que el espacio se extiende indefinidamente a tu alrededor. No hay edificios, no hay ruidos de ciudad, solo la vasta cúpula del cielo y el horizonte lejano. Luego, miras hacia arriba al caer la noche: te juro que nunca he visto tantas estrellas. Es como si alguien hubiera tirado un puñado de diamantes sobre un terciopelo negro. Sientes el aire fresco rozar tu piel después del calor del día, un contraste que te hace sentir realmente vivo, presente. El silencio se vuelve aún más profundo, y si te concentras, puedes escuchar el latido de tu propio corazón. Es una experiencia que te encoge y te expande a la vez.

Lo que más me sorprendió, sin duda, fue la vida. Esperaba un paisaje desolado, pero el desierto está lleno de resiliencia. Los árboles de Josué, con sus formas casi humanas y brazos retorcidos, son impresionantes. Parecen estar bailando en el viento. Otro detalle que me dejó boquiabierta fue la paleta de colores al atardecer: el cielo se enciende con naranjas, rosas y morados intensos que se reflejan en las montañas y hacen que todo parezca irreal. Si vas, planifica tus visitas a primera hora de la mañana o al final de la tarde. La luz es mágica y las temperaturas son mucho más amables. Llévate mucha agua, muchísima. Y protector solar, claro.

Ahora, lo que no funcionó tan bien: el calor del mediodía puede ser brutal. En serio, no lo subestimes. Hay muy poca sombra natural y el sol pega con una fuerza que te drena la energía rapidísimo. Si vas en verano, evita las horas centrales del día para cualquier actividad física. Otra cosa es que las distancias son engañosas. Todo parece cerca en el mapa, pero conducir de un punto a otro lleva más tiempo de lo que crees. Asegúrate de tener el tanque lleno y descarga mapas offline en tu teléfono, porque la señal es casi inexistente en muchas zonas. Y lleva snacks, porque los lugares para comer o comprar algo son escasos una vez que te adentras. Es un lugar para el que hay que ir preparado.

Pero a pesar de los desafíos, la sensación de estar en ese lugar es algo que se queda contigo. Es un recordatorio de lo pequeña que eres y, a la vez, de la increíble belleza de la naturaleza en su forma más cruda. El calor en la piel, el polvo en los zapatos, el olor a desierto que se te pega a la ropa… todo se combina para dejar una huella sensorial profunda. Te sientes conectado a algo mucho más grande, antiguo y silencioso. Y eso, para mí, no tiene precio.

Un abrazo fuerte,

Julieta de viaje

¡Hola, explorador! Aquí estoy, en el corazón del desierto de Mojave, justo donde se encuentra con la vibrante Palm Springs. Imagina el sol acariciando tu piel, no con un calor húmedo y pegajoso, sino con una calidez seca y envolvente que te invita a respirar hondo. Cierra los ojos y siente cómo el aire, que huele a tierra y a la sutil fragancia de la creosota, llena tus pulmones. Escucha el susurro del viento entre las palmeras, un sonido que te envuelve y te conecta con la inmensidad de este lugar. Aquí, la calma es profunda, y la sensación de libertad, abrumadora. Caminas, o sientes que flotas, sobre una alfombra de arena suave y rocas pulidas por el tiempo, mientras el silencio te permite escuchar el latido de tu propio corazón.

A veces, para sentir esa inmensidad y esa libertad, nuestro cuerpo necesita una pequeña ayuda extra. Y eso está perfectamente bien. Si te preguntas cómo podrías moverte con facilidad por Palm Springs y sus alrededores, especialmente si necesitas una silla de ruedas o un scooter de movilidad, la buena noticia es que es más fácil de lo que parece. No tienes que buscar lejos; las principales opciones se encuentran directamente en la ciudad. Busca "equipos médicos" o "alquiler de movilidad" en el área, y encontrarás varias tiendas especializadas. Lugares como Desert Medical Equipment o Palm Springs Medical Supply son puntos de partida fiables, con personal que entiende tus necesidades.

