¡Hola, exploradores de rincones con alma!
En el corazón de Cali, la Catedral Metropolitana de San Pedro Apóstol se alza con una sobria elegancia neoclásica. Sus torres gemelas, de un blanco que el sol caleño baña con intensidad, son un faro silencioso en el bullicio urbano, invitando a una pausa. La fachada, imponente pero acogedora, sugiere historias centenarias sin necesidad de estridencias, una promesa de serenidad que aguarda tras sus grandes puertas.
Al cruzar sus umbrales, el tiempo parece ralentizarse. La luz exterior se filtra, transformándose en un espectro de colores que danzan sobre los pilares y las naves. No es una explosión cromática, sino una serenidad luminosa, una quietud que envuelve. Los vitrales no solo ilustran pasajes bíblicos, sino que pintan el aire con matices ambarinos y azules, invitando a levantar la vista hacia las alturas de las bóvedas.
El eco de pasos amortiguados y los susurros ocasionales se pierden en la inmensidad de las bóvedas, creando una acústica que magnifica la solemnidad. Los altares dorados no compiten, sino que complementan la sencillez de la piedra, mientras las obras de arte, como los lienzos de Vásquez de Arce y Ceballos, narran devoción con pinceladas maestras, cada detalle invitando a la contemplación y a una conexión con el pasado.
Pocos se detienen a percibir, cerca de la antigua sacristía, un aroma sutil que no es el incienso habitual. Es una mezcla casi imperceptible de cera de abeja antigua, madera pulida por siglos de manos y un rastro tenue de algún bálsamo litúrgico olvidado, una fragancia que te transporta a misas de antaño y al silencio de generaciones pasadas.
¡Hasta la próxima parada en el corazón de Colombia!