¡Hola, gente viajera! Acabo de volver de Cracovia y tengo que hablaros del Castillo Real de Wawel. Imagina que subes una colina suave, el aire fresco del Vístula te acaricia la cara y, de repente, se abre ante ti un complejo monumental de piedra antigua, con torres que se alzan hacia el cielo. Sientes el peso de la historia en cada paso, en el eco de tus pisadas sobre el empedrado. Es inmenso, majestuoso, y te transporta directamente a la Polonia de reyes y reinas. Lo que más me impactó al llegar fue esa sensación de entrar en un libro de historia vivo, la atmósfera es densa, casi palpable, como si el tiempo se hubiera detenido.
Ahora, la parte menos romántica: las entradas. Prepárate, porque es un laberinto. No es un solo ticket, sino que cada exposición tiene su propia entrada. Puedes comprar para las Cámaras Reales, la Armería, el Tesoro, la Cueva del Dragón, la Catedral... ¡Es una locura! Mi consejo de amiga: decide de antemano qué quieres ver, porque si no, pierdes un tiempo precioso haciendo cola en diferentes taquillas. Lo mejor es reservar online con antelación, especialmente para las exposiciones más populares como las Cámaras Reales, que tienen franjas horarias. Lo que no me gustó nada fue esa fragmentación; te saca un poco de la experiencia inmersiva.
Una vez dentro de las Cámaras Reales, déjate llevar. Recorres salas donde los techos de madera crujen suavemente bajo tus pasos y la luz se filtra por ventanas antiguas. Pero lo que te dejará sin aliento son los tapices de Wawel. Cierra los ojos por un momento e imagina la textura de esos hilos milenarios, la riqueza de los colores que aún conservan. Son enormes, detallados, y cada uno cuenta una historia. Sentí como si estuviera caminando por la historia polaca, casi podía escuchar los susurros de los cortesanos y el roce de los trajes de seda. Es una belleza que te envuelve, un verdadero viaje en el tiempo.
Luego está la Catedral, que es una experiencia aparte. Al entrar, te invade una quietud solemne, el aire es más fresco, y el aroma a piedra antigua y cera te envuelve. Las voces se apagan, casi se disuelven en el espacio. Aquí es donde están enterrados reyes, reinas, santos y héroes nacionales. Baja a las criptas, donde el ambiente se vuelve más frío y húmedo. Lo que me sorprendió fue encontrar algunas instalaciones de arte contemporáneo mezcladas con los sarcófagos antiguos; es una yuxtaposición extraña, un diálogo entre el pasado y el presente que te hace pensar. Es un lugar de profunda historia y reflexión, y te aconsejo que le dediques tiempo, pero siempre con respeto.
Y para el final, la Cueva del Dragón. Si vas con niños o simplemente te apetece algo divertido, baja por unas escaleras de caracol bastante empinadas. El aire se vuelve denso y húmedo, y el sonido de las gotas de agua resonando en la oscuridad te acompaña. Es una cueva de verdad, con techos bajos y una sensación un poco claustrofóbica. Sales por una abertura y te encuentras justo al lado del río Vístula, donde te espera el famoso dragón que escupe fuego cada pocos minutos. Es un poco kitsch, sí, pero es divertido y una buena excusa para disfrutar de las vistas panorámicas del río y la ciudad desde la colina, sintiendo el viento en tu cara.
En resumen, Wawel es un imprescindible en Cracovia, pero ve preparado. El sistema de entradas es un fastidio y las multitudes pueden ser abrumadoras, especialmente en temporada alta. A veces sientes que no hay una "ruta" clara, sino una colección de museos. Pero a pesar de eso, la grandeza del lugar, la belleza de sus tapices y la solemnidad de la Catedral valen cada minuto. Es un lugar que te hace sentir pequeño ante la historia, pero inmensamente conectado a ella.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets