Imagina que el sol de Antalya te ha estado acariciando todo el día, y de repente, entras en un espacio donde el aire es más fresco, el sonido de la ciudad se apaga y una quietud te envuelve. Es como si el tiempo mismo bajara el volumen para que puedas escuchar el susurro de siglos. Tus pasos resuenan un poco más, y a tu alrededor, el mármol pulido y las vitrinas te invitan a un viaje. No hay prisas aquí, solo la sensación de estar en un lugar que ha guardado secretos durante milenios.
Cierras los ojos y casi puedes sentir la tierra bajo tus pies al ver las herramientas de sílex, las vasijas rudimentarias. Es un viaje al origen, a cuando la vida era más sencilla y la supervivencia una danza diaria. No hay grandes estatuas, sino la huella de manos que moldearon la arcilla, la aspereza de piedras que sirvieron para moler el grano. Puedes casi oler el humo de hogueras antiguas, el esfuerzo en cada pieza. Es una conexión visceral con los que vinieron mucho antes que nosotros, con la misma necesidad de crear y dejar una marca.
Y de repente, el espacio se abre, y una brisa de otro tiempo te envuelve. Te sientes pequeño, casi insignificante, ante la imponente presencia de las estatuas de Perge. Sus ojos vacíos, pero llenos de historias, te observan. Puedes casi sentir el frío del mármol bajo la palma de tu mano, la tensión en los músculos cincelados, la elegancia de los pliegues en sus túnicas. El silencio de la sala amplifica el eco de tus propios pasos, y te das cuenta de la magnitud del arte y la devoción que se ponía en cada figura. Es como si hubieran cobrado vida un segundo antes de que llegaras.
Mira, si vas a ir, un par de cosas que me hubiese gustado saber: el museo es grande, así que ponte calzado cómodo. Lo ideal es ir por la mañana temprano, justo cuando abren, para evitar las horas pico y el calor. La sección de las estatuas de Perge es la joya de la corona, así que date tiempo para realmente absorberla. Está todo bastante bien señalizado, pero si te sientes perdido, no dudes en preguntar a los guardias, suelen ser amables.
Luego, tus pasos te llevan a una sala donde la luz cambia, enfocándose en objetos más pequeños, pero no menos poderosos. Ves las monedas antiguas, cada una con su relieve gastado, y casi puedes oír el tintineo en los mercados de hace dos mil años. Hay mosaicos, con sus colores aún vibrantes, que te hacen imaginar los suelos de villas romanas, el sonido de sandalias sobre ellos. Te acercas a los sarcófagos, y el aire parece denso con el peso de las vidas que contuvieron. Es en estos detalles donde la historia se vuelve íntima, tangible.
Cuando sientas que ya has absorbido todo, hay una pequeña cafetería si necesitas un respiro o un café, y baños limpios, que siempre se agradecen. La tienda de recuerdos tiene cosas interesantes si quieres llevarte algo que no sea un imán de nevera genérico. La salida te deja de nuevo en el bullicio de Antalya, pero con una perspectiva completamente diferente, como si hubieras regresado de un viaje en el tiempo.
Al salir, el sol te recibe de nuevo, y el sonido de la ciudad vuelve a envolverte, pero ya no es el mismo. Llevas contigo el eco de pasos milenarios, la quietud del mármol antiguo y la sensación de haber tocado, aunque sea por un instante, la esencia de un pasado glorioso. Es como si el aire que respiras ahora tuviera un poco más de historia.
Un abrazo desde la carretera,
Olya from the backstreets