¡Hola, exploradores! Hoy os llevo a un viaje inolvidable por una de las rutas más escénicas de Canadá.
Desde Vancouver, la Sea to Sky Highway se despliega como una cinta de asfalto pulido, abrazando la costa y serpenteando hacia las cumbres. El azul intenso del Howe Sound domina, salpicado de islas esmeralda que emergen de sus aguas glaciares. La carretera asciende, y los fiordos dan paso a bosques de cedros centenarios que se cierran sobre ti, ofreciendo un túnel verde donde la luz se filtra en haces dorados. A cada curva, una nueva postal: picos dentados que arañan el cielo, cascadas que se desprenden de laderas rocosas como velos de novia, y el aire, siempre más puro y fresco con cada kilómetro. El aroma a pino húmedo y tierra mojada llena la cabina si bajas la ventanilla, mezclándose con el sutil olor a sal que aún se aferra de la costa. La sensación de ascenso es palpable, una transición mágica de la orilla marina a la majestuosidad alpina, con el murmullo lejano de un río invisible o el graznido ocasional de un águila calva como única banda sonora. Pero entre tanta grandiosidad, hay un detalle que pocos notan: el canto peculiar del viento al pasar por los cortes de roca más profundos, esculpidos directamente en la montaña. No es un simple silbido, sino un lamento resonante, casi melódico, que te envuelve por un instante antes de que el paisaje te arrastre de nuevo.
Así que la próxima vez que te aventures por aquí, presta atención. Hay magia en los detalles. ¡Nos vemos en la carretera!