Alquilar es bastante sencillo. La disponibilidad suele ser buena, pero como en cualquier destino turístico, siempre es una buena idea reservar con antelación, sobre todo si visitas en temporada alta (de otoño a primavera). Puedes alquilar por día, por semana o incluso por mes. Los precios varían: una silla de ruedas manual puede costar entre 15 y 30 dólares al día, mientras que un scooter eléctrico de movilidad puede oscilar entre 75 y 150 dólares diarios, dependiendo del modelo y la duración del alquiler. Muchas de estas empresas ofrecen entrega y recogida en tu hotel, lo cual es increíblemente cómodo. Si tienes dudas, una simple llamada telefónica o un correo electrónico a cualquiera de estas tiendas te dará toda la información que necesitas, y el personal suele ser muy amable y dispuesto a ayudar.

Una vez que tengas tu equipo, piensa en cómo lo usarás. Palm Springs tiene muchas aceras accesibles y rampas para sillas de ruedas, lo que facilita explorar el centro y sus tiendas. Para las zonas del desierto, algunos senderos populares en parques como el Indian Canyons o el Joshua Tree National Park tienen tramos pavimentados o de tierra compacta que son aptos para sillas de ruedas y scooters. Sin embargo, no todos los senderos son accesibles, así que siempre es bueno consultar los mapas del parque o llamar con antelación. Si usas un scooter eléctrico, presta atención a la duración de la batería, especialmente si planeas largas excursiones. Y siempre, siempre, lleva agua. El desierto es hermoso, pero exige respeto y preparación.

¡Que disfrutes cada instante de tu aventura!

Leo en movimiento.

Imagínate que dejas atrás el verde intenso y el rumor constante de las piscinas de Palm Springs. El aire, que hasta hace un momento era una caricia húmeda, empieza a cambiar. Sientes cómo se vuelve más seco, más denso, envolviéndote. A medida que avanzas, el asfalto bajo las ruedas de tu coche se estira, y si abres la ventana, el viento te trae un aroma que no conoces de la ciudad: es un olor a tierra seca, a hierbas que resisten, a sol concentrado y a algo mineral que te llena los pulmones. Escuchas el zumbido constante del viento, que parece susurrar historias antiguas, y el crujido ocasional de pequeñas piedras bajo los neumáticos.

A medida que te adentras, el paisaje se transforma bajo tus manos, si las dejas deslizarse por la ventana. Las siluetas de los árboles de Josué, con sus brazos retorcidos y peludos, empiezan a aparecer. No son árboles como los que conoces; si acercas tu mano a uno, sentirás la corteza rugosa, dura, casi como la piel arrugada de un elefante. Sus "hojas" son puntiagudas, pero no pinchan si las tocas con cuidado, solo te advierten de su resistencia. El suelo bajo tus pies, cuando te bajas del coche, es una mezcla de arena fina y rocas que crujen con cada paso, y sientes cómo el calor de la tierra se filtra a través de la suela de tus zapatos, recordándote que estás vivo y en un lugar único.

Cierra los ojos un momento. Lo primero que notas es el silencio. No es un silencio vacío, sino uno lleno de la ausencia de lo que esperas: no hay tráfico, no hay conversaciones ruidosas. Luego, si esperas y afinas el oído, escucharás el vuelo rápido y zumbante de un insecto, el roce sutil de una lagartija entre las rocas, o el canto lejano de un pájaro que parece venir de ninguna parte. El sol en tu piel es una caricia constante, pesada, que te envuelve como una manta cálida, y te das cuenta de que el desierto te habla a través de la piel y del sonido.

Amigo, para que disfrutes de verdad, lo primero es el agua. Muchísima. Lleva varias botellas grandes. También un sombrero de ala ancha, de esos que te cubren la nuca y la cara del sol. Gafas de sol, claro, para protegerte. Y protector solar, póntelo sin miedo, reaplica cada pocas horas. Para los pies, calzado cerrado y cómodo, nada de sandalias si vas a caminar por los senderos rocosos. La ropa, ligera y transpirable, colores claros si puedes, que reflejan el calor.

Para ir, lo mejor es la primavera o el otoño. En verano, el calor es brutal, casi insoportable, y no es divertido ni seguro. Tienes senderos para caminar, algunos muy fáciles, planos, y otros más exigentes con subidas rocosas. Busca los que te lleven a formaciones rocosas interesantes o a miradores donde puedas sentir la inmensidad del paisaje. Si te quedas hasta la noche, el cielo es una locura, ves estrellas como nunca antes; la oscuridad es tan profunda que la Vía Láctea es una cinta brillante. Lleva una manta o chaqueta abrigada para el frío nocturno, sí, aunque sea desierto, la temperatura baja muchísimo cuando se va el sol.

