Imagina que estás en el mismísimo corazón de Ámsterdam, en la plaza Dam. Sientes el pulso de la ciudad bajo tus pies: el traqueteo lejano de los tranvías, las voces mezclándose en mil idiomas, el roce de la brisa. Justo ahí, anclada en el tiempo, se alza la Nieuwe Kerk, la Iglesia Nueva. No te dejes engañar por el "nueva" en su nombre; es un gigante de piedra que lleva siglos respirando la historia. Cruzas el umbral y, de repente, el sonido de la plaza se ahoga en un murmullo distante. El aire cambia, se vuelve más fresco, más denso, como si el espacio mismo te abrazara y te invitara a bajar el ritmo. Escuchas tus propios pasos resonar suavemente en el suelo de piedra, un eco que te acompaña mientras te adentras.
Una vez dentro, no esperes el murmullo de una misa o el aroma a incienso de una iglesia activa. La Nieuwe Kerk es ahora un espacio de resonancia, un lienzo para grandes exposiciones y eventos. Sientes la inmensidad del lugar, el techo altísimo que parece estirarse hacia el cielo, creando una acústica única. Cada sonido, desde un susurro hasta el suave roce de la ropa de alguien al pasar, se amplifica y viaja por el espacio antes de desvanecerse. Es un silencio que no es vacío, sino lleno de la memoria de siglos, un telón de fondo para lo que esté ocurriendo en ese momento.
Ahora, concéntrate. Estás en medio de una exposición. El suelo bajo tus pies puede cambiar: de la fría y lisa piedra original a una moqueta que amortigua tus pasos, o quizás a una superficie de madera que cruje ligeramente. Puedes sentir la temperatura variar sutilmente a medida que te mueves entre las instalaciones, algunas más abiertas y aireadas, otras más íntimas y cerradas. A veces, hay sonidos ambientales creados para la exposición, una música suave o grabaciones que te envuelven, o el silencio total que te permite sentir la textura del aire. Puedes extender la mano y rozar una vitrina fría, o la superficie de una escultura, sintiendo la forma sin necesidad de verla. Cada exposición es un mundo, pero siempre sientes esa mezcla fascinante de lo antiguo (las paredes de la iglesia, el eco) y lo nuevo (el arte, las historias que se cuentan).
Mientras caminas, percibirás la presencia de las enormes columnas que sostienen la estructura. Si extiendes la mano, sentirás la fría y rugosa piedra, y la escala de estas estructuras te hará sentir diminuto en este espacio sagrado y monumental. A veces, hay bancos de madera antiguos donde puedes sentarte, sintiendo la solidez de la madera bajo ti, escuchando el silencio mezclado con los ecos lejanos de otros visitantes. Puedes incluso sentir una ligera corriente de aire que se mueve por el espacio, recordando que estás dentro de un edificio que ha soportado siglos de viento y lluvia. La atmósfera es de reverencia, no por lo religioso, sino por la historia y la magnitud del lugar.
Y ahora, lo práctico. Para entrar, siempre necesitas un ticket. Te aconsejo comprarlos online con antelación, así te ahorras la cola y, a veces, algo de dinero. El mejor momento para ir es a primera hora de la mañana, justo cuando abren, o a última de la tarde, una hora antes del cierre. Así evitarás las multitudes y podrás sentir la quietud del lugar con más intensidad. Dedícale al menos una hora, una hora y media si te gusta sumergirte en las exposiciones. No esperes encontrar una cafetería o tienda enorme dentro, es más bien un espacio para la contemplación. Ve con calzado cómodo, porque caminarás bastante sobre superficies duras. Y no te preocupes si no entiendes holandés; las exposiciones suelen tener información en inglés, y a veces en español, además de los elementos sensoriales que te guiarán.
Olya from the backstreets