¡Hola, exploradores! Hoy nos adentramos en un rincón de Caen que guarda siglos de historias.
Al acercarte a la Église Sainte-Catherine, no esperes una iglesia con tejado y puertas; lo que te recibe son los majestuosos esqueletos de sus muros de piedra, erguidos contra el cielo normando. Es una ruina, sí, pero con una dignidad que pocas edificaciones completas poseen. El viento se cuela entre los arcos románicos desprovistos de vidrio, silbando una melodía ancestral mientras la luz del sol dibuja sombras danzantes sobre la hierba que ahora tapiza lo que fue su nave. Las ovejas, a menudo, pastan tranquilamente entre sus cimientos, añadiendo una capa de surrealismo pastoral a la escena. La textura rugosa de la piedra, erosionada por los siglos, cuenta historias silenciosas, invitando a tocarla, a sentir el pulso del tiempo. El aroma a tierra húmeda y a hierbas silvestres impregna el aire, mezclándose con la brisa marina que, a veces, llega desde no muy lejos. Es un lugar donde el pasado no solo se ve, se respira y se siente, una cápsula del tiempo a cielo abierto que te susurra secretos de una Caen mucho más antigua.
Y es precisamente en su estado de ruina donde reside gran parte de su importancia. Recuerdo que un historiador local me comentó cómo, durante la devastación de la Segunda Guerra Mundial, mientras gran parte de Caen era reducida a escombros, las paredes sin techo de Sainte-Catherine, ya abandonadas durante siglos, se mantuvieron en pie. No fue reconstruida porque ya era un fantasma de lo que fue, pero esa misma condición la convirtió en una superviviente silenciosa. Así, en medio de la reconstrucción frenética de la ciudad, esta iglesia se erigió como un recordatorio inalterado de un pasado remoto, un eco del siglo XI que presenció la furia de los siglos sin ser derribado de nuevo. Es un lugar que nos enseña que a veces, el olvido es la forma más pura de preservación.
Sin duda, un rincón esencial para entender la resiliencia de Caen. ¡Hasta la próxima aventura!