En cuanto a la comida, lleva tus propios snacks y sándwiches. No hay mucho donde parar una vez que te adentras en el parque, y lo que hay es muy básico. Planifica tus rutas antes de ir, porque la señal de móvil puede ser nula en muchas zonas. Siempre avísale a alguien de tu ruta y la hora estimada de regreso. Y por favor, no dejes absolutamente nada de basura, ni una migaja. El respeto por este lugar tan especial es fundamental.

Léa en ruta.

Imagina que el aire cálido te envuelve apenas bajas del coche. No es un calor sofocante, sino uno que acaricia tu piel, como un abrazo suave. Cierras los ojos y sientes la vastedad. El desierto de Mojave, cerca de Palm Springs, no es solo arena. Hay algo más. Y de pronto, si has tenido suerte y ha llovido hace poco, un aroma te golpea. Es el olor a creosota mojada, una mezcla de tierra, lluvia fresca y algo casi medicinal, limpio. Es el aliento del desierto, un secreto que te susurra que está vivo, incluso en su aridez.

Caminas, y el suelo bajo tus pies cambia. A veces es arena fina que cede un poco, otras, pequeñas rocas crujen. Puedes extender la mano y tocar un cactus cholla, pero cuidado, sus espinas son traicioneras. En cambio, acaricia la superficie rugosa de una roca calentada por el sol, o la hoja cerosa de una yuca. Escucha. Primero, el silencio abrumador. Luego, si prestas atención, el zumbido de un insecto volando cerca, el ligero crujido de una ramita seca bajo el viento, o el aleteo distante de un pájaro que busca su nido al atardecer. Es una sinfonía sutil.

Ahora, para que disfrutes sin sorpresas: lo primero es el agua. Mucha. Más de la que crees que necesitas. Lleva siempre una botella reutilizable y rellénala cuando puedas. La mejor época para ir es primavera u otoño. En verano, el calor es intenso y puede ser peligroso si no estás acostumbrado. Y un buen sombrero de ala ancha es tu mejor amigo, junto con protector solar. No subestimes el sol del desierto.

Sobre el calzado: olvídate de las sandalias. Necesitas zapatillas de senderismo o botas resistentes, con buena suela que te proteja de las rocas y posibles plantas espinosas. Y un consejo personal: no te salgas de los senderos marcados. Es crucial para tu seguridad y para proteger la frágil vida del desierto. Puedes llevar unos prismáticos; la fauna es esquiva pero fascinante si la buscas con paciencia. Y si vas al atardecer, la luz es mágica para las fotos, pero lleva una linterna para el regreso.

Olya desde las callejuelas

Imagina que el sol te acaricia la piel, no con un calor abrasador, sino con una presencia constante, envolvente. Cierras los ojos y lo sientes, un abrazo cálido que se extiende por kilómetros. El aire es seco, sí, pero lleva consigo un aroma sutil a tierra caliente, a hierbas secas que crujen bajo el viento. Escuchas el silencio, un silencio profundo que solo el desierto puede ofrecer, interrumpido a veces por el susurro del viento o el canto lejano de un ave solitaria. Te sientes pequeño, pero a la vez, parte de algo inmenso. Te invito a caminar conmigo por el Mojave, cerca de Palm Springs, a sentirlo con cada parte de tu cuerpo.

Cuando empieces a caminar, tus pies notarán la diferencia. El suelo, aunque parece firme, es una mezcla de arena suelta y rocas que a veces se mueven. Imagina pisar una piedra que parece fija, pero de repente cede un poco, o sentir el pie resbalar sobre una superficie lisa pulida por el viento y el tiempo. No es un drama, pero sí algo a tener en cuenta. Es como caminar sobre un tapiz que cambia constantemente. Por eso, lleva siempre calzado cerrado y con buena suela, que te ofrezca sujeción. Evitarás tropiezos y que la arena o piedritas se metan donde no deben, permitiéndote concentrarte en la inmensidad que te rodea.

La presencia constante del sol en el Mojave es innegable, y aunque el aire sea seco, la deshidratación es real y sigilosa. No esperes a sentir sed; cuando eso ocurre, ya es tarde. Sientes la garganta seca, los labios tirantes, y un leve mareo. Es como si el desierto te absorbiera la humedad. Ten siempre contigo mucha agua, más de la que crees necesitar, y bebe a menudo, a pequeños sorbos. También, protégete del sol: un sombrero de ala ancha que te cubra la cara y el cuello, y ropa ligera de manga larga te ayudarán a mantener la temperatura corporal a raya. Tu piel te lo agradecerá y te permitirá disfrutar más tiempo de la experiencia.

