¡Hola, explorador! Si alguna vez te animas a pisar el suelo de Los Ángeles, hay un lugar que no es solo un barco, sino un portal al pasado: el Queen Mary. Imagínate esto: sales de tu coche y, de repente, una mole de acero y remaches se alza frente a ti, más grande de lo que cualquier foto podría capturar. Sientes el aire salado de Long Beach y un eco de grandeza te envuelve. No es solo un museo flotante; es una ciudad en sí misma, anclada en el tiempo. Para llegar, busca aparcamiento en el muelle, es fácil y está bien señalizado. La entrada general te da acceso a gran parte del barco. ¿Mi consejo para empezar? Dirígete directamente a la entrada principal y, en lugar de desviarte por las tiendas, ve a la derecha, hacia el corazón del barco.
Una vez dentro, el tiempo parece ralentizarse. Caminas por pasillos amplios, y tus pies sienten la solidez de la madera pulida bajo las alfombras. Cierra los ojos por un segundo y el aroma de la caoba vieja, mezclado con un ligero toque de humedad marina, te transporta. Escuchas el crujir sutil de la estructura, un gemido amable de la nave que ha navegado miles de millas. La luz se filtra por los ventanales gigantes del Gran Salón, bañando todo en un tono dorado. Toca los pasamanos de latón, lisos y fríos por el paso de innumerables manos. No te apresures aquí; siéntate en uno de los viejos sillones y simplemente *siente* la historia que empapa el lugar. Es un buen sitio para empezar, porque te da una idea de la opulencia y el lujo de su era dorada.
Después de la grandiosidad de la cubierta superior, te animo a bajar, a las entrañas del barco. Aquí, el ambiente cambia drásticamente. El aire se vuelve un poco más denso, con un sutil olor a metal y aceite, una reliquia de sus días de vapor. Escuchas tus propios pasos resonar en los pasillos más estrechos, y el silencio es más profundo, solo roto por el lejano murmullo de la gente o el clic de alguna puerta. Imagínate a los cientos de hombres y mujeres que vivieron y trabajaron aquí, en estos mismos espacios. Puedes tocar las paredes de acero frías, sentir la dureza del metal que los protegía del océano. Las máquinas, aunque silenciosas ahora, te hablan de su potencia. No es para todos, algunos lo encuentran un poco claustrofóbico, pero si te atreves, te dará una perspectiva muy real de la vida a bordo, lejos del lujo.
De vuelta en las cubiertas superiores, sal al aire libre, a la cubierta de paseo (Promenade Deck). Aquí, el viento te acaricia la cara y puedes oler el mar abierto. Escuchas el graznido de las gaviotas y, a lo lejos, el suave murmullo de las olas rompiendo en la orilla. Siente el sol en tu piel y el inmenso espacio que te rodea. Es el lugar perfecto para caminar en círculo, varias veces si quieres, como hacían los pasajeros en sus viajes transatlánticos. Toca la barandilla, áspera por la pintura y el tiempo, e imagínate el vasto Atlántico extendiéndose ante ti. Desde aquí, tienes vistas espectaculares del skyline de Long Beach y, si el día está claro, incluso de las montañas. Es un respiro, un momento para conectar con el propósito original del barco.
Y para el gran final, lo que guardaría para el atardecer o para la última parte de tu visita: los pasillos de los camarotes del hotel. Aquí es donde la leyenda del Queen Mary realmente cobra vida. El ambiente se vuelve más íntimo, un poco más frío en ciertas zonas, y el silencio se carga de una expectativa extraña. Caminas por pasillos largos, alfombrados, y cada puerta cerrada parece guardar un secreto. Escuchas los crujidos de la madera, los lamentos del metal que se asientan, que algunos dicen que son los susurros de los antiguos pasajeros. Intenta encontrar el famoso camarote B340, si te atreves; no puedes entrar, pero el ambiente alrededor es notable. Si te sientes valiente, incluso podrías considerar quedarte una noche, pero si no, simplemente pasear por estos pasillos te dará una sensación única de la historia, de las vidas que se vivieron y, quizás, se quedaron aquí.
Si me preguntas qué saltarme, diría que algunas de las exhibiciones más pequeñas y modernas que no tienen la esencia histórica del barco. A veces, hay tiendas de souvenirs justo a la entrada que pueden esperar. Y, sinceramente, a menos que seas un fanático de los tours guiados muy específicos, prefiero explorar a mi ritmo, absorbiendo los sonidos y las sensaciones sin prisas. No hay un "mejor" lugar para comer a bordo que justifique el precio, así que quizás guarda ese dinero para un buen restaurante en Long Beach. El Queen Mary es un lugar para sentir, no para correr. Lleva calzado cómodo, porque caminarás mucho, y prepárate para un viaje en el tiempo.
¡Nos vemos en el próximo puerto!
Olya from the backstreets