A medida que el sol se pone, el desierto se transforma. La temperatura baja rápidamente y la visibilidad disminuye. Lo que de día era un camino claro, por la noche puede ser engañoso, con sombras que ocultan rocas o desniveles inesperados. Imagina la sensación de estar en un lugar vasto, donde las luces de la ciudad son solo un resplandor lejano. Mantente en senderos marcados y, si vas a quedarte hasta el anochecer, lleva una buena linterna y avisa a alguien de tu ruta. En cuanto a 'trampas', el desierto en sí no las tiene, pero cerca de las zonas turísticas o aparcamientos, a veces hay personas que intentan vender cosas de dudosa procedencia o pedir dinero de forma insistente. No es común en el corazón del desierto, pero sí en sus bordes. Sé amable, pero firme si sientes que algo no te cuadra. Tu intuición es tu mejor guía.

El Mojave es un lugar de asombrosa belleza, un lienzo de tonos ocres y dorados que te invita a la introspección. Solo tienes que escucharlo, sentirlo. Disfrútalo, pero siempre con respeto y preparación.

¡Hasta la próxima aventura!

Max in motion

¿Amantes de las aves, el desierto de Mojave cerca de Palm Springs es vuestro santuario? ¡Absolutamente! No es solo arena y rocas; es un ecosistema vibrante que susurra vida a cada paso. Imagina esto: el aire, aún fresco de la noche, roza tu piel mientras el sol empieza a pintar el cielo de tonos rosados y naranjas. No hay bullicio de ciudad, solo el vasto silencio del desierto, que de repente se rompe. Escuchas un gorjeo, un trino, una llamada que te envuelve, como si el propio aire vibrara con la presencia de seres alados. Caminas despacio, sintiendo la grava bajo tus pies, y el aroma de la artemisa y el creosote, ese olor terroso y ligeramente picante, te dice que estás en casa, en un lugar salvaje y auténtico.

Mientras te adentras, tu oído se afina. De repente, oyes un "¡beep-beep!" distintivo, rápido y juguetón. Es el inconfundible sonido del correcaminos (Roadrunner), y si tienes suerte, lo verás cruzar el camino como un rayo, con su cola larga y erguida. Luego, un cacareo suave, casi un arrullo, te indica la presencia de una codorniz de Gambel (Gambel's Quail), a menudo en grupos, moviéndose entre los arbustos. Más arriba, el silencio se rompe por el graznido de un cuervo o el grito agudo de un halcón de cola roja (Red-tailed Hawk) que planea majestuosamente, buscando su presa. También hay aves más pequeñas y coloridas, como el Pinzón de Casa (House Finch) o el Cardenal del Norte (Northern Cardinal), que aportan toques de color y canto entre el verde grisáceo de la flora desértica. La sensación es de estar en un concierto privado, solo para ti y la naturaleza.

Para vivir esta experiencia al máximo, busca los "washes" (cauces secos de ríos) o las zonas de oasis dentro del Parque Nacional Joshua Tree, que está a tiro de piedra de Palm Springs y es parte integral de este ecosistema Mojave. Un excelente lugar para quedarte en silencio es el área alrededor de Cottonwood Spring o Barker Dam, aunque cualquier sendero poco transitado te ofrecerá oportunidades. Encuentra una roca cómoda o un pequeño saliente, siéntate o ponte de pie sin moverte, respira hondo y deja que el desierto te envuelva. La clave es la paciencia y la quietud; cuanto menos ruido hagas, más se acercarán.

El mejor momento para la observación de aves es, sin duda, el amanecer. Justo cuando la primera luz del día toca las cumbres de las montañas, las aves empiezan a activarse. Podrías llegar unos 30 minutos antes de la salida del sol para posicionarte. El final de la tarde, justo antes del anochecer, también es un excelente momento, ya que las temperaturas bajan y las aves salen a buscar alimento antes de refugiarse. En cuanto a la época del año, los meses más frescos (de octubre a abril) son ideales, ya que las temperaturas son más suaves y muchas aves migratorias pasan por la zona. Evita el pleno verano, cuando el calor es extremo y la mayoría de las aves buscan refugio del sol abrasador.

Olya from the backstreets